Palabra de Antígona
Sara Lovera*
Vivimos el gran furor electoral decidido por un solo hombre, lo que hace al ambiente confuso para las mujeres. Ser ciudadanas en plenitud, desde la lucha sufragista, es un requisito indispensable para la democracia. La presencia de muchas mujeres en las lides políticas pareciera llegar a una ansiada meta. Pero no lo es.
Este furor me recordó cómo las feministas fuimos armando el camino paritario en la política. Armamos en 1996 la Asamblea Nacional de Mujeres, elaboramos el primer plan de igualdad, empujamos las cuotas reglamentadas, logrando que las mujeres tomaran lugares en las cámaras legislativas, en los municipios y en las gubernaturas.
En esos años decidimos caminar al lado de la transición a la democracia, propuesta desde la ciudadanía, donde nosotras teníamos un sitio, para restar poder al presidencialismo, la máxima figura patriarcal de nuestro sistema social y político. Como mayoría poblacional, orientamos todos nuestros esfuerzos en colaborar, pusimos en primer plano nuestra agenda: no a la violencia, aborto libre y gratuito, libre opción sexual y participación en la toma de decisiones.
A casi 30 años, sabemos que aleccionamos a los machos, dimos a nuestra lucha una característica poco comprendida: todas juntas y plurales. En la discusión de cada iniciativa, estábamos mujeres de todas las opciones partidarias y posturas políticas y cientos de independientes. Lo que urdíamos era ampliar la democracia para todo mundo y a pesar del machismo.
Lo que ha venido después es un tremendo retroceso. Sabemos —así se analiza estos días— que a pesar de los avances para participar y ser protagonistas, estar en los espacios públicos y privados, antes excluías por sólo el hecho de ser mujeres, paradójicamente nos volvimos más vulnerables, desde la intimidad hasta la identidad.
Seguridad e integridad son un flanco en el que no se ha avanzado ni consistente ni satisfactoriamente. Y aunque se visibilizó aquello oculto: los feminicidios, la trata, el acoso, el abuso sexual, la discriminación y la exclusión, todavía hay quien trata de minimizar nuestras acciones y se preguntan si es vigente el feminismo.
Escenificamos el borrado de la palabra mujer, desde la oficialidad internacional, semejante al borrado de nuestro paso por el mundo. Casi nadie sabe que inventamos la agricultura y descubrimos el fuego: borrado histórico. Ahora pretenden borrar nuestra identidad de mujeres, con el pretexto de promover los derechos humanos de poblaciones concretas y específicas —por las que luchamos las feministas—, pero la diversidad sexual significa el 5.1 de toda la población, aunque, eso sí, hace mucho ruido, al grado de parecer universal.
Las poblaciones diversas en este mes tienen harta visibilidad. No deben vivir la exclusión ni los crímenes de odio ni la discriminación aberrante, cierto, pero no son la mayoría. Las mujeres somos más del 52 por ciento de la población, por eso nos tienen tanto miedo. ¿Qué hay detrás de este engranaje?
Encima, vivimos la amenaza de subsumir nuestra agenda frente a lo que sí existe: la pobreza, la desigualdad social y la ignorancia. Son desgracias que van a avanzar si no se combate y comprende cabalmente qué significa la desigualdad fundamental entre mujeres y hombres, confundiendo y manipulando las bases conceptuales del feminismo.
El reto es enfrentar esa narrativa que trata de imponerse, semejante a lo que las y los socialistas nos dijeron en el siglo XIX, que teníamos que esperarnos a que sucediera la Revolución para lograr una vida plena y digna para las mujeres. Sin duda, es esta la mayor de las trampas del patriarcado al que están respondiendo las benditas morras. Veremos…
*Periodista. Directora del portal informativo http://www.semmexico.mx