Luis Farías Mackey
El poder es siempre una relación, sin el otro no hay poder posible. Cuando el otro se convierte en una entelequia más en el reparto de un delirio, no hay relación posible de poder. Poder y libertad “no guardan una relación de exclusión (en el sentido de que siempre que se ejerce poder, desaparece la libertad), sino que están dentro de un juego más complejo; en este juego, la libertad aparece como la condición existencial del poder”.
Incluso ante un esclavo con capacidad de movimiento y evasión existe una relación de poder, porque ésta encierra en sí misma la posibilidad de ser resistida. Lo que constituye una relación de esclavitud —de violencia y coerción física— no es la capacidad de desobedecer y escapar, sino el “sí”: porque “el señor pierde el poder en el momento en que el esclavo le niega toda obediencia” (Foucautl), incluso a costa de su propia vida. Lo que hace al mandato es la obediencia.
Quien obedece hace con su no resistencia el poder. Éste puede ir revestido de autoridad, es decir, del reconocimiento del que acata, o del sometimiento, su obediencia ciega. En el primer caso hay poder con consentimiento, en el segundo con resistencia. En ambos relación de poder.
En todo caso hay una relación con el otro y con el mundo. No puede haber un poder en solitario, recluido, ajeno a todo. No hay Rey sin reino ni reinados.
Un presidente que se niega a dar la cara a todos aquellos que no lo vanaglorian y adoran, o, incluso a representantes de otros poderes de la Unión que no le sean acólitos, no gobierna: aparenta, distrae, interpreta un papel, delira, pero no gobierna.
López Obrador nuevamente vuelve a negarse a acudir al Senado de la República del poder Legislativo de los Estados Unidos Mexicanos porque, alega, lo pueden ofender, y su principal obligación, dice, es cuidar su autoridad. La autoridad es algo que se gana y reconoce, se cultiva y sostiene todos y cada uno de los días en y con hechos. Es un resultado, un fruto, no una gracia divina. No se impone: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste”” (Artículo 39 de constitucional). “Tú mandas hasta que te dejan de obedece”.
Finalmente, su obligación no es cuidar su desastrada y artificial imagen, sino gobernar, con todos los riesgos y costos que ello implica. Gobernar demanda valentía y responsabilidad.
Pero, antes inteligencia.
PS. Gobernar no es cosa de tigres ni de murallas. Es ante todo arrojo y sentido.