El escarnio y la polémica a la que suelen ser sometidos los ex gobernantes, las más de las veces impiden poder juzgar en su justa dimensión su obra. El presidente José López Portillo y Pacheco, representa tal vez uno de los ejemplos más marcados en nuestra historia, el avezado abogado y político tuvo yerros y aciertos, vivió con intensidad la gloria de la presidencia imperial pero también la amargura del exilio. A López Portillo le conceden apologistas y detractores una carismática personalidad que nutrió con una potente presencia física. A lo anterior se añadió un abolengo republicano con orígenes en el Estado de Jalisco, su abuelo fue el destacado intelectual, político y diplomático José López Portillo y Rojas y su padre José López Portillo y Weber, notable historiador e ingeniero.
López Portillo y Weber fue a su vez hijo del Heroico Colegio Militar participando como cadete en las jornadas de la Decena Trágica defendiendo el régimen de Madero. López Portillo fue también un hombre muy nacionalista que amó profundamente a México, en alguna ocasión, un sobrino muy cercano al que quiso como hijo, le preguntó cuáles fueron los momentos que lo marcaron o emocionaron como presidente de la república, y López Portillo sin pensarlo mucho respondió certero: las ceremonias del grito de independencia viendo desde el balcón central de Palacio Nacional al pueblo vitoreando a la patria y el momento en que se descubrió el Templo Mayor en el centro histórico de la Ciudad de México. Hizo hincapié en lo que representó ordenar que la antigua Tenochtitlán literalmente emergiera de las entrañas de la actual ciudad mestiza.
Las difíciles condiciones económicas del país y sucesos como la nacionalización de la banca, como ya se mencionó, le merecieron al finalizar su administración el repudió de amplios sectores de la sociedad, sin embargo hoy a casi media centuria de la culminación de su mandato no podemos pasar por alto la magnífica labor diplomática del régimen de López Portillo, uno de los momentos estelares de la sólida y prestigiada diplomacia mexicana del siglo pasado, cuando México fue un líder latinoamericano y un país respetado en el concierto de las naciones. Son varios los referentes que dan cuenta de ello: durante el sexenio 1976-1982, Don Alfonso García Robles fue designado embajador emérito, se le impuso la condecoración del Servició Exterior Mexicano y en octubre de 1982 recibió el premio Nobel de la Paz, por lograr años atrás que América Latina sea un área libre de armas nucleares por medio del Tratado de Tlatelolco, al día de hoy, Don Alfonso es el único mexicano que ha sido distinguido con un premio Nobel de la Paz.
López Portillo se reunió a su vez en 1979 con su homólogo estadounidense Jimmy Carter, y los mexicanos divertidos celebraron que la figura y presencia del presidente opacó al tímido granjero de Georgia, fue inevitable hacer un símil de cuando sucedió lo mismo al reunirse Don Porfirio Díaz y William Taft en la Aduana de Ciudad Juárez en 1909, Don Porfirio parecía un Káiser y Taft un sheriff del medio oeste norteamericano.
México a su vez durante ese periodo, jugó un papel de líder moral en los aciagos conflictos centroamericanos, censurando a las dictaduras y siendo un juez de peso en la región. No en vano en el periodo de López Portillo se cimentó al Grupo Contadora que vio la luz en enero de 1983, un mes después de que José López Portillo dejara la presidencia de la república.
Otro momento preponderante lo representó en 1981 la Cumbre Norte-Sur a la cual concurrieron en Cancún 22 jefes de estado de naciones desarrolladas y en vías de desarrollo con la finalidad de establecer criterios para atenuar y combatir la pobreza y lograr un desarrollo más equitativo en el mundo. La cumbre fue un éxito y también un momento determinante para detonar al balneario caribeño como la joya de la corona del turismo mexicano. Previo a la cumbre López Portillo debió tejer fino, pues Estados Unidos boicoteo la presencia de Cuba. La Cuba de entonces no era la de ahora, la guerra fría estaba en su apogeo y Fidel en sus mejores años. López Portillo planteó entonces una cumbre previa México-Cuba en Cozumel, que fue un éxito rotundo, el presidente y el comandante no solo tenían una genuina simpatía mutua, sino refrendaron la histórica y tradicional amistad de México con la mayor de las Antillas.
El Boicot norteamericano no mermó en nada la relación bilateral entre López Portillo y Castro, fue exactamente lo opuesto a cuando Vicente Fox, ese chivo en cristalería, provocó un incidente diplomático en marzo de 2002 al espetarle a Fidel el grosero “¡Comes y te vas!” en Monterrey.
Sin embargo, los dos momentos estelares de la gestión diplomática del presidente López Portillo lo representaron la primera visita papal y la reanudación de las relaciones diplomáticas con España.
A pesar de la arraigada fe católica del pueblo de México, las relaciones con la Santa Sede eran espinosas desde los tiempos de la Reforma y la Constitución de 1857. La persecución religiosa de Calles y la Guerra Cristera no habían hecho más que echar más gasolina al fuego, los regímenes mexicanos eran laicos por no decir anticlericales y en México había Delegado Apostólico en vez de Nuncio. Ahí López Portillo con enorme sensibilidad logró la primera visita en 1979 de Juan Pablo II a nuestro país, fue un momento histórico y apoteósico que dio paso a cuatro visitas más del papa polaco a México, convirtiendo a esta tierra en la joya de las visitas papales y al ahora Santo en una de las figuras más queridas en México. No fue hasta 1992 cuando se reanudaron las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, pero sin duda López Portillo sembró la semilla.
El Presidente Cárdenas rompió relaciones con gobierno de Franco, en la doctrina mexicana no cabían el golpismo y el fascismo. Sin embargo, con la muerte del Dictador se restauró con Juan Carlos I la democracia en la península ibérica, es entonces cuando López Portillo privilegiando los lazos históricos, culturales, fraternales e incluso familiares con la antigua metrópoli reanudó las relaciones diplomáticas.
Lo hizo con maestría, pues las relaciones bilaterales fueron entrañables, los reyes visitaron México, el presidente lo obtuvo sin lesionar al importante y querido exilio republicano en México e incluso logrando algo de primer orden para la España democrática, la disolución del Gobierno Republicano en el exilio. Lo anterior ante el juicio de la historia y con objetividad, da cuenta de que López Portillo no solo llevo a cabo una notable labor diplomática, sino que cerró viejas e históricas heridas al reencontrarnos con la Santa Sede y España, algo que definitivamente no se antojaba fácil ni en la historia ni en la diplomacia.