La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
La institucionalidad es una graciosa huida para no practicar la crítica
Sin duda, Beatriz Paredes Rangel, es una política preparada, ha transitado lo mismo en el Poder Legislativo que en el Ejecutivo, en el ámbito diplomático, en gobiernos estatales y federales, por recurrir al lugar común, es una todoterreno.
Serena, es una excelente oradora y, aunque no se le conocen escándalos de corrupción, su principal problema es que ha sido cómplice, por omisión, de gobiernos tracaleros.
Asidua visitante a Veracruz (tiene una propiedad en la Cuatro Veces Heroica), doña Beti ha callado como momia ante las atrocidades cometidas en la entidad, del año dos mil a la fecha, su silencio, por más que lo quieran disfrazar de prudencia, es injustificable.
Además, a lo largo de su carrera, iniciada en el sexenio de Luis Echeverría, ha sido incapaz de realizar una crítica a los presidentes emanados de su partido, nunca dijo nada de la corrupción en el salinismo o en el peñato, por ejemplo.
También ha hecho mutis, ante las políticas neoliberales, contrarias a la plataforma ideológica del PRI, instauradas desde el sexenio de Miguel de la Madrid, su posición ha sido la de mantenerse inmóvil para ‘salir en la foto’, cero comentarios que puedan molestar al Tlatoani en turno.
Ese es el gran problema de la señora Paredes, pertenecer al viejo sistema cuya meritocracia consiste en agradar al poderoso y con ello promoverse en el escalafón, la genética priista que lleva a la convicción de modificar el tiempo, para que sea la hora que guste el señor presidente.
Ni modo Beatriz, la memoria persiste, el que no la conozca, que ‘la compre’.