CUENTO
Allá, en el norte de una ciudad muy mojigata, llamada “La Sucia Mérida”, un empresario de clase alta, una noche, en la que su querida y amada esposó se negó a jugar los juegos que a él siempre se le habían antojado jugar, luego de permanecer despierto por más de seis horas, en las que no hizo otra cosa sino que sólo meditar, meditar y meditar sobre lo que un hombre como él y de su posición privilegiada podía hacer, cada vez que su esposa se negaba, no solamente comerse tu trozo de carne, sino que también a practicar otras cosas, al fin exclamó: “¡Claro!” “Pero ¡cómo es que no se me había ocurrido antes!” Y, después, se quedó dormido.
Esa noche no se levantó siquiera a orinar. Porque entonces solamente durmió una hora. Apenas dar las cinco; la alarma en su teléfono celular comenzó a sonar con un ruido de porno música reguetonera: “Despacito, te lo voy a meter todo en tu cu… ellito…”
Su esposa, que seguía estando bajo los efectos de un poderoso somnífero, en lo absoluto se despertó, cuando su marido se la pasó varios minutos haciendo movimientos frenéticos con su mano.
Al final, el volcán del hombre millonario hizo erupción sobre su pierna izquierda. Mirando toda su lava, estática sobre su piel blanca y velluda, se sintió más que liberado. Su volcán había retenido toda su furia toda una noche entera.
Ahora; el hombre sintió ya no necesitar a su mujer: aquel ser que nunca había aceptado jugar los juegos que él siempre le había propuesto jugar: “Yo fingiré ser un sacerdote, y tú una monja…”
“¡Eres un cerdo degenerado! ¿Por qué no mejor vas y buscas en los anuncios clasificados, o en la internet, a furcias que sí acepten cumplir tus perversiones…?”, le dijo su mujer un día.
Al caer la noche, y luego de acostarse junto a su esposa mojigata, quien ahora leía la Biblia, el millonario, con los brazos detrás de su nunca, y mirando hacia lo alto de su cuarto, se puso a meditar…
“¡Lo tengo!”, exclamó, cuando el foco en su cerebro se le encendió. Y, riéndose como un niño con juguete nuevo, le dio la espalda a su mujer, se tapó las piernas con su sabana, para luego disponerse a dormir.
Horas después, al llegar la mañana, el hombre no jugó con su volcán. En vez de hacer eso, se puso a ultimar todos los detalles de su brillante idea. Crearía y fundaría su propio burdel, en donde todos los hombres con los mismos deseos que él podrían subir, vivir y disfrutar, sin restricciones de ningún tipo.
Pero, para lograrlo, tendría que vender sus seis ferraris rojos de colección, así como también buscar a socios que pudiesen y quisiesen poner sus dineros en dicho proyecto. Haciendo cálculos mentales, el hombre sintió algo de dolor, cuando supo que, aunque le vendiese su alma al diablo, aun así, tampoco le alcanzaría para crear su obra como él ya se lo había imaginado en su totalidad. “Quiero que sea de tres pisos… Quiero que sea enorme. Algo nunca antes visto, algo que maraville a todos los hombres a los que sus esposas…”
Interrumpiendo sus pensamientos, el millonario siguió haciendo los bosquejos de su tan ansiada obra. Gracias a que era arquitecto, no le costaría ningún centavo llevar a cabo los planos de dicho sueño…
Seis años después, el día de su cumpleaños número 56, el arquitecto y sus demás socios, inauguraron el burdel más grande construido jamás por el hombre.
Dicha cosa había sido construida sobre un antiguo porta aviones, que los gringos invasores de países habían dejado botado como basura en los mares de Baja California.
Gracias a esta enorme pieza enorme de acero, el arquitecto y sus demás socios se habían ahorrado varios millones de pesos. Ahora, el empresario fundador del “Putanic”, ya nunca más tendría que molestar a su querida esposa. Porque ahora en su burdel, mujeres prepagadas, como paquetes de telefonía celular, atenderían muy gustosas todos sus deseos y jueguitos que a él se le ocurriesen jugar siempre.
Lo mejor de todo en este burdel flotante era que había para lugar para hombres de todas las clases económicas. El primer piso era para los muy ricos, el segundo para los medios ricos, y el ultimo para los pobres. El empresario estaba muy contento de su logro, y del hecho de que en su burdel jamás se discriminaría a nadie por su condición social. ¡Vaya! ¡Él sí que era un visionario!, un hombre que le proveería placer y felicidad a hombres con esposas como la suya.
“¡Ay, no!” “¡Que quieres que te meta QUÉ por detrás!”, exclamó siempre alarmada la esposa de José Carlos Peón Montejo Montes de Oca, cada vez que él le dijo que quería sentir lo que ella sentía cuando él le introducía siempre su volcán ardiente. “¡Eres un degenerado! ¡Cómo se te ocurre pedirle semejante barbaridad a tu esposa!” La mujer, escondiéndose debajo de su cobertor, enseguida se ponía a llorar por tener a un esposo “tan puerco y pervertido” como José Carlos.
Después de tantos años de vida sexual, triste y reprimida junto a su esposa, el empresario de La Sucia Mérida, al fin era feliz con su burdel flotante. Pero nada puede durar para siempre: muchos menos la felicidad. Y José Carlos, de tan feliz que ahora lo era, jamás imaginó que… él nuevamente volvería a la infelicidad. Y, esta vez sería para siempre.
Un día, mientas él se encontraba en Miami, de compras por los sex shops más famosos y sofisticados de dicha ciudad, alguien le habló y le comunicó que su burdel había sufrido un accidente.
Extrañado, poque sabía que su burdel jamás se alejaba mucho de la orilla del mar de Progreso, José Carlos creyó que solamente le estaban jugando una broma. “Ja, ja”, se burló. “Si, ¡cómo no!”, le espetó al hombre que le había hablado. “Dices que mi burdel ha chocado ¡¿contra qué?!” El hombre entonces le respondió: “Lo que has escuchado. ¡Tu burdel chocó contra un pedazo gigante de hielo, en forma de pene!”. “¿Un iceberg en los mares de Yucatán? ¡Ja! ¡Cómo no!, se volvió a burlar el empresario. El hombre, molesto porque no le creían, terminó diciéndole: “Si no quieres creerme, ahora lo harás”. José Carlos, al instante escuchó un ruidito en su teléfono celular, lo que indicaba que alguien le había enviado un nuevo mensaje.
Apenas terminó de hablar, José Carlos abrió su “What´s That”, y, y entonces vio la foto de su burdel que se iba hundiendo en la oscuridad. Esa noche solamente la luna brillaba, dejando ver así al burdel, donde hombres y mujeres gritaban, pero a quienes nadie escuchaba; excepto el enemigo del empresario: el mismo hombre que minutos antes le había marcado para darle la noticia de su gran perdida.
Gracias a un borracho ricachón, imbécil y pertinente, que se creía capitán de barcos -que luego de discutir con el capitán del Putanic, un hombre pobre de ascendencia maya, al que llamó “naco, huiro, patas rajadas, igualado” y demás linduras -el Putanic no viviría ni un mes.
Con el timón ya en sus manos, el borracho enseguida aceleró la velocidad del Putanic. La noche, que por ratos se nublaba y se volvía a despejar, no le permitió a ese imbécil, ni a nadie más, ver el hielo duro y grande que, de manera súbita e increíble, había surgido unos nudos más hacia adelante. Si tan solo las estrellas hubiesen brillado esa noche. Pero nunca lo hicieron, ya que todas ellas estaban infectadas con Covid.
Por lo tanto, mientras la luna había sido cubierta por unas nubes, el Putanic avanzó en completa oscuridad. Minutos después, todas las personas a bordo sintieron cómo el burdel se sacudía. Algunos cayeron al suelo. Los que jugaban en sus respectivas camas, corrieron con más suerte.
Transcurridas tres largas horas de agonía del burdel más gigante de toda la historia, en la que ninguna institución moral o religiosa vino a su rescate, el Putanic fue tragado por las aguas tibias de aquel mar. Antes de hundirse, se había partido en dos. De las dos mil personas a bordo, que habían subido para jugar, divertirse y ser felices, ninguna sobrevivió.
Su dueño, el empresario José Carlos Peón Montejo Montes de oca, tampoco sobrevivió a dicha tragedia.
Dolido por su tan enorme perdida, y viendo que jamás lograría ser feliz junto a su esposa mojigata, rentó una lancha y -con las estrellas ya recuperadas del Covid- se fue abriendo paso por entre los Everglades.
Avanzando a toda velocidad, el viento de Florida le acarició su rostro triste. Sus ojos, que hasta ahora se habían esforzado en no llorar, comenzaron a hacerlo. José Carlos lloró y lloró lágrimas de cocodrilo, hasta que, pasado un rato, sentado en la orilla de aquella lancha, se dejó caer hacia atrás.
Breves segundos después, un grupo de seis cocodrilos acudieron hasta él, y entonces se pusieron a despedazarlo. Su sangre de hombre visionario se mezcló con aquellas aguas turbias. De su cuerpo -al igual que el del Putanic, su tan amado burdel flotante-, no quedó absolutamente nada.
Título original: “Putanic: El burdel que naufragó”
FIN
Anthony Smart
Septiembre/19/2022
Octubre/17/2022