DIARIO DE ANTHONY
11: 04 p.m. ¡Otra vez NO PUEDO dormir! Aunque esta misma noche “he trabajado mucho” -ya escribí una película hace rato- y, “aunque estoy cansado” -porque fui a La Sucia Mérida a limpiar para un mamarracho-… ¡No puedo dormir!
Y ya había escuchado muchas veces “Long as I live” y “A great memory”, de John Michael Montgomery… Después de casi una hora, apagué el teléfono, desconecté mis audífonos y… Puse a cargar el artefacto.
Luego me acosté otra vez, y, ¡otra vez empecé a pensar en aquellas casas de blanquitos, por donde hoy había pasado caminando… Fueron como cinco o seis calles que caminé para poder llegar a la glorieta donde pasa un camión, etc.
Todas esas calles que caminé, pues estaban repletas de casas no muy feas. Definitivamente sé que en todas ellas viven “blanquitos meridanos”.
Al llegar a la glorieta, tuve que entrar a esa puta tienda, donde ¡siempre te preguntan!: “¿Te gustaría redondear los 50 centavos?”
Yo siempre he querido preguntarles a esos pobres esclavos-empleados de esta puta cadena: “¿Te gustaría rebajarme 50 putos centavos?” Ah, ¿verdad que no podrías?
Yo, si tuviese que trabajar en uno de esos lugares, como rebelde que soy, en lo absoluto preguntaría tal cosa, ¡mucho menos a un blanquito, que son los que más pululan por este lugar de cual te estoy hablando!
Está situado en el norte, como debe de ser. ¡Ya sabes!¡Todos los riquillos viven por el norte! Pero en esta colonia que ahora te menciono, es… ¿Cómo decirlo?
Es un poco raro. Más bien lo es para mí. Me refiero a que, en esta avenida, como pocas que hay, todas las casas “son grandes y no muy feas”,
De hecho, a mí me gustó mucho. Caminando, mientras iba cruzando las casas, yo no paraba de decir, con tono burlesco: “¡Blanquitos!”
Miraba las fachadas, las puertas, los coches lujosos… En una de las casas ¡había 4! “¡Wow!”, volví a exclamar, burlonamente. “Pero ¡qué bonito, blanquitos!”
Luego, cuando llegué a la glorieta, entré a esa puta tienda para comprar un refresco, ya que tenía mucha sed. Y, apenas traspasé la puerta, “sentí dolor”. Porque entonces encontré que todos los empleados “eran muy chiquitos”. “¡Dios!”, pensé. “¿por qué?”
Luego fui a la nevera, agarré lo que quería tomar y regresé a la caja. Había tres, pero solamente una estaba cobrando. La atendía “una mujercita”.
Entonces me paré a esperar. Junto a mí había un blanquito, de unos veinte y tantos, que esperaba a que le cobraran. Recuerdo que me miró. Yo hice como que no lo vi.
Desde luego, ¡YO ERA MÁS ALTO QUE ÉL! ¿Cómo mierdas iba a ser todo lo contrario? Así que, en lo absoluto me sentí “inferior”, sino que, todo lo contrario.
¡Me sentí SUPERIOR, por el puto simple hecho de rebasarlo en estatura! Tan indiferente me sentía por todo lo que en esta vida me había sucedido, que hasta sentí ganas de burlarme de él, simplemente exclamando: “¡Blanquito!”
Luego, cuando se fue, como no había nadie más en la tienda, ¡volvía a mirar a todos esos pobres esclavos-empleados! “¡Dios!”, volví a pensar. “¡¿Cómo le hacen para aceptar “sus lugares” en esta puta sociedad?!”
Mientras hace rato estaba acostado, volví a pensar en lo mismo: “Que por un lado no podía identificarme con esos pobres humanos, porque los rebasaba mucho en estatura, y; por el otro lado, ¡tampoco podía identificarme con ninguno de “los blanquitos”, porque ni era yo blanquito, y mucho menos era “riquillo”.
¡Ya sabes!
¿Cómo no iba yo a estar “dolido y confundido” entonces? Con semejantes contrastes… ¡Ay! Así eran las cosas en esta puta ciudad… tan llena de contrastes y demás.
También; mientras estaba acostado, pensé en lo que aquel mariconcito de Octavito Paz había escrito en “su laberinto de la soledad”. ¡Eso de que “ser blanco nada tenía que ver con tener cierto color de piel!”
Desde luego que él se refería a los blancos de Norteamérica… Para mí, siempre será muy gracioso decir “que los blanquitos de La Sucia Mérida jamás serán blancos de verdad para mí”
Y es que… ¡Me duele mucho ser más alto que cualquiera de todos ellos! Te juro que lo detesto. Si yo pudiese, me gustaría ser “pequeñito”, sí; ¡igualito que lo son todos esos pobres humanos que atienden todas las putas tiendas de esa cadena…!
Tal vez así -¡y solamente así! – yo al fin podría lograr dejar de sentirme TAN RARO Y EXTRAÑO en una puta ciudad como lo es LA SUCIA MÉRIDA.
Pd. Al llegar al centro, ¡otra vez sentí estar en el inframundo! “Todo era caos, desorden y suciedad…”
Anthony Smart
Septiembre/10/2022