CUENTO
Pasaron los años, unos diez, más o menos. Un día, de repente, el teléfono sobre aquella cama, empezó a sonar.
-¿Houla? -respondió un hombre, con acento gringo.
-¡Hola! -devolvió la otra voz, al otro lado de la línea.
-¿Quién habla?- enseguida pidió saber.
-¿Con quién desea hablar?- quiso saber el gringo.
-¡Con Anthony Smart! – dijo el otro.
-¡Está ocupado!- replicó el gringo.
-¿Quién es usted, y ¡por qué tiene su teléfono!?-preguntó casi indignado el hombre al otro lado de la línea.
“Anthony”, susurró el gringo, cuando el hombre ya le había dicho su nombre. “Te habla un tal Fernando Sierra”.
Anthony, que ahora trabajaba en uno de sus guiones, sentado frente a la pantalla de su computadora, susurró: “¡Dile que no estoy, o que estoy muy ocupado!”
De regreso al teléfono, el gringo se puso a decir lo que Anthony acababa de comunicarle:
-Anthony me ha dicho que le diga que está muy ocupado, y que ahora no puede atenderlo…
-¡¿Quién es usted?! -volvió a preguntar Fernando Sierra, esta vez con más energía que la anterior-. Y ¡¿por qué tiene su teléfono?!
El gringo, sabiendo ya a la perfección toda la vida y pasado de su amigo el escritor “Anthony Smart”, enseguida le respondió:
-¡Soy su padre…! ¡Y todas las noches tengo sexo con él!
Fernando Sierra, apenas escuchó esta revelación, sintió desvanecerse. Apoyando su cuerpo entonces contra la pared de su cuarto, pensó adolorido: “Así que al fin encontró un padre…” De repente, sin poder evitarlo, se puso a llorar.
Porque entonces recordó el rostro de aquel muchacho, quien hartamente dañado por la vida, una y otra vez le había pedido que por favor fuese su padre por un tiempo. Y él, se había negado. Ahora, al pedir hablar Anthony, éste se había negado. Sintiéndose solo y perdido, porque sus dos hijos acaban de abandonarlo a su suerte en un hospicio para personas con cáncer pulmonar, Fernando sintió exactamente lo mismo que un día Anthony había sentido…
Anthony, quien ahora vivía en California, se había convertido finalmente en un guionista de películas. Su amigo, un gringo de setenta años, alto y muy guapo, y quien hasta sus cincuenta años había sido modelo de ropa para “JC Penney”, ahora era, no solamente su mejor amigo, sino que también su colega.
Él y Anthony escribían guiones de películas. Para este entonces, de las cinco películas nominadas al Oscar, habían ganado tres de ellas. Eran muy famosos y exitosos como guionistas.
Anthony; hacía ya mucho tiempo que se había decepcionado de la vida. Por lo tanto, él, hacía ya mucho tiempo que había dejado de ser “maricón”. Su amigo desde luego que sabía el porqué de todo esto. Anthony ya se lo había contado mucho tiempo atrás.
Su amigo, además de ser alguien ya muy maduro, también era homosexual. Pero él y Anthony jamás habían tenido sexo. El hombre, a manera de broma o juego, algunas veces incitaba a Anthony para que lo tuvieran.
Algunas veces, por ejemplo, luego de bañarse, entraba en el cuarto de Anthony y, acostándose en la cama, usando solamente una trusa blanca “Hanes”, que sabía siempre le habían gustado mucho a su amigo, se ponía a tocarse su pene.
“Mira esto, Anthony…”, enseguida bromeaba. Después, viendo que su amigo no le hacía ningún caso, pasaba a lo siguiente. “Mira este pecho lleno de pelos…” Anthony, un tanto absorto en su pantalla, hacía como que no lo escuchaba.
Después, para gastar su última reserva de tentación sexual, el hombre se ponía boca abajo y, con las nalgas erguidas viendo hacia el techo, volvía a su ataque diciendo: “Anthony. ¡Mira estas nalguitas…! ¿Por qué no vienes y les das unas mordiditas?” Anthony, finalmente, volteándolo a ver, solamente le respondía:
“JURO QUE UNO DE ESTOS DÍAS ¡HARÉ QUE TE HAGAN UN LOBOTOMÍA!, PARA QUE ASÍ YA DEJES DE DECIRME TONTERÍAS…”
La propia amistad entre los dos era como de película. Anthony, decepcionado por muchas cosas que le habían sucedido en su pasado, seguía siendo alguien muy taciturno y melancólico.
Su amigo el gringo, en cambio, era todo lo contrario a él. Éste, además de ser un hombre muy alegre y demás, también era alguien con mucha actividad sexual. Anthony, de manera cariñosa, solía llamarlo siempre: “Daddy”.
El hombre, que era igual de millonario que su amigo Anthony, no tenía casa ninguna. Por lo tanto, cada vez que tenía un encuentro sexual, siempre usaba su cuarto propio, ubicado aquí mismo, en la casa de su amigo, en las colinas de Malibu.
Anthony no solamente lo quería muchísimo, sino que también lo amaba. Después de todo, este hombre había sido quien lo había ayudado, cuidado y cobijado, cuando él todavía “no era nadie” en el mundo del cine. Debido a los traumas de su infancia, Anthony siempre se despertaba llorando y gritando durante las noches. Su amigo entonces, corriendo hacia él lo abrazaba muy fuertemente. Después, para calmarlo, se ponía a decirle, mientras le acariciaba la espalda: “¡YA PASÓ, YA PASÓ!” “¡NO TEMÁS MÁS! ¡AQUÍ ESTOY CONTIGO…!”
En el presente, cuando les tocaba trabajar, Anthony siempre optaba por sentarse frente a la computadora, mientras que su amigo solamente se tiraba en la cama, donde hacía su parte: “leer, hacer correcciones y sugerencias”, que luego Anthony volvía a leer y ajustar en la historia en la que en esos instantes estuviesen trabajando los dos.
Ambos trabajaban muchísimo. Y también los dos amaban mucho lo que hacían: escribir historias para la pantalla grande.
Anthony, para no pensar en su vida pasada, se la pasaba todo el tiempo escribiendo. Su amigo, cuando de tomarse un descanso se trataba, se ponía a buscar citas o encuentros sexuales en sus cuentas de “Freendr”, “Silver Daddies”, y demás.
Cuando la suerte le tocaba, enseguida iba, se bañaba, se perfumaba y luego salía. Después, si la suerte le tocaba otra vez, siempre terminaba trayendo aquí a su nuevo amante, el cual a veces era joven, y otras veces no tanto.
Más tarde, despedido ya su amante en turno, subía las escaleras y, sigilosamente abría la puerta del cuarto de su amigo. Caminando, también, de manera sigilosa, iba y se acostaba sobre su cama.
Anthony, sabiendo ya sus códigos secretos, volteaba hacia él, y entonces le preguntaba: “¿Y…? ¿Qué tal estuvo esta vez?”
Su amigo, un tanto cohibido, quién sabe por qué razón, solamente se limitaba a responderle: “Bien”. “Más o menos…” “More or less”, decía, moviendo sus manos.
“You´re a horny daddy!”, le respondía Anthony en tono de broma. “You have no cure!”
Su amigo entonces, enseguida se desternillaba de la risa. “You think so?”, inquiría. “Sí”, volvía a responder Anthony. Y luego también añadía, en broma: “Siempre deseé tener un papi tan caliente como tú…”
“¡Todavía lo puedes tener!”, respondía enseguida su amigo. “¡Aquí estoy para ti, Tony!” “I could be your horny daddy, if you could only let me be so…”
Tony entonces, nuevamente volvía a decirle: “Juro que uno de estos días… ¡mandaré a que te hagan una lobotomía!”
“You dumb, Tony!”, respondía su amigo, indignado. “Dont´you dare, please…!”
“¡Pues entonces pongámonos a trabajar ya!”, decía Anthony. Y, así lo hacían.
Anthony y su amigo seguían escribiendo y creando nuevas historias para el cine.
Anthony; en la lejanía de su mente, seguía conservando todavía esa huella indeleble del dolor, el vacío y el abandono… ¡a pesar de toda su enorme fama, riqueza y éxito que finalmente había logrado como guionista de cine!
FIN
Anthony Smart
Noviembre/26/2022