Magno Garcimarrero
Los estudiosos de la conducta humana han encontrado que las cosquillas son un estímulo primitivo de comunicación, practicado intuitivamente, para establecer lazos de afecto e intimidad; en eso se parece al ritual espulgatorio de los simios.
La respuesta física a las cosquillas es la risa; con ella responde la especie humana y algunos seres clasificados en uno o dos peldaños anteriores de la escala zoológica como los chimpancés, los gorilas y otros changos colgados de las mismas ramas genealógicas.
La conducta de hacer cosquillas es social, tanto que solamente se produce cuando una persona se las hace a otra; si uno se propone hacérselas a sí mismo no encontrará la respuesta esperada, no habrá risa, ni placer, ni siquiera autocomplacencia como en el caso de la masturbación.
Se ha comprobado por experimentación, que las zonas corporales que al ser estimuladas conducen a la respuesta cosquillosa son principalmente las axilas, luego las plantas de los pies, le siguen el cuello, el largo de la columna vertebral, la región inguinal, la cintura, el ombligo y la parte alta de las caderas; sensaciones tenues de cosquilleo se dan en la frente, orejas, palmas de las manos y rodillas.
La sensación percibida suele tener dos vías para llegar al cerebro, la simpática y la parasimpática: por la primera se prepara para la risa y la socialización, por la segunda vía se conduce a la excitación sexual o al dolor; esto permite explicar por qué las cosquillas son utilizadas por la madre para que el pequeño muestre las encías riendo, tanto como para hacer sufrir a alguien convirtiendo las cosquillas en suplicio; en medio de esos dos propósitos, podemos contar con las cosquillas como juego erótico muy eficaz.
En el ser humano la risa sigue un proceso, de lo primitivo a lo complicado, por eso los pequeños responden riendo a las cosquillas, pero no a un chiste político; el humor obedece, como todo, a un desarrollo a través del aprendizaje cuyo acervo va creciendo en función de la observación, la experiencia y la dedicación o práctica reiterada que conduce al virtuosismo.
El humorista se hace, no nace, igual que el risueño y el encabronado habitual.
El desarrollo del sentido del humor es individual, muy personal, está en función de su práctica y estimulación como ha quedado dicho, consecuentemente algunas personas lo manejan con inteligencia y eficacia, otros lo hacen con torpeza o simplemente no lo practican, hay incluso quienes lo evitan y aún más, quienes lo condenan.
Se sabe históricamente que Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla a fines del siglo IV y principios del V, condenó la risa, el placer y los juegos de divertimento público, pero él era un asceta, hijo de un militar sirio, huérfano temprano, que había tenido una educación rígida y austera. Cuando tuvo el poder que le confirió la Iglesia de Oriente, denunció la riqueza, el dispendio, las fiestas, y se ganó la animadversión de la misma Iglesia que nunca dejó el boato, la riqueza ostentosa y la abundancia.
La estimulación de las zonas cosquillosas es muy importante en la relación humana, quien carece de ella o ha sido estimulado hasta el abuso, desarrollará una respuesta de enojo en vez de risa.
Es frecuente encontrarnos con personas que, lejos de reír se disgustan fuertemente cuando se les estimulan las cosquillas, incluso suelen responder agresivamente lanzando golpes, porque se sienten invadidos en su intimidad.
Si se pone atención, se puede observar que las zonas cosquillosas son zonas vitales: “morideras” como suelen identificarse vulgarmente, y es que, en efecto, la cosquilla en algunas culturas fue utilizada como suplicio hasta la muerte.
Se sabe que entre los romanos se utilizaban grandes tablas de madera para sujetar a los reos por los tobillos, después se procedía a bañarles los pies con sal y a soltar cabras; las cabras con sus lenguas rugosas lamían los pies de la víctima produciendo cosquillas en un principio, pero luego dejando marcas y ampollas.
En la edad media, las cosquillas se utilizaron como medio de castigo para la realeza o para personas importantes ya que no dejaba marcas ni heridas.
Algunos sobrevivientes del holocausto nazi, afirman que los hombres homosexuales eran torturados con cosquillas. Eran atados boca arriba, y los soldados los hacían reír hasta la muerte.
M.G.