CUENTO
Esta tarde, como todas las demás de los últimos cinco años transcurridos ya desde aquel día, el hombrecito se ha dado así mismo mucho placer bajo su regadera. Con sus ojos cerrados, y con su mano haciendo lo suyo, su mente le ha permitido sentirse pleno y feliz, sí; como él sabe que jamás podrá serlo en su realidad física y tangible.
Ahora, con sesenta y cinco años en el mundo, el hombrecito sabe que lo único que le queda es esperar a “lo inevitable” Día tras día, la monotonía y la rutina de siempre, ¡nada más! Día tras día… Nada de nada, ¡sólo esperar…!
Ahora, la única cosa bonita que posee, y con la cual logra por unos instantes encontrar algo de sentido y significado a su existencia, es el hecho de disfrutar todas las tardes el darse un torrente de placer con su mano, mientras imagina que…
Su esposa, aquella mujer de cuerpo ancho y grande como un ropero, no lo sabe. Y tampoco tiene por qué. Porque a final de cuentas, ella y él hace tiempo que dejaron de tener intimidad.
Pobrecito de aquel… hombrecito reprimido, quien, días tras día, desde hace ya más de treinta años, se lo ha pasado viviendo y transitando dentro de su más perfecta y segura mediocridad.
Atendiendo su pequeño negocio, para así no morir de una vez, aplastado por su eterno aburrimiento de hombre primitivo y pueblerino – a quien, para tratar de guardar las apariencias, no le quedó más remedio que hacer lo que otro hombre en sus mismas condiciones seguramente habría hecho: “casarse con una mujer y hacer con ella tres o cuatro hijos” -el hombrecito hace tiempo que ya no espera ni desea nada de la vida.
Ahora, después de tantos transcurridos, al hombrecito -de 1.60 cm de estatura- le basta con tener guardado en su pequeña mente su secreto, el cual siempre lo ayuda a seguir sobre el camino, cada vez que siente que su vida solamente ha sido un vil desperdicio.
¡Ni siquiera ama a sus hijos! Y tampoco a su esposa. Es por esto que, en Navidad y Año Nuevo, ¡jamás se ha quedado en su casa! Su casa para él siempre ha sido como una cárcel, en donde respirar siempre ha sido la cosa más difícil de hacer.
El hombrecito pueblerino, desde que era joven supo que solamente le gustaban los hombres. Pero su padre, que era un hombre muy macho, obligó a su conciencia a enterrar su verdadera esencia, en lo más hondo de aquel pequeño pozo que venía siendo su mente.
Y fue así como él jamás permitió que nadie pudiese adivinar siquiera una pizca su verdadera naturaleza: la de un hombre homosexual.
Así vivió por muchos años; siendo un hombre por fuera, y también por dentro. Sus deseos homosexuales ya casi habían muerto por completo en su interior, cuando entonces un día, sin habérselo imaginado, de repente…
Un joven alto y guapo llegó a su pueblo. El hombrecito, que acababa de cumplir sesenta años, cuando lo vio, desde una distancia de veinte metros, quedó completamente enamorado de él.
El joven, que poseía una intuición muy increíble -y como si sus ojos tuviesen imanes-, rápidamente supo que una persona “lo llamaba” desesperadamente con su mirada, con su cuerpo y también con su mente. Esa persona desde luego que era el hombrecito.
Pero él, que toda su vida había sido exageradamente tímido y temeroso, ¡no se atrevió a confesarle sus sentimientos al muchacho!, cuando éste entró un día a su negocio… ¡Pero eso sí; el hombrecito se había grabado en “su disco duro” su mente, sus ojos; la textura de su pelo…, y, sobre todo, ¡su bragueta!
Mirándolo con disimulo, el hombrecito se había deleitado como nunca aquella vez. Todo su ser se había estremecido por completo. Pero había sido muy bueno ocultando todo esto. El muchacho, que conocía a la perfección su secreto, lo torturó muy suavemente. Por unos cinco o diez segundos, se había tocado con una mano el paquete que llevaba oculto entre las piernas.
El hombrecito -como era de suponerse- se había puesto rojo como una fresa. ¡No podía creer lo que sus ojos veían! Aquel muchacho, no solamente era guapo y muy sexy, sino que además muy cínico y descarado. ¡El hombrecito sintió que lo mataban muy suavemente, de dolor y placer!
“¡Dámelo!” “Aquí atrás tengo un colchón…”, le habría gustado decirle al joven. Pero el recuerdo de ser un hombre que vivía en un pueblito, rápidamente hizo callar a su deseo ardiente.
Sin más remedio que resignarse ante sus temores, al hombrecito no le quedó más remedio que solamente disfrutar la presencia física de aquel tan atractivo joven. Después, cuando al fin lo vio salir por donde había entrado, sintió que su corazón se derretía, como queso duro sobre una sartén hirviendo… Pero…
En el ahora, sin faltar ni una sola tarde, cada vez que entra a bañarse, para después irse a su negocio, no pierde la oportunidad para cerrar sus ojos y comenzar así a darse placer con su mano.
Mientras el agua fría va cayéndole sobre su cabeza, y mientras ésta va escurriéndosele por el resto de su cuerpo, el hombrecito no para de imaginar que le hacen el amor, de una y mil maneras, por aquel joven que un día entró a su negocio y… al que nunca más volvió a ver; no de manera física y tangible.
Anthony Smart
Septiembre/09/2022