Luis Farías Mackey
El conocimiento es algo peligroso. Por ese peligro murió Sócrates y tantos otros fueron achicharrados vivos o descuartizados en la edad media y otras edades no tan lejanas. Como la de hoy, en que el conocimiento vuelve a ser un peligro digno de la Inquisición, de suerte que se obvia en beneficio de la continuidad educativa y una candidatura al Estado de México.
Ante sus juzgadores Sócrates destacaba que los atenienses se preocupaban por su “fortuna, a fin de acrecentarla lo más posible”, o por su “reputación” y “honores”, pero en lo que se refería a su “razón, a la verdad y a (su) alma, que habría que mejorar sin descanso”, no se inquietaban, ni siquiera las tomaban en consideración. Sigo en este texto los pasos de Foucault en “La hermenéutica del sujeto”.
Sócrates alegó ante su jurado que los dioses le habían ordenado hiciese ver a la juventud la inquietud por sí mismo, la urgencia de ocuparse de sí mismos, antes que por sus posesiones.
La inquietud de sí, decía, es un despertar, a riesgo que “os pasaríais durmiendo el reto de vuestra vida”. De suerte que la inquietud de sí mismo venía a ser como un aguijón, un desasosiego permanente: un “tábano”. Y ahí radica su peligro su efervescencia imparable, su espontaneidad sin límites ni precio.
La inquietud por sí mismo es, ante todo, una actitud; actitud respecto a sí mismo, los otros y el mundo. Pero también es una especie de mirada, de perspectiva que empieza por voltear a ver a nuestro interior y, ya desde él, al mundo. Finalmente, la inquietud por sí propio es una acción que se ejerce sobre sí, al hacernos cargo de nuestro ser, de su transcurso y, ante todo, transformación.
Detengámonos en esto último: la transformación, la única y verdadera transformación. Para Foucautl, la filosofía es el pensamiento que interroga sobre aquello que hace que haya verdad o no en algo, y que permite distinguir entre ésta y su negación: aquello que da al sujeto acceso a la verdad. Pero en el sujeto hay algo más que mente, hay espíritu, aquello que hace en él posible “la búsqueda, la práctica, la experiencia por las cuales el sujeto efectúa en sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad”. Una es la cosa cognoscente, otra el sujeto cognoscitivo y otra más lo conocido, que incluye a los primeros dos en una transformación iluminadora e impetuosa.
La espiritualidad va mucho más allá del conocimiento. De entrada, no se entrega al sujeto de pleno derecho por solo el acto de conocer; es preciso que el sujeto “se modifique, se transforme, se desplace, se convierta, en cierta medida y hasta cierto punto, en distinto a sí mismo para tener derecho al acceso de la verdad. La verdad solo es dada al sujeto a un precio que pone en juego el ser mismo de éste (…), no puede haber verdad sin una conversión o transformación del sujeto”.
Dicha transformación es una forma de movimiento que desplaza al sujeto de su status o condición, ya sea por una especie de ascensión o iluminación, o por un esfuerzo (trabajo) sobre sí mismo. Al final, la espiritualidad es una especie de contraprestación del sujeto al acto de conocimiento y de la verdad.
El conocimiento no es como el bolo rumiante de las vacas, el verdadero conocimiento ilumina, transforma, transfigura al sujeto en un proceso que éste realiza en sí mismo.
Conocimiento y sujeto se hacen uno: pensar, pensante y pensamiento son en el espíritu del sujeto. Para Jung el espíritu es algo muy emocional, “una culminación de la vida”, algo efervescente.
Y explica: Geist —fantasma, espíritu en alemán— significa efervescencia, emanación; una especie de entusiasmo, una condición emocional, una entidad como géiser: fuente termal intermitente.
Algo así como el pivote de la olla de presión. En tanto que el vocablo latino spiritus, quiere decir viento, igual que la acepción griega de animus. El Espíritu Santo descendió, según el Pentecostés, como un gran viento. En la primera Europa los dioses hablaban a los hombres a través del viento soplando entra las frondas de los árboles. En la antigüedad Pneuma significaba prana: aliento de vida, lo característico de un ser vivo. Pero Pneuma en sus orígenes no tenía ningún significado espiritual, éste lo adquirió hasta con el cristianismo. Frente a ello, el pensamiento —este demonio de palabras, dice Jung— “es destructor de la vida; cuanto más se transforma la mente en palabras, menos substancia de vida hay” en él. Las palabras hoy nacen muertas, sin efervescencia, sin espíritu. No son soplo de vida —aliento—, son flatus vocis (soplo de voz): ladridos.
Por su parte, el logos difiere de nous, palabra griega que significa mente, aunque ambas nombran un principio cosmogónico, donde el logos es divino: es Dios. En Egipto la palabra era un factor creativo: “Lo que habla, llega a ser”, nos recuerda Jung sobre la inscripción en el frontis del templo de Path. Era, en este sentido, el espíritu que se expresaba por la palabra. Muy por el contrario, nosotros hoy escupimos palabras y creemos estar llenos de espíritu. Aquellos solo hablaban cuando el espíritu los colmaba, “cuando eran recogidos por la efervescencia del espíritu”.
Cuando la presión dentro de la olla se colmaba. Hoy la palabra es lo que llega cuando el espíritu has left the building.
Y sí, mente y espíritu se confunden, porque el espíritu necesita del cuerpo para hallar voz y de la mente para dotar de concepto a las palabras, aunque ni voz ni mente pueden substituir al espíritu.
Y así llegamos a nuestra conclusión: hoy la educación en México carece de conocimiento, espíritu y sujeto. Todo se reduce a continuidad y matrícula Ya no hay aquello que hace que haya verdad o no en algo, menos la búsqueda, la práctica, la experiencia que mueve al sujeto a transformarse por y con el conocimiento; ni espíritu que se supere, transfigure, ilumine; ni razón, verdad ni alma. Nada hay en nuestra educación que mueva al conocimiento y al espíritu; que entusiasme, regocije, arda. Porque hoy lo importante es que nadie repruebe de año, no importa que no aprenda ni conozca, que se forme y crezca en su ser, en su espíritu.
Porque el conocimiento es peligroso, lleva a los hombres a crecer, a pensar, a dudar, a exigir, a criticar, a aspirar
Y aunque pasen sin mérito, ni gloria, ni entusiasmo, como lo muestran los números, cada vez son menos los que regresan a las aulas en el siguiente ciclo. Al fin, para qué.
Sí, el conocimiento es peligroso, a Sócrates le costó la vida. El oscurantismo empieza cuando se quiere guardar al espíritu en las tinieblas; es entonces cuando más urgente es preocuparse de sí mismo e iluminar desde dentro lo más negro de la noche.
Pongamos en la balanza una y otra transformación —la llamada cuarta y la del espíritu— y decidamos sobre el presente y futuro de México. Empezando por el futuro de sí mismo.