Magno Garcimarrero
El 28 de mayo de cada año, se cumple un aniversario más del incendio del mercado Jáuregui de Jalapa. Tal vez pocos lo recuerden. Seguramente algunos de los locatarios de aquella época o sus descendientes, lo celebren este año, porque a partir de ese siniestro, el ayuntamiento se vio obligado a concederle más atención y cuidado.
Serían las 9 o 10 de la noche de aquel día del año 1952, cuando se dio la alarma, pero el fuego cobró fuerza rápidamente; el clima había estado caluroso y seco, eso favorecía la propagación de la lumbre en la madera de que muchos puestos estaban hechos.
El mercado entonces no era un dechado de higiene, ni de medidas de seguridad, no había extintores en ninguna parte, la autoridad de protección civil no existía, el ayuntamiento no exigía prevenciones.
La mayoría de los locatarios habían armado sus locales con tablones de ocote, cajones, estantería improvisada con muebles viejos.
Recuerdo el puesto de libros usados a donde los chamacos de la escuela secundaria íbamos a empeñar o vender los libros que creíamos no volver a usar nunca más. El dinero de la venta se lo pagábamos en tiempo al coime del billar cercano al mercado que ya no existe desde que lo atropellaron al hacer el puente de Xalitic. En el puesto de viejo, no cabían los libros, muchos se apilaban sin orden sobre un apolillado mostrador, otros se retorcían sobre los estantes de madera; daba miedo fumar cerca del lugar porque cada cuaderno era una invitación para incendiarios.
En algunos pasillos los marchantes teníamos que pisar sobre tablas que en tiempos de aguas se ponían en el suelo para no enlodarse los zapatos, perolas aguas se iban, los charcos se secaban y las tablas se quedaban ahí por la incuria. Olía mal el mercado, los aromas de mariscos, carnes, pudrición de frutas y legumbres, hacían un ambiente irrespirable que sólo las narices acostumbradas de los pescaderos, carniceros y verduleros soportaban.
En la orilla de las calles aledañas se acomodaban algunos puestos ambulantes como el de un viejo Güero de cuello arrugado y cara pecosa que vendía jotqueis, y un ostionero con una sola pierna que, apoyado en su muleta hacía equilibrios mientras iba abriendo las conchas de los ostiones con una espátula, deteniéndolos con una jerga mojada y sucia, y echándolos en vasos floreados de vidrio corriente; una docena sesenta centavos, con sus salsas y una cuchara de peltre azul con pintas blanca, como bacinica de la época.
Quien hubiera tenido en aquella época un poco de información sobre la prevención de riesgos, se hubiera dado cuenta de que el mercado estaba destinado fatalmente a incendiarse tarde o temprano, aunque los bomberos hubieran estado, como lo estaban, a cinco cuadras, en el viejo cuartel de San José.
La noche del suceso, el vecindario de tres cuadras a la redonda concurrimos a ayudar con cubetas, agua, escupitajos, meados, con lo que teníamos a la mano y con lo que nos aviamos en el lugar.
Los bomberos aún no tenían una motobomba así que tuvieron que pedir ayuda a otros cuerpos de apaga fuegos. Recuerdo que vinieron a auxiliar los bomberos de Teziutlán, aunque el cronista emérito de la ciudad me contradiga, pero ahora he investigado que los dos primeros carros bomba los tuvieron hasta 1957, cinco años después de la tragedia del Jáuregui, y hasta 1967, una ciudad de California EE.UU., donó una motobomba a estos aguerridos traga fuegos jalapeños.
Y disculpen que sigo escribiendo Jalapa con “J” porque el decreto legislativo para escribir Xalapa con “X” data del 4 de septiembre de 1978, así que en los tiempos que narro, Jalapa se escribía con J.
Don Martín Jáuregui, altruista vecino de esta ciudad capital, donó el terreno donde se construyó en parte ese mercado, antes ya existía con otro nombre , el de “Gonzalo Vásquez Vela”, quien fuera gobernador del Estado entre 1932 al 35.
El mercado conserva hasta ahora el nombre del donador, en agradecimiento a su desprendimiento ejemplar, que ahora nos causa admiración, porque ya quedan pocos que den semejante paso sin
guarache.
M.G.