Francisco Gómez Maza
• Distopía de la distribución de la riqueza
• O como cuando el puerco tuerce la cola
Plantea el senador Ricardo Monreal -más cerca de la derecha mientras más se aleja del presidente López Obrador, su compañero en la lucha social y política, su socio en la conformación del Movimiento de Regeneración Nacional, y su amigo- que sin reconciliación no hay nación.
El político, hasta ahora morenista como líder de la fracción obradorcita en el Senado, ofrece el ejemplo del abrazo de Acatempan entre Vicente Guerrero, de los ejércitos insurgentes, y Agustín de Iturbide, defensor de los realistas, los súbditos del reinado de España. El abrazo que selló la independencia de México del poder del rey. Un abrazo de reconciliación entre insurgentes y realistas. Sólo que el senador no dice que a los realistas no les quedaba ningún margen para seguir defendiendo al rey.
Pero al paso del tiempo, tal apretón de espaldas no significó nada. Las aguas del encono volvieron a su cauce y la polarización retomó el papel que siempre había jugado para dividir, no en dos, sino en muchas facciones, a los mexicanos. Y ese espíritu de confrontación continúa y se ha exacerbado, hasta los mexicanos de la actualidad.
Los mexicanos somos como un montón de cangrejos y otros animalejos metidos en un balde de agua. Los animalitos que quieren salir del recipiente son jalados de las patitas por otros más fuertes, lo que no les permite alcanzar la salvación. Lo que impera en esta nación es el egoísmo, de quienes lo tienen todo, y el egoísmo de quienes no tienen nada y quieren tener lo que tienen los ricos. Y ese espíritu negativo puede verse entre los sectores profesionales, entre los abogados, entre los médicos, entre los periodistas.
Estamos ahora en el renacimiento del encono, del odio, del racismo, del exclusivismo, de una confrontación de clases y la más horrenda desigualdad económica y social, tanto que hablar de la reconciliación social está en la cola de un venado, como dice el vulgo en algunas regiones del sureste.
Basta escuchar a la familia morenista, que diariamente juega a las vencidas con los sectores de oposición, a quienes por principio tacha de corruptos, y escuchar a los opositores que odian con todo su corazón, al presidente López Obrador.
El odio político es patente, nadie lo puede ocultar, nadie lo quiere ocultar, y nadie quiere renunciar a él. Se palpa cuando los panistas utilizan los atriles de las conferencias de prensa para destilar rabia, veneno, contra AMLO. Se palpa en el atril de las conferencias matutinas del presidente, cuando éste se refiere a sus adversarios que no son sus enemigos, como él aclara…
Estamos todavía en una etapa de confrontación, de enfrentamiento, de todos contra todos, de pleitos de lavaderos, porque las heridas, infligidas por los unos sobre los otros, aún están muy sangrantes.
El PAN, el PRI y el PRD no le perdonan ni le perdonarán su desgracia electoral al Morena y al “señor López”. Y tratarán de socavarlo cuantas veces puedan, en cuanta oportunidad se les presente.
Pero… Sin reconciliación no hay nación. Advierte Monreal Ávila.
Recuerda el senador, en su colaboración de opinador en el diario Milenio, que el tema de la reconciliación fue planteado también en la guerra de Reforma y en el México posrevolucionario, en sendos planes que las partes en conflicto proponían para lograr la pacificación y la reunificación de los grupos en pugna.
Sin embargo, el senador mismo reconoce que el punto es discernir qué se entiende por reconciliación y qué alcances tiene este planteamiento.
Pero sea la concepción que se tenga del concepto reconciliación, lo cierto es que ni la izquierda, ni la derecha, quieren la reconciliación, por el momento, no hemos llegado al punto muerto en el que los insurgentes tenían ya avasallados a los realistas y en aquella reconciliación se impusieron los intereses del bando triunfador. Tal reconciliación sólo significó que los realistas aceptaban la independencia de México, pero el rey ni sus fuerzas volverían por sus fueros a imponerse sobre el México independiente.
Por el momento, los morenistas tienen el mandato de imponerse en las urnas, con la figura del presidente López Obrador como bandera. Y los opositores juran y perjuran que no los dejarán pasar. Dice Monreal que, hasta ahora, la reconciliación fue planteada en su dimensión política: la unidad de proyectos y acuerdos entre los grupos y dirigentes que impulsaron las transformaciones.
Sin embargo, agrega el senador, esta reconciliación política es sólo una parte de la solución. La verdadera reconciliación de la nación implica solucionar los grandes problemas económicos, sociales, educativos, culturales y de justicia, que ponen en riesgo la convivencia pacífica y armoniosa del país.
Pero ni la izquierda ni la derecha, en momentos de transformación, están dispuestas a ceder parte de su terreno. Consumar la IV Transformación de la Vida Pública Nacional es, para los seguidores de López Obrador, conservar el poder real y domeñar a los partidos de la oposición, que fueron parte de la gran corrupción, que se enseñoreó en México en la era del PRI y los dos sexenios del PAN.
Dice Monreal que la reconciliación política implica la realización de elecciones libres, limpias y confiables, para dirimir en las urnas las controversias de los diversos grupos, partidos y movimientos que se disputan el poder público. Esto se logró alcanzar hace apenas unas décadas, ya que el fraude electoral fue la causa principal de asonadas, revueltas y levantamientos armados en el siglo XIX y parte del XX.
A las autoridades jurisdiccionales, al INE y al TEPJF, no les quedó más que reconocer el apabullante triunfo electoral de López Obrador en las urnas, en el 2018, luego de graves fraudes en contra de los partidos de izquierda, orquestados, primero por el mismo gobierno, dueño de aquella Comisión Federal Electoral, en contra de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y, luego, creado el IFE, en contra del propio López Obrador.
Monreal Ávila lo complica más: No es suficiente la limpieza en el conteo de los votos. La reconciliación social pasa por acabar con la desigualdad en todas sus facetas: la pobreza y el atraso siguen tan vigentes como lo fueron en las tres transformaciones anteriores.
La desigualdad entre regiones, entre clases sociales, entre géneros humanos, entre grupos culturales, entre profesiones, en las comunidades y en las familias mismas, sigue atravesando y caracterizando al cuerpo social mexicano.
Es la fuente de conductas colectivas que ya se creían superadas y que ahora renacen con fuerza, como el racismo, el clasismo, el sexismo, el etarismo —o edadismo— y todas las formas de discriminación del México actual. La reconciliación social es la más urgente de las transformaciones pendientes.
Como ven, hasta ahora la reconciliación sólo será un lema de campaña político electoral. Nadie, ni las izquierdas, ni las derechas, convertidas en partidos, están dispuestas a ceder un milímetro en sus posiciones.
Y aún falta más. Monreal lo afirma: “Y en la bace de todas las reconciliaciones por impulsar está la de naturaleza económica”…