La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
Para ellos, la única ley que aplica es la de Herodes
El feminicidio de la intérprete Yrma Lydya, puso al descubierto los quehaceres del ‘abogado’ Jesús Hernández Alcocer, el responsable del asesinato.
Así pues, debido a su trayectoria, este individuo, es la personificación de la corrupción del sistema de procuración de justicia mexicano, el retrato vivo de la máxima: el que no transa no avanza.
Millonario, excéntrico e inescrupuloso, el susodicho fue el encargado de llevar los casos de otros personajes igualmente siniestros, como Onésimo Cepeda, por ejemplo. Además, se presume que ha hecho negocios truculentos con militares y políticos.
El quid de la cuestión, es que el leguleyo, para hacerse de fortuna, no se ‘quemó las pestañas’ leyendo a Ignacio Burgoa, Hans Kelsen o Eduardo García Máynez, en términos prácticos, no cuenta con cédula profesional, la que ostenta es falsa.
El señor se convirtió en un exitoso defensor de causas difíciles, merced a sus aprendizajes cuando fungió como comandante de la policía judicial en tiempos de Arturo ‘el negro’ Durazo, época en que los delincuentes aparecían en el drenaje profundo de la CDMX.
Lo que pudiera parecer una anécdota, es la muestra contundente de cómo se arreglan los problemas en la justicia ‘a la mexicana’: a golpe de billetes, eso sí, con un interlocutor que sepa dónde se tiene que ‘aceitar’ para que las cosas funcionen.
Desde luego, en nuestro país hay destacados estudiosos del Derecho, sus análisis sobresalen a nivel global, sin embargo, en los vericuetos de las ahora fiscalías, lo que funciona no es aplicar la ley, sino, torcerla.
Esto es lo que impera: los ‘abogados eficaces’, los chicaneros pues, se forman en la escuela del crimen, no en las aulas universitarias. Así no se puede.