El 20 de noviembre entraña muchas reflexiones, no solo por la trascendencia de la revolución mexicana como el primer gran movimiento colectivo del siglo XX, sino por lo que significa en el imaginario social mexicano. Son muy claras las luces que definen a la revolución con sus postulados y conquistas, pero también sus sombras al derivar en un conflicto entre caudillos que no solo pelearon por arrebatarse el poder, sino que se mataron entre sí. La revolución a su vez, ha nutrido la cultura e identidad mexicana de manera permanente, lo constatamos en la literatura, las artes plásticas, la gastronomía, el teatro, la música, el cine, incluso en nuestra jerga al hablar el español de México.
Fuente también inagotable de crónica y memoria histórica lo representan un sinfín de anécdotas revolucionarias desde las más cruentas hasta la más chuscas, las que son ampliamente conocidas y difundidas o las que simplemente pertenecen a pequeños círculos por provenir de historias familiares o bien por ser parte de profundas investigaciones en un periodo histórico que por fortuna ha sido ampliamente estudiado y documentado.
Es aquí donde surge una de esas historias, de talante positivo y humanista, que reflejó no solo las virtudes que distinguieron a prominentes actores de la revolución, sino que asombrosamente se replicó hace algunos años en el mismo sitio donde ocurrió en 1912, sin duda una de esas rondas que le imprimen un sesgo fascinante a nuestra memoria histórica. La historia ya ha sido difundida con anterioridad, pero viene a colación de nueva cuenta por polarización que vive el país y donde ejemplos como este abonarían para lograr un México mejor.
Francisco I. Madero, siendo Presidente de la República, nombró al integérrimo General Felipe Ángeles Director del Colegio Militar que en ese entonces tuvo su sede en el Castillo de Chapultepec, escenario de la gesta de los alumnos del colegio durante el desastre de 1847. La decisión fue acertada debido no solo a la enorme capacidad técnica y militar de Ángeles, sino a su indiscutible lealtad al presidente en tiempos en que el ejército federal aun respiraba por la herida tras la derrota que les infligió Madero en Ciudad Juárez en 1911 y también por ser el brillante artillero uno de los hijos más aventajados del mencionado plantel, no sobra decir que también Ángeles era muy popular y querido por los cadetes.
Sin embargo, Madero tenía un problema serio en el Estado de Morelos, nunca pudo entenderse con Zapata, el caudillo del sur, intransigente no reconoció otros postulados que no fueran los del Plan de Ayala y pronto el pequeño Estado de Morelos estuvo cubierto de sangre y fuego. Los métodos violentos empleados por el ejército federal no sometieron a Zapata sino todo lo contrario, exacerbaron el zapatismo y el apoyo popular a la causa agrarista. Madero a pesar de no coincidir con Zapata, tomó de todas formas una decisión acertada y nombró al Director del Colegio Militar Comandante de Operaciones Militares en el Estado de Morelos.
Felipe Ángeles dejó las placenteras jornadas como educador y la vida grata en Chapultepec para ahora mandar tropas desde Cuernavaca, es muy emotiva la fotografía del Archivo Casasola que muestra a Ángeles en el estribo del vagón del tren partiendo a Morelos mientras es despedido por sus alumnos marcialmente formados en el andén. Al llegar a Cuernavaca la situación cambió por completo. Ángeles sin dejar de atender sus obligaciones militares implantó una política conciliatoria y más humana con los zapatistas, los cual distendió el rudo panorama local, los zapatistas correspondieron al gesto y aunque en la historia no caben los “hubieras” se afirma con razón que de haber continuado en Morelos, tal vez Ángeles hubiera logrado la concordia con Zapata, un hecho irrefutable es que poco después cuando Ángeles sirvió en la División del Norte y la Convención, los zapatistas siempre lo vieron con simpatía. Rosa E. King, dueña del famoso hotel Bellavista de Cuernavaca narró aquellas jornadas en su famosa “Tempestad sobre México” y ahí hace precisamente una descripción fotográfica de la inmensa calidad humana del brillante artillero.
Pero no solo la señora King lo pudo constatar, Ángeles procuró atender a todos los sectores de la sociedad cuernavacense y morelense, incluso en momentos de tensión en las complejas relaciones estado-clero visitó y conferenció con Monseñor Manuel Fulcheri y Pietrasanta, III Obispo de Cuernavaca entre 1912 y 1922. No sobra mencionar que el joven obispo vivió uno de los momentos más difíciles en la historia de su Diócesis. Ángeles y Fulcheri se entendieron y ello fue utilidad en un territorio y tiempos convulsos, existe una fotografía de ambos en la huerta de la catedral de Cuernavaca, están rodeados de personajes notables y Ángeles tuvo la cortesía de asistir vestido de civil al encuentro.
Desafortunadamente al estallar la Decena Trágica, Ángeles partió a apoyar a Madero en la capital y ahí se truncó, quedando inconclusa su labor en Morelos.
Casi 100 años después, en 2010, Morelos vivió momentos de gran tensión e inseguridad, afortunadamente para la entidad, convergieron dos personajes que no han sido reconocidos en toda su dimensión, el General Leopoldo Díaz Pérez, coincidentemente colaborador eventual de INDICE POLITICO, quien era Comandante de la 24 Zona Militar y Don Alfonso Cortés Contreras. XI Obispo de Cuernavaca.
Al igual que sus ilustres antecesores, el General Díaz y Don Alfonso, bregaron por la paz y la concordia, recorrieron toda la geografía morelense, y afortunadamente establecieron una magnífica relación personal y con la sociedad local, justo como lo hicieron Ángeles y Fulcheri, también se fotografiaron juntos en un documento que no solo es simbólico sino relevante para la historia de Morelos. Era común que Don Alfonso visitará la zona militar pero también que el General Díaz fuera con su familia a misa en catedral cuando estaba franco. Sin embargo, como ocurre en el ejército y la iglesia, llegó el momento del relevo, El General Díaz fue comisionado a la Ciudad de México y Don Alfonso promovido a Arzobispo de León, donde actualmente se encuentra.
Al General Díaz se le quiso vincular en un asunto de la muerte de un civil, un burdo intento de quienes se vieron afectados por su notable labor, afortunadamente acredito con hombría su inocencia y proceder. Hoy no son pocos los que añoran la presencia del General Díaz y Don Alfonso en Morelos, son hombres que desde sus respectivas trincheras abonaron a la paz social del estado, su ejemplo no solo repite el actuar de Ángeles y Fulcheri durante la revolución, sino que es un referente de la congruencia y prudencia que debe prevalecer en estos tiempos convulsos en México.