Luis Farías Mackey
El género humano es aspiracionista. Oímos a López Obrador y nos dejamos ir como gorda en tobogán sin escuchar las contradicciones propias de su pensamiento y mundo.
Tomamos como ofensa lo que en realidad es una ponderación. Claro, lo hacemos por el tono de su mensaje, la sonrisa socarrona que siempre acompaña y la polarización que tan exitosamente exuda por todos sus poros. Pero quien está mal es él.
El hombre y la mujer no pueden ser más que aspiracionistas. Llegamos al mundo aspirando y terminamos en él con nuestra última expiración. Aspirar es en nosotros, en el ámbito biológico, algo automático, involuntario. De hecho, voluntariamente somos incapaces de dejar de aspirar sin alguna ayuda externa que bloquee nuestra respiración, porque todos los instintos naturales de nuestra biología nos obligan, incluso en contra de nuestra voluntad, a aspirar.
Así, el insulto de López sería algo así como que somos unos “respiracionistas”. En todo caso, también él y todos sus feligreses: rabiosamente aspiracionistas.
Aspirar también es humano en la otra acepción del término: desear o querer conseguir algo.
El hombre no es solo biología, es reflexión, conciencia y voluntad. Nuestra carácteristica diferencial con el resto del reino animal es que pensamos y al pensar tenemos posibilidad de generar ideas que comunicamos y valoramos en conjunto. Es el mundo axiológico de los valores, ideas que valoramos por bellas, verdaderas o justas. Y es en virtud de que valoramos ciertas cosas que nos las imponemos como fines. Ser humano es insertar fines humanos en la naturaleza, crear sobre la Tierra un mundo humano de valores y fines en el que vivimos: cultura. A diferencia del animal que sacia su necesidad al comer, beber o dormir; los hominidos queremos algo más, propio del mundo de las ideas y de los valores. Incluso nos imponemos satisfactores que nada satisfacen, como el consumismo. Pero hasta en esta perversión de la necesidad y la satisfacción, aspiramos a algo.
Pero no nada más aspiramos a un fin, somos por igual seres con voluntad capaces de llevar a la acción nuestras aspiraciones. Los animales no aspiran, tienen necesidades. En cambio el hombre aspira a la belleza y es capaz de dejar de comer por gozar una sinfonía; aspira a la justicia y puede dar la vida misma por ella; aspira a la verdad y entrega toda su existencia en su búsqueda o defensa. Aspira al amor y hasta la razón entrega a cambio. Se dice que la humanidad surgió cuando un hominido levantó su brazo en defensa de un indefenso: aspiró desde la posición del otro y actuó en consecuencia. Aspirar es antes que nada desear el bien propio y ajeno. Quien no aspira no conoce el bien ni lo desea para sí mismo ni para sus semejantes.
El propio López aspira a no aspirar, porque eso sería ser Dios, pero su aspiración a serlo lo condena a su naturaleza humana aspiracionista. Aunque no sea capaz de saberlo.