Luis Farías Mackey
México es el único país donde una relación de trabajo se hereda. Es la versión arrevesada de la esclavitud, donde el patrón es ahora el esclavo, sujeto a un trabajador impuesto por testamento.
Esta aberración se da en la relación del magisterio con el Estado, donde la plaza de maestro es una conquista sindical heredable sin mayor requisito de preparación, capacidad e idoneidad para el trabajo. No es una práctica generalizada y habrá que reconocer y encomiar a los maestros que responden a su vocación y responsabilidad, que son muchos. Pero…
Marx y Engels lo entendieron bien, el hombre instrumentaliza las cosas en medios; cosas que, al ser instrumentalizadas, pierden su valor intrínseco e independiente. Arendt nos dice que los griegos calificaron esto como filisteísmo, algo vulgar, sujeto a la conveniencia y utilitarismo. Por ejemplo, al considerar al hombre la medida de todas las cosas (Protágoras), el árbol se convierte en madera, los animales en alimento, la tierra en nuestra propiedad con todo lo que hay en ella. En esta relación, dice Kant, el hombre es el único ser al margen de la relación medio—fin, y se convierte en el único fin posible, al cual se sujeta todo lo demás en calidad de medio.
Regresando a Marx y Engels, para ellos esta instrumentalización termina, en la relación de trabajo, por instrumentalizar al hombre que vende su fuerza de labor y, al hacerlo, se convierte en objeto de uso e intercambio. Ellos hablaban del valor como una relatividad universal, donde una cosa solo existe en relación a otra, extraviando su valor exclusivo y emancipado; un valor, por cierto, siempre mudable a estimación del mercado entre la oferta y la demanda.
Pues bien, no voy a hablar del valor del trabajo del maestro, ya habrá oportunidad, pero sí de la educación y el derecho de los niños a ella. Cuando en México la educación pasó de vocación magisterial a conquista laboral, el maestro instrumentalizó a los educandos, a la educación y al derecho a ella y a la plaza, como un vulgar, filisteo y utilitario valor de mercado entre demanda (educación) y oferta (plazas). Por eso, todo pliego petitorio magisterial empieza y termina con más plazas; se requieran o no, se cumplan los requisitos mínimos de conocimiento, experiencia e idoneidad, o no.
Pero el magisterio, antes que trabajo, es una vocación. De vocatio — onis: ‘acción de llamar’: “inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión; inclinación a un estado, profesión o carrera; convocación, llamamiento”.
No en balde Sócrates alegaba ante su tribunal que “eso es lo que me ordena el dios” y nada fue más “beneficioso para la ciudad que mi celo en ejecutar esa orden”. Pero en qué consistía la orden del dios, el contenido del celo de Sócrates que lo llevó hasta la misma muerte. No otra que interpelar a la gente para que se ocuparan de sí mismos, preocuparse menos por sus posesiones y más por sí mismos. Por eso, para Epicuro, el discurso del filósofo está vacío si “no cura ninguna afección humana”, y Sócrates buscaba curar la ignorancia y desinterés en nosotros sobre nosotros mismos.
Ocuparse de sí mismo es aprender a gobernarse. Y ésta es quizás la parte más importante de todo: no se enseña ni se aprende a gobernar, se enseña y aprende a gobernarse, y solo el que sabe gobernarse puede gobernar.
Al ocuparnos de nosotros mismos, somos objeto y sujeto de nuestra ocupación y como tales de nuestra relación con nosotros mismos, con los demás, las ideas, las cosas, el mundo y el universo.
Para Sócrates esto no era una relación instrumental de medio y fin, sino una posición trascendente del sujeto con respeto a todo lo que lo rodea, sobre aquello que la vida pone a su disposición —sujetos u objetos— e, incluso, para consigo mismo. Porque con la preocupación de sí mismo surge el sujeto: un sujeto, nos enseña Foucault, de acciones, comportamientos, relaciones, actitudes y derechos. Y añade: “el maestro es quien se preocupa por la inquietud que el sujeto tiene con respecto a sí mismo y quien encuentra, en el amor que siente por su discípulo, la posibilidad de preocuparse por la preocupación de éste en relación consigo mismo”, lo que le dota de instrumentos para luego relacionarse con los demás.
La escuela, pues, no es un supermercado de conocimientos, ni una rueda de la fortuna de años escolares, es la fabrica del sí mismo. En la escuela aprendemos a ser nosotros y, como tales, a relacionarnos con los demás.
Una buena escuela enseñaría al estudiante que el gobernante sí necesita gozar de la confianza de los gobernados, aunque él no confíe en ellos. La diferencia es de vida o muerte: él vive de la confianza de ellos, ellos pueden sobrevivir sin la suya.
Pero para eso hubo que aprenderse de niño a preocuparse por sí mismo y, por ende, a respetarse y a respetar a los demás.
Concluyo: ¿dónde está la preocupación de sí mismo en la escuela mexicana hoy? Quizás en el Estado de México, aunque no sea “el sí mismo” que debiera procurar la educación. Pero, total, ¡no confían en nadie!