Héctor Calderón Hallal
“Ni duda cabe: los políticos deben ser facilitadores, no caudillos”… La frase no es propia, sino de Adela Cortina, intelectual española que nos obsequió sus mejores piezas periodísticas y de opinión por conducto del diario El País.
Hoy más que nunca en México, cobra vigencia esta hipótesis de Cortina, cuando precisamente a la democracia se le ha querido vender como todo una doctrina de salvación y no como lo que realmente es: una de las formas de organización social más funcionales con las que se cuenta; que no la única… pero sí, la menos peor.
Aunque la mejor definición de democracia, es la que da Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y Social e investigador en la Universidad del País Vasco:
“La política es fundamentalmente un aprendizaje de la decepción. Pero la democracia es en sí, un sistema político que genera decepción… especialmente cuando se hace bien. Cuando la democracia funciona bien se convierte en un régimen de desocultación, en el que se vigila, descubre, critica, desconfía, protesta e impugna”.
La antropología política nos ha enseñado en los últimos tiempos, que todas las corrientes de expresión política, que han detentado de la mínima forma el poder, desarrollan siempre un sentimiento atávico, nunca plenamente superado, de añoranza hacia formas de organización social en las que reinaba una plácida ignorancia y los políticos, como reza la queja común y actual, “no estaban todo el día discutiendo ni atacándose entre sí”.
Vamos, para decirlo de forma actualizada o tropicalizada, como se hace en México hoy en que desde el poder mismo se lanzan las ofensas y las provocaciones: “¡Ej que mij adverjarios, loj hipócritaj, loj corruptoj conjervadorej, loj que no quieren un cambio verdadero, todo lo que promueve mi gobierno lo ven mal… ejtán enojadoj, quieren vivir en el pajado, porque ya je acabó la robadera!…”
Estas son frases del presidente López Obrador. Son construcciones argumentativas mañosas, falsas, auténticos sofismas… porque ni todos sus adversarios son conservadores, ni son necesariamente corruptos, ni quieren volver a vivir en el pasado… y por supuesto ni tampoco se ha acabado la robadera; por el contrario, quizá se haya incrementado brutalmente; es al revés, la crítica a su gobierno es una que tiene que ver con lo inútiles y disfuncionales que han sido sus politicas de gobierno que han evitado a todas luces el avance del país y que, por el contrario nos atan a un pasado nostálgico, inservible para la competencia en el plano internacional de nuestros días.
Dos axiomas refutan sus estribillos mañosos desde su espacio de comunicación diario: 1) Este ha sido un pésimo gobierno, una pésima administración… la peor quizá en muchas décadas y 2)Si alguien ha impulsado en los últimos años en este país la modernidad, el cambio en todos los órdenes del país (de mentalidad, democrático, social, de competitividad y productividad) han sido las nuevas generaciones de políticos del PRI, del PAN y hasta del PRD, a partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari (que se empezó a fraguar con Miguel De la Madrid) y del cual fue excluido López Obrador y gente como él, afín a su forma de pensar… precisamente por anacrónico y talegón.
Pero es el mensaje del otrora opositor y agitador López Obrador, un compendio de mañas tan elaboradas, que también pretende vender al público a sus oponentes, como los que anhelan un pasado anacrónico, improductivo, incompetente y corrompido en su totalidad, sin lugar a la excepción… y por supuesto que no es así.
El gobierno de López y la 4 T fue inspirado en ese atavismo vinculado a aquella república centralista que fuimos (¿o somos de nuevo?), con gobiernos paternalistas, improductivos y que promovieron también la improductividad en los trabajadores; con gobiernos orientados a la manipulación ideológica de la sociedad y con un basamento discursivo chovinista, que soportaba el refugio de todos los complejos de inferioridad que como población hemos tenido desde siempre con respecto del resto del mundo y de Europa, particularmente.
Para “echar” del poder a esta mala administración lo más pronto posible, es necesario empezar a actuar pero, sobre todo, a asumir el costo de lo que se necesita para tal propósito.
En primer lugar, se debe reconocer que la oposición no se ha podido consolidar óptimamente y que, separada, es decir, yendo cada una de las opciones electorales por su cuenta, no se le podría ganar al partido oficial, que es la opción de López.
Y en segundo término, que una decepción debe ser motivo de acción y no de resignación.
En eso estriban la mayoría de las proezas de la historia. El anterior aforismo, es el que ha impulsado a aquellos aparentes pequeños oponentes a vencer a los “imbatibles” de la historia… desde David a Goliat, hasta Vietnam a Estados Unidos.
Toda batalla ganada, tiene un punto –imperceptible- que es el definitivo para el resultado final.
Es el momento cuando nos volvemos competentes a la hora de solventar las dificultades de la batalla y nos volvemos prácticos para resolverlas, tomando las mejores decisiones.
Una cosa que los estudiosos de la política, por lo regular muy vinculados a la filosofía y a la teoría, no aceptan tan fácilmente, son las salidas pragmáticas a los problemas.
En ese pragmatismo caben la negociación y la aceptación de reglas convencionales acordadas con otras partes… o con el adversario político o competidor.
La política es en esencia, negociación pura.
En México, aceptar una candidatura para encabezar un ‘gobierno de coalición’ aparentaría tomar una decisión suboptimal, es decir por debajo de lo óptimo… pero no necesariamente mala o de resultavos negativos.
Claro, implicaría poder compartido y soberanía limitada para actuar en tal o cual rubro.
Pero el éxito está conformado de este tipo de micropasos hacia adelante. Es un éxito parcial, sí…pero éxito al final.
El béisbol nos enseña múltiples ejemplos de como un manager con un equipo integrado de jugadores mediocres y a base de estrategia de bateo y pitcheo (‘apegado al librito anecdótico de las hazañas beisboleras), puede vencer a un equipo de estrellas ensoberbecidas por su propia “grandeza”. Con disciplina y trabajo de equipo.
Quien no ha aprendido a gestionar el fracaso o el éxito parcial, está incapacitado para la política, donde el éxito absoluto no existe. Donde se convive con mucha frecuencia con el fracaso habitual de no poder sacar adelante completamente lo que se proponía.
En la actividad política se tiene que aprender a dar por bueno lo que no nos satisface a plenitud nuestras aspiraciones.
Eso es, como dijera aquel clásico de la política mexicana: “¡Comer ….. a cucharadas y no hacer gestos!”
El poder es una realidad que se comparte con otras fuerzas sociales que son necesarias para la convivencia y para el funcionamiento mismo del estado.
Aunque los pactos y las alianzas no acreditan el propio poder; se reitera, solo confirman que necesitamos de otros.
En México, la única forma de vencer al partido en el poder hoy día, es a través de una fuerza opositora coaligada, dispuesta también a llevar ese atributo de voluntad colectiva más allá de la elección… al gobierno mismo.
Se necesita un gobierno de coalición para deshacer con mayor celeridad muchos de los desafortunados cambios implementados a nivel constitucional por el actual gobierno, además de rescatar todas las instituciones nulificadas y empezar a reconstruir los fondos de ahorro gubernamentales que con tanto sacrificio habíamos reunido –voluntariamente o por decisión unilateral de los gobiernos anteriores, como haya sido- y que este gobierno irresponsable y acomplejado, ha dilapidado abusivamente el gasto orientado a beneficiar a su clientela política.
Seguirá siendo tiempo de esfuerzo colectivo, de magras utilidades, de pasos muy pequeños de avance… pero que son necesarios de admitir y asumir a la brevedad posible.
En México, se tienen que empezar a juntar ya el PRI, el PAN, el PRD y seguramente hasta el MC, para garantizar una alianza imbatible.
Se sabe que hay por lo menos dos dirigentes de partidos que, muy vinculados al presidente en turno- estarían siendo ya los principlaes obstáculos que favorecieran una pretendida Alianza de Coalición: El senador Dante Delgado y el diputado Alejandro Moreno Cárdenas ‘Alito’, dirigentes del MC y del PRI respectivamente.
La propia militancia no confía en ellos para encabezar una decisión de tal envergadura.
La decisión y el consecuente curso de la historia está en manos de las propias militancias. Son estas las que sabrán qué y cómo hacerlo.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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