* Para el asco no existe revulsivo. Es percepción y sensación constante que determina carácter y modifica valores. Es, ese asco, compañero de la perversidad, de las malas decisiones, de la necesidad del caos para que quienes lo padecen, encuentren alguna satisfacción. En eso estamos y sufrimos
Gregorio Ortega Molina
Fue Julio Riquelme quien me motivó a leer La nausea, de Jean Paul Sartre; a su vez, él fue guiado por Francisco Carmona Nenclares, a quien conocí y traté gracias a Julio Scherer García en 1975. Fue Carmona, después Dimitri Baltas, los que me convocaron a profundizar en ese concepto sartreano de ver al mundo: “porque te dedicas al periodismo y al estudio del poder”, aseveraron para impulsar mi entusiasmo.
Afirman los estudiosos de Sartre, que el “malestar se vive desde los sentimientos y las sensaciones de Antoine Roquentin, que es invadido por una percepción que determina su imagen y actitud al interactuar con las personas, los sucesos, las cosas que lo rodean. La denomina náusea y percibe «como una enfermedad, no como una certeza ordinaria ni como una evidencia». Antoine se vive en Bouville —la población en la que trabaja en la elaboración de una biografía histórica— como un ser que busca la respuesta a su propia existencia, a su propia visión de las cosas, pero que se topa una y otra vez con la inutilidad de comprenderse a sí mismo (y mucho menos a los demás). En sus paseos por la ciudad, en sus conversaciones con ciudadanos y compañeros de trabajo, en sus recuerdos, lo único que parece descubrir es un vacío, un caos al que se ve impotente para imponer orden”.
A pesar de todo, me queda la certeza de que se puede vivir, o medio vivir en el desorden, que es lo que sucede en el ámbito social, económico, educativo, administrativo y político que determina el entorno de los mexicanos, y de muchos otros en diversas naciones en apariencia ordenadas.
No sucede lo mismo con el asco, ese concepto con el que me topé en mis lecturas de María Zambrano. Deduzco que la nausea se cura, de ahí los que viven inclinados a la drogadicción, el alcoholismo, las pulsiones propiciadas por el poder, las guerras, la violencia y la muerte. Matar y morir alivian esa sensación de vómito o de falta de resistencia.
Para el asco no existe revulsivo. Es percepción y sensación constante que determina carácter y modifica valores. Es, ese asco, compañero de la perversidad, de las malas decisiones, de la necesidad del caos para que quienes lo padecen, encuentren alguna satisfacción. En eso estamos y sufrimos.
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