Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
Pase lo que pase este domingo en las cerca de 30 ciudades en las que la ciudadanía saldrá a marchar en contra de la regresiva reforma electoral impulsada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, la convocatoria a protestar ya cumplió con su cometido de manera exitosa.
Y es que independientemente de si la participación es o no muy numerosa –el régimen apuesta a que no lo sea y para eso insulta y amedrenta a los ciudadanos que piensan ejercer su legítimo derecho a la manifestación-, el tema se posicionó en la agenda pública a tal grado que la reacción del lopezobradorismo ha sido furibunda, lo cual es directamente proporcional al nivel de molestia y preocupación que les causa.
Además del presidente, todos sus voceros, facilitadores, textoservidores y, por supuesto, los funcionarios de los tres niveles de gobierno de la “4t” salieron a descalificar la marcha, llenando de epítetos y calificativos -a cual más soeces y vulgares- a quienes convocan y a quienes acudan, lo cual habla más de ellos que de los manifestantes.
¿Qué es lo que en realidad le preocupa al régimen de la autoproclamada “cuarta transformación”? Una marcha, por multitudinaria que pueda o no llegar a ser, no va a influir en el ánimo de los diputados y senadores de Morena y sus partidos satélite. No van a cambiar el sentido de su voto porque éste no se basa en razonamientos, sino que es por consigna, en favor de un proyecto político y no del bien común ciudadano. No querrán moverle ni una coma a la iniciativa presidencial, por más mexicanos que se los exigieran.
Quizás un movimiento popular de esta magnitud pudiese influir en los legisladores de oposición. Pero está visto que con un poco de presión del gobierno basta para que los más corruptos –que por supuesto que los hay, ya se dejaron ver- reculen y “chaqueteen”. El clamor ciudadano les importa un pepino cuando en la balanza están sus propios intereses y sus esqueletos en el clóset. Son capaces de vender a sus madres con tal de salvar sus podridos pellejos. Que no vendan convicciones y al país.
¿Cuál es entonces la razón de la rabia de López Obrador y sus huestes por una manifestación que no se organizará con cuantiosos recursos para el acarreo de personas, como las concentraciones a las que ellos sí desvían dinero público? Pues precisamente ésa.
El hecho de que la sociedad civil decida organizarse libremente para manifestarse, sin prebendas de por medio, sin despensas ni días libres ni necesidad de amenazas laborales, los saca de quicio porque rompe con el esquema que el lopezobradorismo retomó de la más vieja tradición priista para mantener el control sobre la población: el clientelismo, que es la única base que sostiene la “popularidad” de un presidente sin logro alguno más que el de repartir dinero que no es suyo y que ya no sabe de dónde sacar; que insulta a los ciudadanos a los que debería gobernar en igualdad de circunstancias sin importar si lo apoyan o no; y que ha derrochado miserablemente los cada vez más escasos recursos del país en monumentos a su ego y en el culto a su personalidad.
Que en casi 30 ciudades del país –incluyendo el que fuera su principal bastión, la Ciudad de México- haya ciudadanos dispuestos a soportar los denuestos oficiosos, a levantarse temprano en domingo y marchar bajo el sol para oponerse a una reforma con la que se pretende la restauración del sistema de partido hegemónico y la destrucción del sistema electoral democrático construido con y por los propios ciudadanos durante las últimas tres décadas, es algo que no soportan, porque derrumba el mito “tetratransformado” y exhibe que México es un país con pluralidad de ideas, que no acepta la imposición de un pensamiento único y que por ello exige, contra los que se conforman con alabar mientras reciben mendrugos. México es mucho más que ellos, por más que pretendan secuestrarlo.
Solo por eso, la marcha, aún sin haberse celebrado todavía, ya tuvo éxito, porque cimbró las bases del régimen con muy poco. La siguiente y definitiva batalla será en el Congreso.
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