Palabra de Antígona
Sara Lovera
SemMéxico, Ciudad de México, 8 de agosto, 2022.-En 1969, una explosión se llevó la vida de 153 mineros del carbón, en Barroterán, Coahuila. Dejó a viudas, a hijos e hijas sin piso ni techo. La tragedia fue conocida mundialmente. Miles de apoyos llegaron a la región carbonífera, pero nunca fueron entregadas a las familias. Eran otros tiempos.
Una investigación de la maestra Sandra Arenal narró esa desgracia, los abusos y robos. Pero también dio testimonio de las condiciones de trabajo de los carboneros, situación semejante a las conocidas estos días. Las máquinas de coser para las mujeres nunca llegaron, ni las ayudas económicas, pero ellas, neciamente se quedaron. Tuvieron nuevos maridos y nuevos hijos que iban a las minas. Es como si algo retuviera a las familias carboneras en ese espacio de muerte y desazón.
La contabilidad de las explosiones en 2007 fue de 116 en cien años, pero el número de inundaciones en los llamados pozos es indefinido. Esos hoyos son la forma más elemental de la explotación del carbón y la más arriesgada. Le llaman minería artesanal. Las viudas corren de sus casas a mirar en cuanto hay alguna alarma. Lo hacen automáticamente; como ellas dicen: “Siempre con el Jesús en la boca”. Y una y otra vez la historia se repite desde 1884.
La condición laboral es la que más sorprende. Ahora, el gobierno mexicano tiene una reclamación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) por las violaciones a los convenios 102 y 155, sobre los derechos a la seguridad social de los carboneros, sin contratos, sin condiciones laborales decentes.
Apenas, el 12 de julio, el director de la OIT, Guy Rayder, estuvo en México, y le advirtió al gobierno de la 4T que tiene hasta el 22 de septiembre próximo para responder a las violaciones, ya que los convenios están ratificados; uno, de 1952 y otro, de 1981.
Pero también hay un acuerdo de la Cámara de Diputados (2006) para regular las concesiones de esos “pocitos”, por lo salvaje de sus prácticas, propias del siglo XIX, con concesiones fundadas en la Ley Minera de 1992, durante la firma del Tratado de Libre Comercio, donde lo esencial, en “terreno libre”, es asegurar el carbón para las carboeléctricas. Hoy, el gobierno hizo cambios a esa ley, pero sólo en materia de litio, lo demás está intacto.
Por ello, en la región carbonífera la tristeza es larga. El obispo Raúl Vera me hizo ver que hombres y mujeres solo tejen su resignación. De 1884 a 2007 se contaron mil 600 muertos, mil 600 viudas, quienes recibieron migajas de pensión. Por eso es que hoy está acusado México por la OIT. Lo que sorprende a muchas personas, es que los hijos de las viudas siguen de carboneros, también sus nuevos maridos, y ellas, eternamente sometidas, tratando de limpiar el hollín que lo puebla todo, respirando cotidianamente ese negro polvillo.
Hoy, la inundación de Mirabete, o cómo se llame el pozo, no está claro. Nuevas viudas en las pantallas, contando exactamente lo de siempre. Es como el gobierno de antes. Más de un funcionario, ante las explosiones o inundaciones, aparece, se toma fotos, habla de rescates y ayudas.
Es como si en esos nublados soles, con casas grises y criaturas ennegrecidas, nunca nada cambiara. Recuerdo las Esperanzas, en 1988, con 37 muertos y el pozo la Escuelita, en 2002, con 13 muertos. La lista es interminable. Pueblos carboneros de hombres y mujeres abandonados y burlados. ¿El Sindicado? Bien, gracias. El jefe, morenista, Napoleón Gómez Urrutia, se duele: “Es terrible”, y nada. Se quedan las viudas mirando pasar el tiempo, esperanzadas, como en Pasta de Conchos (2006), por el ofrecimiento de rescatar los cadáveres, sin cambios en la ley. El Seguro Social, bien gracias. Hasta la otra. Veremos…
*Periodista. Directora del portal informativo semmexico.mx