* La responsabilidad de Alejandro Encinas consiste en hacer lo que su patrón le diga para implosionar la creciente presencia de las Fuerzas Armadas en el poder político y económico
Gregorio Ortega Molina
Nunca he dejado de preguntarme qué motivó a Alejandro Encinas incumplir con su mandato constitucional y permitir que Andrés Manuel López Obrador ocupara, sin reparo de la autoridad capitalina, las calles de Reforma y Juárez, obstruyendo el tránsito y perjudicando a todos los empleados y dueños de negocios de esas avenidas. ¿Tenemos memoria de lo que desapareció?
Ninguna autoridad se animó a echarse el tiro de desalojarlos, a pesar de violaciones a la ley de libre tránsito y otras. Se fueron solos al darse cuenta de que por esa vía nada lograrían sino hasta doce años después, cuando el México bueno y sabio también se cansó y, por el voto, desalojó al PRI hasta casi borrarlo del escenario político nacional.
Mientras tanto Encinas ascendió, siempre obsecuente, casi servil y dispuesto a obedecer la voz de su amo. Mostró un rostro totalmente distinto al que le conocí en La Tertulia, el programa radial a cargo de Carlos Ramos Padilla. Comimos, conversamos, y cuidadoso de las formas me advirtió que no podía hacerse cargo de la cuenta, a menos de que cada quien pagara lo suyo. Yo tenía la obligación de evitar que él asumiera el gasto.
Ante lo que ahora le sucede, tampoco dejo de preguntarme si fue él quien determinó las conclusiones de la “nueva” investigación sobre la desaparición de 43 estudiantes normalistas. ¿Fue necesario dejar como único responsable al Ejército, para evitar asumir la responsabilidad histórica de reconocer la urdimbre que desde entonces teje la configuración del narco Estado? Imposible saberlo, aunque algunas suposiciones pueden lograrse tras la lectura del libro de Elena Chávez, El rey del cash.
No es que Andrés Manuel López Obrador operara directamente la relación con los barones de la droga, pero muy bien pudo conducirse como los tres monos sabios mientras el dinero fluyera para la operación política y para sus bolsillos. Nada de Los Pinos o Casa de las Ajaracas o casa gris, lo que él necesitaba para sentirse feliz… feliz… feliz, fue ocupar Palacio Nacional, y para permanecer como su inquilino está dispuesto a sentarse sobre la punta de las bayonetas, aunque Talleyrand no recomendara ese método para conservar el poder.
La responsabilidad de Alejandro Encinas consiste en hacer lo que su patrón le diga para implosionar la creciente presencia de las Fuerzas Armadas en el poder político y económico.
Insisto, todo se retribuye. Ahí está el hijo como subsecretario de Comercio Exterior. El nepotismo en todo se esplendor.
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