Joel Hernández Santiago
Todo el aparato del Estado mexicano trabaja para complicarle la vida al Instituto Nacional Electoral (INE).
Todos en la 4-T recibieron la orden: anular al árbitro comicial, restarle autoridad, disminuirlo poco a poco, hasta su anulación y volver a la vieja historia del principio, la aberrante historia por la cual quien coordinaba las elecciones, sabía de candidatos e imponía sus reglas para hacer “ganar” a sus propios candidatos o partidos, era el gobierno mismo…
… Casi siempre desde la Secretaría de Gobernación, la misma Secretaría que en 1988 anunció que se había caído el sistema de conteo. Por entonces el encargado de la coordinación y conteo era la Comisión Federal Electoral encabezada por el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, quien fue designado por el muy neoliberal expresidente, Miguel de la Madrid.
Así que ese año ganó, sin chistar, el presidente priista Carlos Salinas de Gortari, con el mismo partido que hoy -en tiempos de “Alito” participa con Morena en la Reforma Electoral para acabar con el INE.
Precisamente por esos vicios políticos fue por lo que se creó el órgano de coordinación y supervisión electoral.
Esto es: en 1990, como resultado de las Reformas realizadas a la Constitución en materia electoral, el Congreso de la Unión expidió el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) y ordena la creación del Instituto Federal Electoral (IFE), a fin de contar con una institución imparcial que de certeza, transparencia y legalidad a las elecciones federales. Así hasta 2014 cuando se transforma en el autónomo INE.
Son poco más de 27 años en los que se ha construido un órgano de confianza democrática y electoral, de certidumbre y de expectativas para consolidar esa democracia que para la gran mayoría mexicana sigue siendo una asignatura pendiente.
Y lo es porque lejos de que los grupos políticos y los políticos mismos se entiendan en democracia, hacen todo lo posible por saltarse las trancas y cometer violaciones constitucionales o de tipo electoral para conseguir el triunfo y llegar al poder. Y precisamente muchas de estas artimañas han sido detectadas y enviadas a juicio electoral por el INE.
Hoy podemos decir que independientemente de las triquiñuelas que utilizan candidatos y sus partidos, gobierno e intereses de predominio político, el INE está ahí para garantizarnos que esto se puede evitar y que la democracia aún es posible en México…
Pero nada que, desde hace tiempo, al presidente de México se le ha metido entre ceja y ceja que el INE debe desaparecer, a pesar de que niega esta decisión.
Aduce altos costos de operación, aduce altos sueldos, aduce que es una Institución no propia para las condiciones económicas del país en tiempos “de transformación”
Ha girado instrucciones a sus mayorías legislativas, incluyendo a sus partidos rémora, para que aprueben su Reforma Electoral, a todas luces antidemocrática y anti-INE. Sus obedientes operarios trabajan ya en ello. Y buscan conseguir que integrantes de partidos opositores traicionen a sus institutos políticos y voten en favor de la propuesta presidencial.
Gobernadores de Morena y congresos locales con mayoría de Morena trabajan en destruir al INE. Casi todos ellos están ahí por supervisión y coordinación electoral del INE.
Pero sobre todo llama la atención la manera tan burda como los tres candidatos presidenciales a ser candidato por Morena en las elecciones para presidente en 2024 hacen juegos malabares para quedar bien con quien habrá de decidir cuál de ellos será quien tome la estafeta en junio de 2024.
La más evidente en esta ingente tarea es la candidata preferida de Palacio Nacional, Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de CdMx y quien ya recorre el país en abierta campaña para conseguir simpatías nacionales y también la mirada dulce y tierna del habitante de ese Palacio.
Lo hace día a día. Todo el tiempo. No sólo en otros menesteres en los que siempre quiere ser mano en eso de quedar bien con el presidente. Hace y repite como autómata lo que se manda desde las Mañaneras nacionales.
Aduciendo los mismísimos argumentos presidenciales: que el INE es “oneroso”, que urge una revisión y, lo más recientes es que convoca a los ciudadanos de la Ciudad de México para que apoyen la Reforma Electoral presidencial.
Marcelo Ebrard hace lo mismo por su propia cuenta. Califica de positiva la reforma electoral; “tenemos un sistema muy caro”, afirma. Comparó -como días antes lo había hecho el presidente– el sistema electoral de Brasil y de México en donde “el resultado se obtuvo en horas en un país mucho más grande” Y que “tenemos un sistema tan antiguo, tan lento, tan lleno de oficinas, de procesos, de escrutinio”, en referencia al INE.
Por su parte del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, recorre el país para convencer a los congresos estatales para que voten a favor de la presencia militar en las calles hasta 2028 y de paso se da su tiempo para buscar que se solidaricen con la Reforma Electoral presidencial.
Así todo está a la vista, al portador. Quieren anular al INE, el mismo instituto que cometió un craso error al llevar a cabo una encuesta por la que el universo de participantes -mínimo, dicen los consejeros electorales—favorece la elección de consejeros electorales mediante votación…
Pero más allá de errores o aciertos, lo que importa realmente es que el INE debe prevalecer. Debe seguir siendo el garante de lo electoral en México, el árbitro para llevar a cabo la fiesta electoral en paz y con credibilidad.
Eso lo ha hecho por años, incluidas las elecciones de 2018 en las que se reconoció el triunfo de “Juntos haremos historia”. Y debe ser el espacio de los mexicanos para consolidar la democracia que hoy mismo está en riesgo de desaparecer con esta Reforma Electoral.