- “Me cautivó la jovialidad de León Felipe, ese viejo de 82 años, verlo tan lleno de vida
- Busqué en el directorio Tamayo, Tamayo; y encontré un Tamayo en Coyoacán. Levanté la bocina, marqué y contestó él: ¡Tamayo!
- Por el género de la entrevista llegué a Herbert Marcuse; en la Universidad de California, me corrió tres veces
- La entrevista da muchas cosas, los muchachos deben saberlo.
III de III
Por Elvira García
Selección iconográfica y poética: Carlos Alberto Duayhe
Concluye la serie de tres partes de la amplia entrevista a Jorge Ruiz Dueñas en torno a su libro: León Felipe, el cual recorre la vida del poeta español, y mexicano de corazón. Esta intensa conversación, estuvo a cargo de los alumnos que participaron en mi Segundo Taller de Entrevista, 2023. Agradezco el talento y la dedicación del excelente grupo que se formó, al igual que la generosidad de mi amigo, el gran escritor y erudito Jorge Ruiz Dueñas quien, con entusiasmo y paciencia, respondió a todos los cuestionamientos que le hicieron mis talleristas. En aquella sesión, dedicada a entrevistarlo, fui la última participante; las dos horas y media que nos concedió estaban por concluir; por ello, sólo pude hacerle una única pregunta. He aquí el resultado:
-En tu libro León Felipe, hay una foto de mayo 1966; estás tú, con los ojos puestos en la dedicatoria que el poeta te escribe en el ejemplar de su última obra: ¡Oh, ese viejo y roto violín! ¿Qué pasaba por tu mente?
Jorge Ruiz Dueñas con el poeta León Felipe
-En verdad, sentía gran admiración por León Felipe; me había cautivado la jovialidad de ese viejo de 82 años años, verlo esa tarde tan lleno de vida, a pesar de su edad. Pero confieso que jamás imaginé lo que iba a suceder después. Luego de unas horas me preguntó: “¿Tú eres poeta, verdad?” Él tenía ese don. Efectivamente, me está firmando ese libro; ahí no estoy tomando notas, aunque hay otras fotografías de Julio Mayo donde las tomo, como dictaban los cánones del periodismo de aquellos tiempos, con pluma y libreta. Así pues, sentía esa emoción de estar cerca de aquel gran hombre. En la vida he tenido la oportunidad de acercarme a grandes seres; pero la verdad es que, aquello que se siente en esa primera juventud, es muy especial. Yo fui muy arrojado, o muy poco autocrítico, Elvira. Te confieso que cuando me dijeron: “Queremos que hagas entrevistas que van a ser la cara del periódico Lid, de los universitarios”, no dudé ni un minuto. Y de inmediato fui a una conferencia en torno a la crisis en el arte contemporáneo, en la cual participaron los arquitectos Eduardo Terrazas, Matías Goeritz y el pintor José Luis Cuevas. Me acerqué y le dije a Terrazas: “Quisiera entrevistarlo, maestro”. Empezamos, y de inmediato me dijo: “Oye, ¿por qué no vas a mi casa?”. Y ahí voy muy campante a entrevistarlo a su casa. Así eran mis acometidas.
Y el gran cantor del paisaje agreste y solitario, Ruiz Dueñas -a quien confunden con baja californiano porque también le ha escrito al desierto y a Guerrero Negro- no es parco con las palabras; las usa en abundancia para referirse a su pasado de joven entrevistador:
“Para ganar algún dinero, trabajaba en ese momento como pasante en la Tesorería de la Federación. Mi oficina era muy privilegiada en ubicación; yo tenía que subir a diario la maravillosa escalera donde están los murales de Diego Rivera. Al detenerme en una especie de entre piso, me quedé viendo los murales y me pregunté: ¿A quién voy a entrevistar ahora? Y se me ocurrió que a Rufino Tamayo. Desde muy niño recibí de mis padres una amable inducción hacia la pintura mural. Y Tamayo era uno de los grandes; me gustaba más que los otros muralistas mexicanos. Pues, ¿sabes cómo lo encontré? Agarré el directorio telefónico blanco, y como José Luis Cuevas me dijo que Tamayo vivía en Coyoacán, entonces empecé: Tamayo, Tamayo; y encontré un Tamayo en Coyoacán. Levanté la bocina, marqué y contestó él: ¡Tamayo! Le dije que quería entrevistarlo; y respondió: “Pues véngase el viernes”. La verdad, en ese momento hacía lo que se me ocurría. Igual me pasó con Nicolás Guillén, lo abordé y lo entrevisté. Es ese arrojo que tiene uno cuando es joven. Aunque esa frescura a veces no da resultado; por ejemplo, con el entonces rector de la UNAM, Pablo González Casanova, cuando le solicité la entrevista, nomás me hizo a un lado. Pero en fin, había qué hacer esa tarea. Y tú sabes bien que si algo enseña es ese contacto con el otro ser humano, y la pregunta.”
“Por el género de la entrevista llegué a Herbert Marcuse”
Marcuse.
-Y lanzarse, a la aventura…
-A la aventura… bueno así le llegué a Herbert Marcuse. En la Universidad de California, me corrió tres veces; tres veces me dijo no; se enojó, se molestó, me echó. Y ya en la tercera, se puso muy a la defensiva porque era evidente que estaba custodiado por el FBI; había un individuo cerca de su cubículo. Entonces le dije: “Oiga, ya se que usted le informó a Le Monde, de París que ya no iba a dar entrevistas, sin embargo, le otorgó una a Manuel Mejido, de Excélsior”. Y en ese momento se voltea, con cierta furia, y me dice: “Y ¿tú, cómo lo sabes?”, siempre con la paranoia. Le contesté: “Porque ya salió publicada en Excélsior. Y, en ese momento, se transformó. Y comentó: “Pero ¿cómo es que se ha publicado?” Le recetó algunos epítetos a Mejido. Le prometí: “Mañana le traigo el diario”. Y se lo llevé. Volvió otra vez a enojarse; pero cambió conmigo y nos tomamos unas fotografías juntos, y ya me preguntó de mí; se enteró de mi cercanía con León Felipe; él sabia de León, y me invitó a sus clases. Y, al menos durante tres cursos de invierno, fui oyente y alumno de Marcuse, pero llegué a él gracias a la entrevista. La entrevista da muchas cosas, los muchachos deben saberlo.
-Así es, la entrevista abre caminos, nos regala amigos…