Magno Garcimarrero
Ha aparecido en los medios electrónicos, muy interesantes documentos haciendo notar que la caducidad marcada en algunas mercancías, no es otra cosa que un truco de mercado, para inducir a la gente a desechar bienes aún útiles, y adquirir otros iguales, gastando innecesariamente, en beneficio, dolosamente inducido, de los productores y distribuidores de esos bienes de consumo.
Esa caducidad, según el trabajo propalado vía internet, ha llegado a su culminación en los accesorios de computación, como impresoras, por ejemplo, a los que el mismo fabricante les introduce un “chip” que las inutiliza después de cierto número de horas de trabajo; lo mismo ocurre con los focos cuyo filamento está fabricado para fundirse pronto, cuando podría durar decenas de años.
El documento denuncia a empresarios de algunos países capitalistas como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, donde surge un movimiento llamado de caducidad u obsolescencia programada, cuyo objetivo es concientizar a los fabricantes de que entre menos duraderos hagan sus productos, mayormente contribuirán al crecimiento de la economía de consumo.
Al distribuidor lo llevan de cómplice de ese fraude, induciéndolo de algún modo, a atajar cualquier intento de reparación del objeto descompuesto, para sugerir al cliente la adquisición de uno nuevo, ya sea porque la compostura vale lo mismo que el objeto nuevo, o haciendo notar que los modelos recientes son más bonitos y mejores que el que está por desecharse.
Lo que leí me convenció, no sólo por su planteamiento lógico y novedoso, sino porque ya lo había observado y experimentado en muchos de los bienes que adquirimos; la única caducidad que respeto, aunque sea mentira, es la de los enlatados; no espero a que se infle la lata o a que al abrirla derrame su pestilencia putrefacta, las tiro sin abrir una vez que me he percatado que han rebasado la fecha de caducidad marcada en la etiqueta.
Lo mismo hago con las medicinas, no las consumo después de caducadas… aunque he de confesar, que tampoco las consumo antes de su caducidad, siempre he creído que mi salud se la debo al botiquín donde guardo y acomodo sin abrir todas las medicinas que me receta el médico, las compro, pero no las tomo, creo que si las tomara ya estaría domiciliado en Bosques del Recuerdo.
Pero hay una caducidad programada que ofende nuestra inteligencia, además de nuestro bolsillo, me refiero a la obsolescencia programada en las licencias de conducir y las placas de los automóviles.
Estos documentos tienen implícita la idea de que uno ha sido revisado por la autoridad tocante a la destreza en el manejo de vehículos y en las condiciones físicas de salud de los sentidos que se ponen en juego para conducir con seguridad; pero eso es una mentira, porque la autoridad ha concesionado el otorgamiento de licencias a particulares que no hacen ninguno de esos exámenes, luego la expedición se convierte en un simple trámite de pago de derechos para renovar una licencia que debiera ser para todo el tiempo, mientras subsistan las condiciones físicas que la hacen posible.
La oficina que da las licencias, se congratula de hacer el trámite en unos cuantos minutos; eso sólo es posible porque no cumple a cabalidad con los exámenes necesarios de salud, destreza, aptitud física y mental, sobre todo mental, que debiera ser un examen indispensable para otorgar licencia de conducir, porque no faltan homicidas potenciales en el volante.
El reglamento de tránsito prevé acertadamente que el usuario debe notificar a la dependencia del ramo, cualquier cambio físico que implique su pérdida de capacidad para conducir, pero esa parte que está muy bien pensada, es letra muerta que nadie cumple.
La vigencia de las licencias de conducir, debieran estar sujeta a condición y no a término, es decir, que su validez debiera verse afectada sólo cuando el titular queda impedido de cumplir con eficiencia la actividad que requirió el permiso, pero no a un tiempo determinado, porque eso deja la sensación de que nos están obligando a pagar innecesariamente un derecho al que todo ciudadano debiera tener acceso gratuito.
En el caso de las placas del auto, debieran ser una matrícula permanente; los cambios a cada cambio de gobernante, tienen el único propósito de obtener ingresos por “derechos” y beneficiar a quienes se les ha hecho la concesión de producir las placas. Para los propietarios de vehículos equivale a que nos hagan “manita de puerco” para que soltemos la innecesaria “contribución”.
M.G.