Documental Político
Emilio Trinidad
Va en su ruta caminando y construyendo alianzas, pero paso que da, Andrés Manuel López Obrador lo mide, lo observa, lo impulsa y después lo frena y lo aleja de la posibilidad.
Es Marcelo Ebrard Casaubón, de la terna que quedó por la candidatura de Morena a la Presidencia de la República, el más preparado, el más experimentado, el de altas y bajas, el de afectos y desafectos, de reconocimientos y repudios, el de señalamientos de riqueza y de turbios negocios.
Y a diferencia de Ricardo Monreal, que lo mismo le ofrecieron repetir en el Senado -con su liderazgo-, la candidatura al Gobierno de la Ciudad de México o incorporarse al gabinete de la siguiente administración (dependiendo el candidato), en el caso del Canciller, si no es el abanderado de la Cuarta Transformación, su futuro se ve sombrío, porque aunque le ofrecieran repetir en el gabinete, encabezar el Senado o una embajada, sabe que si no es en esta, no será nunca, y a pesar de que afirma que no saldrá de Morena si no gana la interna, sí analiza posibles escenarios si -como todo parece indicar- la decisión ya está tomada, por lo que al final, se podría aventurar por otras siglas con los riesgos que eso conlleva.
Y como en política no hay nada escrito, pues hemos visto infinidad de veces que de un momento a otro pueden cambiar los escenarios y darse sorpresas, es sumamente aventurado garantizar que Ebrard Casaubón se disciplinará, bajará la cabeza, dirá a todo que sí y aceptará que jamás será Presidente de México.
Quizás por eso Andrés Manuel López Obrador lanzó el mensaje, la advertencia, de que “una vez que se tenga la decisión quiero unidad absoluta, cualquier inconformidad es un acto de traición, quiero absoluto respaldo. No se valen regateos”.
Lo expresado por el Presidente frente a los gobernadores de Morena y la presencia de sólo dos de los aspirantes a sucederlo -Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López-, deja claro que cualquier rebeldía generaría un enorme daño a su movimiento, por lo que pide sumisión y obediencia total.
¿Qué pasaría si Marcelo Ebrard -timado como sabe es- va por una alianza entre Movimiento Ciudadano, el Partido del Trabajo y el Verde Ecologista? ¿Y si a ellos se suman Acción Nacional y el PRD que no tienen con quién ganar?
La pregunta cabe sobre todo por la amenaza de Mario Delgado a los dos primeros partidos, que se fueron por la libre en Coahuila con candidatos propios y generó el enojo del poderoso Ejecutivo federal, que no quiere por ningún motivo un escenario igual, con lo que deja ver que si algo similar sucede, sí estaría en riesgo Morena de perder la elección del 2024.
En el terreno de la especulación, que gustan practicar columnistas y politólogos de café, que llevan y traen nombres y pretenden adivinar la sucesión, los ajustes en el gabinete y la candidatura a la Ciudad de México, todo puede suceder por lo que vale más analizar dos veces todo cuanto se dice.
Pero sea cual sea el futuro del aún canciller, lo cierto es que la lucha es sumamente desigual entre aspirantes y cercanos a los afectos y confianza del tabasqueño, que al marginar a Ebrard y amarrar a Ricardo Monreal, prueba que su supuesta encuesta es una más de las simulaciones y mentiras cotidianas del ocupante del Palacio Nacional, que en ese mundo irreal en el que vive, dice una cosa y practica otra.
¿Qué harán o dirán los millones de seguidores de Marcelo Ebrard si al final se pone de rodillas frente al aspirante a dictador?
Muchos otros querían que el senador Ricardo Monreal Ávila buscara, como él mismo expresaba “con todo”, la Presidencia de la República, pero al cambiar de rumbo, al guardar silencio, al alinearse al todo poderoso, dejó decepcionados a quienes veían en él la esperanza de un México mejor, por su preparación, experiencia y talento, pero el zacatecano tendrá sus razones.
Se acercan los tiempos de ungir a Claudia Sheinbaum o al suplente Adán Augusto López Hernández, y entonces sabremos qué les ofrecieron o hacia dónde irán, los dos más experimentados, los políticos por los cuatro costados, Marcelo y Monreal, que querían sin decirlo, cambiar el desastroso rumbo que lleva el país.
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