La bailarina, maestra e investigadora Lin Durán, quien falleció el 16 de abril de 2014, es recordada por la Secretaría de Cultura federal y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) en su noveno aniversario luctuoso. Considerada una visionaria del quehacer coreográfico, destaca su labor como fundadora de la primera escuela para la formación de coreógrafos, hoy Centro de Investigación Coreográfica (Cico).
Lin Durán en su texto Manual del coreógrafo, editado en 1993 por el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de la Danza José Limón (Cenidi-Danza) del Inbal, señala que la coreografía ideal es la que logra las tres reacciones: emocionar, seducir y convencer.
Originaria de la ciudad de Chihuahua (1928), comenzó estudios artísticos en 1945, bajo la tutela de maestros como Seki Sano y Guillermina Bravo. Fue integrante del Ballet Waldeen y de la Academia de la Danza Mexicana, fundada por el director Carlos Chávez. Asimismo, formó parte del Ballet Nacional de México, dirigido por Guillermina Bravo y Josefina Lavalle, donde interpretó obras como La pastorela, La iniciada, En la boda, El bautizo, Fuerza motriz, Carta a las madres del mundo, Guernica, La nube estéril, El amor amoroso, Juan Calavera y Corrido del Sol.
En 1960 comenzó su interés por el periodismo cultural y colaboró en el suplemento cultural de Ovaciones y en las revistas Política y La Revista de la Universidad como cronista y crítica de danza.
A partir de sus conocimientos de pedagogía y danza, creó la Escuela Nacional de Danza Contemporánea del Inbal y el Centro Superior de Coreografía de Fonapas (hoy Centro de Investigación Coreográfica).
En 1983 se encargó del área de danza de la recién formada Subdirección General de Educación e Investigación Artísticas del Inbal y propuso la creación de las Escuelas Vocacionales de Arte (EVA). Como maestra se desarrolló en la Academia de la Danza Mexicana y en el Seminario de Danza Contemporánea.
Obtuvo en 2008 la Medalla de Bellas Artes, junto con Guillermina Bravo, Josefina Lavalle y Evelia Beristaín, todas ellas pilares de la danza mexicana. A Durán siempre le apasionó la creación, por lo que se dedicó a la comprensión y enseñanza de esta disciplina desde la técnica y la sensibilidad del bailarín y coreógrafo.
Para ella, una totalidad coreográfica era la obra montada con los recursos escénicos de iluminación, vestuario, escenografía y música, así como los bailarines y su lenguaje corporal. Incluso, señaló que “el lenguaje coreográfico es también el transmisor de ideas y acciones, dramáticas o formales, que se convertirán en significados e incorpora elementos como el tiempo, el espacio, la energía y recursos como conflicto y contraste”.
Una de las reflexiones que sustentaban su obra era la creatividad, la cual —decía— “era el proceso en el que concluyen las potencialidades adecuadas ante un problema determinado. La creatividad es el sustento de la vida material y de la vida espiritual; es la actividad humana en que las ideas y los sentimientos integran nuevos productos por medio de la inventiva y el descubrimiento”.
Parte de su ideología y enseñanzas se encuentran en su literatura. El Cenidi-Danza, del que fue directora, ha publicado sus libros La humanización de la danza, Manual del coreógrafo y Caleidoscopio de la forma artística, también destaca el volumen Luis Rivero: el músico y la danza.
En sus textos, la maestra Durán expone su “temprano interés por generar principios básicos, no solo para la enseñanza de la danza, sino para la educación artística en general”. Su gran aportación es el ejemplo de cómo se puede habitar el mundo, reflexiva y comprometidamente, desde la danza.
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