Magno Garcimarrero
El monstruo coprófago era terrible, tenía varias bocas y comía con todas ellas, en algunas se veían dobles hileras de dientes, en otras algunas apéndices de succión le asomaban fuera de la cavidad, en otras parecía tener pequeñas coladeras corneas; no tenía ojos seguramente porque no necesitaba ver que atacaba, simplemente tocaba con sus sensibles tentáculos y de acuerdo a la consistencia, textura, temperatura y dimensión del objeto aplicaba alguna de sus bocas o dos o más simultánea o sucesivamente en un santiamén engullía los detritus; entre más repugnante fuera el aspecto o la hediondez de lo que pretendía llevarse a sus bocas, más suculento le parecía al monstruo, no por ello despreciaba substancias inertes con deleite, parecía que algunas cosas las probaba primero con cierto recelo, sobre todo las que tenían un engañoso aspecto o aroma de limpieza, como la espuma de detergente.
El famoso biólogo hindú Munga Garrates, retiró sus ojos de los oculares del microscopio electrónico y se quedó pensativo chupando el bolígrafo con el que segundos antes había anotado el nombre con el que habría bautizado al microscópico ser: “DEGLUMERDA CHIRIPIOTIS”. Después de unos segundos se dio cuenta de dos cosas: la primera, que el nombre no tenía ningún chiste así que lo tachó, la segunda fue que de la distraída chupada le había sacado toda la tinta al bolígrafo y tenía la lengua, los dientes y los labios tan azules como su monstruo recién descubierto. Después de lavarse la boca hizo otra reflexión y anotó (ahora con lápiz), “MUNGAGARRATIS VORACIS”.
Ese nombre hacía referencia al suyo, como descubridor del bicho, además sonaba científico y, por una parte, dejaba a futuro el llenar de contenido y significación, la fama y el nombre del microscópico monstruo. Ya se imaginaba lanzada a la publicidad de ocho columnas y a los medios y redes electrónicos su gran descubrimiento, dándolo a conocer al mundo entero: “Munga Garrrates descubre al mungagarratis voracis”.
“El “Mungavoracis” (nombre abreviado para facilitar su manejo cibernético) erradica la contaminación”. El científico volvió a reflexionar, ¿cómo hacer crecer a su bestezuela?, ¿Cómo lograr que rompiera las dimensiones microbianas? O, ¿Cómo lograr su multiplicación y cultivo para diseminarlos estratégicamente por el mundo para que acabaran con la contaminación comiéndose todos los desperdicios, la podredumbre, la cochambre, que arrojan los seres humanos invadiéndolo todo?
Y así como todos los grandes descubrimientos e invenciones han resultado por casualidad, Garrates, igual que aquel famoso burro que tocó la flauta, dio en el clavo sin saber cómo y un buen día se encontró bajo el microscopio a toda una familia, papá mungavorasis, mamá mungavorasis y dos pequeños a quienes puso por nombres Chiripa y Loraso vorasis, dado su casual origen.
Ahora solo le faltaba hacerlos crecer, cosa que logró de la manera más simple, les dio aceite de hígado de bacalao en su presentación farmacéutica, ya que, por su feo aspecto, su viscosa consistencia y su vomitivo aroma, aseguró que los bichejos lo devorarían gustosamente creciendo setenta y ocho micras diarias hasta alcanzar dimensiones sobrehumanas. Con esas proporciones comenzaron a engullir desechos industriales, basureros enteros, rellenos sanitarios, deshuesadoras de autos y, toda aquella polución citadina que solía ir a parar al mar, a los ríos, a los campos y al aire antes del descubrimiento de Garrates, y que según los científicos hubiera tardado varios miles de años en degradarse para volver a la naturaleza.
Así fue como en unos cuantos meses, los mungavorasis limpiaron la porquería del mundo entero… Salvo que… lo que no previó el biólogo Munga: las bestias devoradoras de porquería, también tenían necesidad de excretar…
Y ¿saben ustedes que defecaron los murgavorasis?
Pues obraron candidatos a diputados, a gobernadores, a senadores, a presidentes, tesoreros y secretarios de hacienda, hartos cardenales, obispos, arzobispos, curas, banqueros y, un poco de papilla irreconocible, con lo que el mundo se limpió de una cosa, pero se contaminó con otra.
M.G.