Toda una sorpresa resultó ser Alfredo Castillo Cervantes como procurador Federal del Consumidor. Surgió de la zona gris que para él significaba haber sido subprocurador General de la República desde el inicio de la actual Administración para, con todos los reflectores, debutar en la titularidad de la Profeco. Su papel ahí ha sido rimbombantemente espectacular.
Cierto, sí, que se desplaza por las calles y avenidas de la capital nacional en una aparatosa y –para los demás automovilistas y peatones– muy molesta caravana de camionetas, alguna de ellas seguramente blindada. Cierto, también, que su corazoncito sigue puesto en la PGR, de la que algún día espera ser titular. Pero, ¡por favor!, no vayan a removerlo de su puesto actual. Ni se les ocurra ascenderlo o cumplirle su sueño. Ahí está bien. Requetebién.
Y es que, seguro usted ya lo ha notado, no pasa un día sin que, activo, proactivo, don Alfredo Castillo Cervantes no dé la nota:
Que ya se lanzó contra los laboratorios que se anuncian con falsedades en la televisión… que suspendió una campaña engañosa de la embotelladora de refrescos más conocidos del planeta… que contra una hamburguesería… que una gasera por aquí… que dos, tres hoteles de lujo por allá… que varias gasolineras… que los mostradores de las aerolíneas… que las telefónicas… que hasta un sitio de taxis…
¡Caramba! ¡Cuánto trabaja don Alfredo!
Nada que ver con el pasado. Ni con el ayer del influyentismo ni mucho menos con el anteayer, cuando la Profeco más parecía cómplice de los abusivos comerciantes y prestadores de servicios que mantenían al consumidor cual su rehén, en la frustración y el coraje permanentes.
Y todo ello, por supuesto, ha provocado las infaltables críticas a la loable labor de don Alfredo. El gremio de los comerciantes capitalinos, por ejemplo, que lo acusa de quemar su pólvora en infiernitos, sin atacar los verdaderos problemas que afectan a los consumidores de servicios públicos. Los propios comerciantes, entre ellos.
Porque sí. Eso nos falta ver de don Alfredo. Que se lance no en contra de la CFE ni de Pemex, sino de la Secretaría de Hacienda que mes a mes incrementa los precios de todos los energéticos que, la verdad, son servicios y productos que además dejan mucho qué desear. ¿Se imagina usted unos enormes sellos de CLAUSURADO en las oficinas de Luis Videgaray?
¿Y LOS SERVICIOS PÚBLICOS?
Tales sellos, empero, no sólo deberían ser colocados en el ala norte del Palacio Nacional, donde despacha el number two del sexenio.
¿Qué tal en los aeropuertos donde, como viajeros, pagamos una tarifa por hacer uso de sus instalaciones? Las de la terminal 1 del Internacional de la Ciudad de México, por ejemplo, son un asco. Huelen permanentemente a cañería. Son incómodos. Llenos de tiendas que reducen las áreas de tráfico de los pasajeros que tienen que caminar cientos y cientos de metros para abordar una aeronave. ¡Y pagamos por ello!
Y le pregunto don Alfredo, ¿quién se encarga de verificar que las “contribuciones” que en cada ciudad nos cobran las autoridades locales en materia de predial, alumbrado público, pavimento y banquetas sea de verdad retributivo, como marca la Constitución? No hay villa, pueblo, fraccionamiento o urbe cuyas calles no estén destrozadas, mal iluminadas e inseguras. ¿Le corresponde a usted como titular de la Profeco? ¿Con quién nos quejamos y, sobre todo, ante quién exigimos se nos retribuya lo que erogamos a favor de las administraciones locales?
A Castillo Cervantes, cierto, le hace falta asomarse y, más aún, profundizar en temas tan controvertidos y perjudiciales para los ciudadanos como darse de baja en ciertos servicios, sobre todo los que brindan los operadores de telefonía, el redondeo al alza en las tarifas de los estacionamientos públicos, la publicidad engañosa, la protección en la compra de vivienda frente a los “desarrolladores” abusivos, la letra chiquita en los contratos… pero antes que nada, a don Alfredo le hace falta ponerse exigente y castigador con los servicios y productos que a los indefensos consumidores nos brinda el gobierno federal, ¿no cree usted?
Por lo pronto, un favor enorme le solicitamos muchos ciudadanos contribuyentes, muchos ciudadanos consumidores a su jefe: No cambie a Alfredo Castillo de la Profeco, como él quiere, anhela y desea. Por eso quiere los reflectores encima de él. Déjelo ahí. Tiene todavía mucho qué hacer. Y sí, ¡que Castillo se quede en la Profeco!, ¿o no?
Índice Flamígero: ¡Qué lástima que Mario DiConstanzo no aspire a la titularidad de Hacienda! Lástima, sí, porque de ser francotirador al cargo, ya estaría desplegando una campaña de autopromoción al estilo de Castillo Cervantes, de supuesta defensa a los sufridos usuarios del abusivo sistema financiero. Igual, sí una campaña de mucho, mucho ruido… y pocas nueces, como dice el refrán.