* La crisis por la que atraviesa el antes partido oficial, lo enfrenta al amargo dilema de su probable extinción si no trata de retornar a las raíces de su historia, retomando el sentido de las luchas sociales que abandonó al ser secuestrado por grupos minoritarios que ahora amenazan con darle el tiro de gracia
Por Antonio Ortigoza Vázquez / @ortigoza2010
Especial Expediente Ultra
Como se sabe, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue el gran derrotado en las elecciones de junio pasado. Y esa derrota lo ha llevado a un verdadero riesgo de extinción.
Ese desenlace electoral tan dramáticamente desfavorable y el peligro de desaparición ha creado una verdadera crisis de identidad partidista y ha agudizado las inseguridades en sus cúpulas y bases.
Pero existe, una gama multicolor de percepciones con respecto a la magnitud del distanciamiento —o divorcio— del PRI con respecto al otro PRI que no fue partícipe de un acto de agandalle puro maquinado desde el CEN de ese partido.
¿Qué tan profunda es esa brecha?
Estamos de acuerdo en que existe un desapego del pueblo en lo ideológico y lo político. No hay duda de ello. De que esa realidad es ineludible parece ser la persuasión general.
Esa persuasión se advierte lo mismo en las élites de la cúpula que en la militancia llana y rasa, sea esta obrera o campesina o la englobada en el llamado sector popular.
En este sector —conformado por miembros de los estratos medios y superiores de la clase media— se han originado los presidentes de México desde Miguel Alemán a Enrique Peña Nieto, quienes fueron cincelados ideológica y políticamente por los valores de tales estratos y educados, muchos de ellos, en Estados Unidos, reorientaron el rumbo histórico del PRI.
Así, desde Alemán hasta Peña, esos mandatarios heredaron de sus antecesores revolucionarios la infalibilidad incuestionable, la disciplina y el culto a la personalidad. Heredaron también el poder metaconstitucional que le permitían ejercer un poder inigualable e incomparable en el mundo. Eran monarcas absolutos.
Pero hoy, en Hidalgo, los predecesores del actual gobernador actuaron en congruencia con las experiencias y vivencias formativas de su clase social, pues casi todos devenían de estratos bajos o proletarios.
Llevados a ese poder tan alto y tan enorme, dado a un gobernador de una entidad federativa de México fue, precisamente, para responder a retos del atraso histórico, estos hombres de la Nueva Clase no fallaron del todo.
La falla, la amarga derrota, consistió en que, salvo excepciones muy notorias, alguno “disidentes” perdieron de vista la meta de acentuar y extender el carácter social entre sus filas partidistas, se enfrascaron en una lucha intestina, la cual resultó un arrebato tan descarado, que la dirigencia nacional del PRI encendió una hoguera para arrojar a cualquiera que se opusiera a la coalición que se fraguo en lo “oscurito”.
Y es que, formados en la crematística de la tecnocracia y sin sensibilidad social alguna, sino lo opuesto, de derecha, los dirigentes nacionales del tricolor erraron garrafalmente. Erraron de tal guisa perversa y premeditada que, a nuestro ver, incurrieron incluso en actuaciones que tipificarían perfectamente una traición a su partido y su militancia.
El propio gobernador Fayad vivió, en su momento, todo un aparato gubernamental para evitar su llegada al 4to piso, y a pesar de ello logró una verdadera unidad en el priísmo hidalguense, que lo llevó a un triunfo indiscutible.
Las cabezas del CEN tricolor abrazaron obsesión, ora de motu propio, ora forzados por la sed del poder por el poder. Y al hacerlo, modificaron en la práctica los objetivos socioeconómicos y de doctrina partidista.
¿Será que esos dirigentes nacionales, se identificaron más con los imperativos ideológicos y políticos de la derecha que de la izquierda bajo cuyo signo nacieron los progenitores del PRI?
Esos progenitores —los partidos Nacional Revolucionario (1929) y de la Revolución Mexicana (1938)— no tienen nada que ver con el PRI que fundó Alemán en 1946.
Los dirigentes nacionales del Revolucionario Institucional han sido afines, ideológicamente, a Vicente Fox y Felipe Calderón, lo que explica la alianza PAN-PRD-PRI.
Mientras tanto, en Hidalgo, comienza a dar vida un nuevo gobierno, conformado por personajes ya conocidos, otros, poco conocidos; la transición vive ya de forma intensa, se acaba el tiempo y seguramente habrá sobresaltos al inicio de la nueva administración que será encabezada por Julio Menchaca Salazar.
La democracia —concepto y doctrina, teoría y práctica— tiene un sincretismo experiencial definitorio e incluso identitario: se obtiene el derecho legítimo a gobernar sólo si se reconoce el sentir y el parecer de los gobernados.