CUENTO
Mocoman se despertó muy asustado y, enseguida se dio cuenta de que había estado soñando.
– ¡Otra vez he tenido la misma pesadilla de siempre!, exclamó con pesar, mientras se secaba el sudor de su frente.
El superhéroe permaneció sentado en la orilla de su cama vieja y dura. La luz de la luna se metía por su ventana abierta. Hacía mucho calor. Por suerte que el viento había empezado a soplar; pero, aun así, él seguía sudando de a montones.
– ¿Qué me sucede? -quiso saber-. ¿Por qué es que siento este miedo?
Mocoman pensaba. Trataba de encontrar una razón a sus sentimientos. No lo podía entenderlo. Un hombre como él, que siempre había sido muy valiente… ¡Cómo era posible que ahora estuviese sintiendo esto!
Pasados unos minutos, el superhéroe se levantó y empezó a caminar por toda su habitación.
– ¡Qué hermosa está la luna! – dijo, cuando asomó su rostro por la ventana.
Mocoman miró por todas partes, en busca de algún peligro cerca de su pequeño departamento. Luego de no haber encontrado nada, decidió ponerse su traje y salir a buscar por otras partes.
-Creo que mi cuerpo necesita algo de ejercicio- se había dicho a manera de excusa para abandonar aquel cuarto que lo estaba asfixiando.
El superhéroe se quitó su pijama de rayitas, luego se supo su traje, con mascara incluida.
-Ahora sí, ¡a cazar delincuentes!
Mocoman salió de su departamento, bajó al primer piso y finalmente abandonó el edificio. Afuera, las estrellas lo saludaron….
Esa noche todo estuvo tranquilo. El superhéroe no tuvo la oportunidad de demostrar sus superpoderes. Así que, luego de haber estado caminando un buen rato, se sintió muy aburrido, más aburrido que cuando dejó su cama.
Media hora más, buscando atentamente con la mirada, al superhéroe no le quedó más remedio que regresar a su casa. Al llegar aquí, se quitó su traje, la máscara y; debido a que estaba muy cansado, ya no volvió a ponerse su pijama. Se acostó, solamente con su ropa interior, sobre aquel colchón, más viejo que su abuelo.
Mocoman era pobre. No tenía dinero para comprarse un colchón nuevo, uno de esos que se anunciaban mucho por la tele. ¡Tampoco tenía tele! Nada de nada.
Así que, aparte de ser pobre, también era un pobre diablo, alguien que no tenía dónde caerse muerto; exceptuando a su colchón viejo, desde luego.
Ya estando acostado, Mocoman recordó la vez en que había tratado de conseguir una tele.
– ¡Qué mala onda! -exclamó esa vez, cuando los del gobierno se negaron a regalarle una pantallita.
-Señor, ¡usted no está viejo, y tampoco necesitado! – le dijo uno de esos pobres diablos, que se crecen mucho con unos simples gafetitos sobre sus camisas.
Mocoman, insistió diciendo:
– ¡Claro que sí! Bueno -añadió, luego de haber mirado su rostro en un pequeño espejito que siempre llevaba consigo-; viejo no, ¡pero sí necesitado!
El otro tipo, mirándolo con desdén, replicó:
– ¡Ya se lo he dicho! ¡Lo siento mucho, pero… ¡Usted no califica para ninguno de nuestros programas de ayuda!
– ¿Ayuda? -pensó Mocoman-. ¡Ayuda un carajo! ¡Lo que ustedes dan no es ayuda! ¡Ustedes no son más que unos viles ladrones!
Mocoman se retiró de aquella mesa, lleno de ira. Temiendo lo peor, que le diese diarrea, regreso rápidamente a su pequeño departamento.
Al llegar a este lugar, solamente no dejó de sentirse sucio, sucio y humillado. Haberse rebajado frente a aquel tipo, no dejaba de hacerlo sentirse mal ahora.
“¡Tenían que ser los del gobierno!”, se recriminó.
Al caer la noche, seguía estando triste. Pero no porque no le hayan regalado una pantallita, sino porque recordó que ya no tenía nada más para hacer.
– ¡Ya no hay malandros a los cuales capturar y llevar a la policía! – meditó-. Ahora ¡los policías son los bandidos!
– ¡Qué absurdo se ha vuelto todo! -, siguió meditando el superhéroe, mientras se desvestía-. Ahora mi trabajo ya no me sirve de nada. Si llevo a un asesino o a un ladrón para que lo juzguen y lo encierren, luego, luego, ¡enseguida los ponen en libertad! Definitivamente. ¡Ya no tengo nada qué hacer en este mundo!
Mocoman finalmente se acercó a la pared, apagó la luz, y luego se tapó las piernas con su sabana raída. Hacía fresco. Esa noche, la luna no brillaba como otras veces sí. Al darse cuenta de la oscuridad total de su cuarto, Mocoman se quejó, y entonces dijo:
– ¡Lo que me faltaba! Luna, ¡¿acaso tú tampoco no me quieres?!
La luna entonces le respondió:
– ¡Oh, Mocoman! Pero ¡¿cómo puedes atreverte a pensar eso de mí?!
El superhéroe había empezado a dialogar consigo mismo. Imaginaba que la luna le hablaba y que le decía cosas muy bonitas:
-Mocoman. ¡Eres tan guapo y tan inteligente que, si yo fuese mujer, ¡no duraría nada para enamorarme de ti!
– ¿De verdad, Luna?
– ¡Oh! ¡claro que sí, Mocoman!
– ¡¿De verdad, Luna?!
– ¡SÍ! ¡CARAJO! ¡¿O ES QUE ACASO ESTÁS SORDO?!
– ¡No, Lunita! Es solo que… ¡Olvídalo!
– ¿Qué tienes, Mocoman? ¡¿Qué es lo que te sucede?! ¿Por qué no quieres contármelo?…
Mocoman siguió dialogando con su amiga la luna, hasta que, sin darse cuenta, se durmió. Esa noche no se despertó para nada. Durmió como un bebé.
A la mañana siguiente, al despertarse, se sintió como nuevo; pero no sabía el por qué. Mocoman no podía intuir que su destino estaba a punto de cambiar totalmente de dirección. La vida le tenía deparada una enorme sorpresa.
SEGUNDA PARTE
-Ring, ring-, sonó el teléfono.
Mocoman descolgó el aparato, se pegó la bocina al oído y entonces musitó:
– ¿Diga?
– ¿A dónde estoy hablando? -, quiso saber la voz al otro lado de la línea-. ¿A la casa del respetable y distinguido superhéroe Mocoman?…
Mocoman seguía acostado sobre su colchón viejo, fantaseando y soñando despierto. Imaginaba que ahora vivía en una mansión hermosa y con una tele gigantesca.
– ¿Está él? – preguntó la persona que había llamado.
– ¡Es él mismo el que habla! -respondió con orgullo el superhéroe-. ¿En qué puedo servirle!
-Le hablo de parte del presidente de Ciudad Corrupta… -Pausa-.
-Diga. ¡Lo escucho! -, aclaró el superhéroe.
Mocoman siguió tejiendo sus fantasías en su mente. Imaginaba que lo hablaban para encargarle atrapar a muchos delincuentes “de cuello blanco”, que eran sus favoritos entre todos los maleantes…
– ¡Ah! -suspiró-. Si tan sólo fuese cierto… Con el dinero de ese trabajo, me compraría un colchón nuevo; ah, ¡y también una de esas teles de pantalla plana.
Pero nada de eso era cierto. En Ciudad Corrupta había, no solamente una gran crisis económica, y aumentos del precio de la gasolina, sino que también una crisis de malhechores. Es por eso que Mocoman, por cada otro día que pasaba, se las veía más y más negras. El no tener ya trabajo para hacer, lo hacía sentirse muy abatido. Y es que, atrapar maleantes y asesinos era todo -y lo único- que él sabía hacer; ¡nada más!
TERCERA PARTE
Pasaron las horas, los días, los meses; y también los años. Pero la sorpresa que la vida le tenía deparada al superhéroe, ¡jamás llegó!
Mocoman se fue haciendo viejo, más y más. También se convirtió en un ser muy huraño y melancólico. Todas las noches, sin falta, al dar las diez, se ponía a llorar, como un niño al que sus padres han abandonado.
Su tristeza infinita se debía a que en Ciudad Corrupta se habían extinguido por completo los malhechores. Asesinos de toda clase y tamaño, y ladrones de cuello y negro, habían sido exterminados, tal cual plaga de langostas, por un virus letal, que el presidente de Ciudad Corrupta mandó a comprar en su vecino país: hogar de muchas cosas bonitas como “la bomba atómica” y misiles radioactivos; ah, y también cuna de muchas más cosas bonitas “como el ántrax y demás armas químicas y bacteriológicas”
La noche comenzaba a caer. Aquí y allá, por todas partes, cientos de luciérnagas se encendían y se apagaban, La luna, antigua amiga del superhéroe, poco a poco, iba acrecentando el brillo de su luz eterna.
Los grillos chillaban. A lo lejos, una cigarra no paraba de cantar… Todo era bello y hermoso ahora. Pero Mocoman, de tan triste y deprimido que estaba, no pudo darse cuenta de todo esto.
Por lo tanto, con todo el dolor de su alma, empacó sus pocas pertenencias: su cepillo de dientes, su traje de superhéroe, sus trusitas blancas; su libro favorito.
Luego las metió todas dentro de una caja de detergente “Foca”, la cual amarró, por los cuatro lados, con pedazos de soga de fibra de henequén. Estaba más que listo para partir.
A su paso, todas las luciérnagas lo saludaron con su luz, pero él no les hizo ningún caso.
Caminando con pasos apesadumbrados, los hombros caídos y los ojos tristes mirando siempre hacia abajo, Mocoman se fue alejando, más y más… Hasta que, pasado un gran rato, como una estrella fugaz, que brilla y que luego se apaga, así mismo este superhéroe dejó de “brillar” en la oscuridad de aquella noche.
FIN
Anthony Smart
Enero/28/2017
Agosto/02/2022
_