Este año se conmemora el Bicentenario del Heroico Colegio Militar, institución entrañable para los mexicanos y de enorme trascendencia en nuestra memoria histórica. La efeméride ha significado un sinfín de homenajes, reconocimientos, reportajes y páginas de prensa que dan cuenta de que doscientos años han valido la pena formando a hombres y mujeres que engrosan la oficialdad de Ejército Mexicano.
La ocasión también amerita desempolvar a personajes y sucesos que no solo son prenda de orgullo para el bicentenario colegio sino para todos los mexicanos.
Particularmente rindo en estas líneas, homenaje a un mexicano formidable, el General de División Luis Alamillo Flores, quien como se consigna en sus memorias fue uno de los “Luchadores ignorados al lado de los grandes jefes de la Revolución Mexicana” A su condición de veterano de la revolución a la cual se incorporó muy joven en la fuerzas constitucionalistas, se añade su faceta como poliglota y hombre de una vasta cultura, pero preponderantemente su papel como uno de los pilares de la profesionalización del Ejército y el Sistema Educativo Militar tras la revolución, no en vano formó parte de esa camada de jóvenes que ascendieron en el campo de batalla pero que posteriormente sacrificaron esos justos ascensos para ingresar como cadetes al Colegio Militar y convertirse en oficiales de carrera. En el caso del General Alamillo, más adelante fundó la Escuela Superior de Guerra en 1932 y de 1945 a 1948 fue Director del Colegio Militar.
Su trayectoria le permitió ser un testigo de primer orden del siglo XX mexicano y tratar a personajes como Obregón, Calles, su jefe el General Amaro, Cárdenas y Ávila Camacho. En el ámbito internacional y comisiones en el extranjero conoció a Petain, Weygand, De Gaulle, Giraud, MacArthur y a los presidentes republicanos españoles Azaña y Negrín.
Son muchas las anécdotas que se desprenden de la presencia de Alamillo en el extranjero y asociadas en particular con Francia, país donde se formó como oficial de Estado Mayor en la Escuela Superior de Guerra para seguir su modelo y fundar posteriormente la Escuela Superior de Guerra mexicana. Siendo alumno en Francia, recibió la inusual distinción de ser invitado a dar paseos a Caballo con el General Weygand, quien había sido Jefe de Estado Mayor de Foch durante la Gran Guerra y en ese entonces era Director del Centro de Altos Estudios Militares. Weygand mostró marcado interés por todo lo mexicano y particularmente lo relacionado con la Intervención Francesa y el Segundo Imperio. Alamillo en un principio no comprendió por que tanto interés del afamado militar francés hacia México, pero poco después atando cabos llegó a la conclusión de que todo ello obedeció a la fuerte versión que afirma que Weygand fue concebido en México como hijo natural de la Emperatriz Carlota.
Años más tarde ya como distinguido Divisionario, durante la administración de López Mateos, el General De Gaulle realizó una apoteósica gira a México, entonces alguien sugirió que el General Alamillo fuera el “Attaché” mexicano del héroe francés, a quien conocía de años atrás, el General Alamillo declinó diplomáticamente el honor en virtud de que su grado militar era superior al del General De Gaulle.
Sin embargo, hay una historia extraordinaria que reivindica el prestigio del Heroico Colegio Militar más allá de nuestras fronteras y de la cual el General Alamillo fue testigo de primer orden, sucedió años antes de que egresara del Colegio Militar e incluso imaginara que décadas mas tarde sería uno de sus notables Directores.
Durante la presidencia del General Obregón, el joven Luis Alamillo se preparaba para ingresar al Colegio Militar, cuando recibió la orden de incorporarse como Ayudante del Agregado Militar en Centroamérica. Ahí pasó primero por Guatemala donde vivió la animosidad hacia los mexicanos, alimentada por la unión de Chiapas a México un siglo antes, siguió a El Salvador donde el afecto hacia nosotros siempre ha sido constante y recaló finalmente en Honduras, donde de igual manera se quiere a México.
Alamillo encontró Tegucigalpa, limpia, bonita y con modernos caminos, le recordó a la provincia mexicana cuando escuchó una serenata en la plaza principal.
Los anfitriones llevaron a los militares mexicanos a distintas instalaciones castrenses concluyendo en el Colegio Militar Hondureño. Ahí la sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron que buena parte de los profesores e instructores eran oficiales mexicanos hijos de Chapultepec y antiguos oficiales del Ejército Federal exiliados por el triunfo revolucionario. A pesar de lo reciente de la lucha revolucionaria, el origen federal de los instructores no fue impedimento para que surgiera una gran camaradería entre los mexicanos, prevaleció sobre la política, el orgullo nacional y la figura del Colegio Militar de Chapultepec, así como su referente de excelencia académica y de magnifico adiestramiento en táctica y estrategia.
Pero la emoción fue mayor cuando Alamillo constató que en la ceremonia de revista del Colegio Militar hondureño, se hacia el pase de lista a los Héroes de Chapultepec, tras ser citado cada uno de ellos, los cadetes respondían con vigor:”! murió por su patria!” Alamillo aseguró que no fue fácil describir la emoción de escuchar ese pase de lista en tierras extranjeras, añadió que a partir de ese momento nunca faltó a una sola ceremonia de revista mientras estuvo en Honduras.
Al igual que sucede con jóvenes de distintas naciones amigas, no son pocos los hondureños que se han formado en el Heroico Colegio Militar, tampoco son pocos los reconocimientos que el Ejército Hondureño ha otorgado al plantel. Sin embargo, las memorias del General Alamillo no solo dan cuenta de una vida apasionante o de una página fundamental en la historia de la profesionalización del ejército, sino han preservado la memoria histórica de como el devenir de la juventud militar mexicana y particularmente la gesta de Chapultepec, han trascendido nuestras fronteras constituyendo un referente de las más altas virtudes de México.