Joel Hernández Santiago
La pobreza es una tragedia para quien la sufre. Se le vea desde cualquier punto de vista. Ser pobre es una maldición individual y social; es un fracaso para todos, pero sobre todo es una negación de buen gobierno; de las políticas públicas que favorezcan a todos por igual en beneficio del crecimiento propio y colectivo; del diseño de país, de las aspiraciones y, sobre todo, es un fracaso de la justicia política, económica y nacional.
No hay un solo ser humano, que se sepa, a quien le guste ser pobre. En general se vive para salir adelante; para rescatarse de las condiciones adversas. Así, la gente se vuelve “aspiracionista” porque quiere vivir mejor, porque quiere lo mejor para la familia, porque quiere vivir sin sobresaltos, porque quiere tener todo cumplido en lo personal y en lo familiar.
Por eso se trabaja duro cuando más falta hace el recurso… Siempre y cuando haya trabajo. Siempre y cuando haya salud. Siempre y cuando se tengan herramientas escolares y académicas para competir en un mundo de competencia rabiosa.
Se necesita el recurso para comer, para saciar la sed, para la casa-comida-sustento y para el solaz, incluso.
Pero sobre todo se necesitan políticas públicas que eliminen la pobreza: toda, la de todos. Con trabajo político y económico; con distribución justa y equilibrada de la riqueza nacional; con los servicios públicos cumplidos para todos y saberse protegido por el Estado con base en la aportación de todos a la hacienda nacional.
Pero para salir de pobres se requiere que el gobierno encamine al cuerpo social hacia el trabajo productivo y la generación de riquezas que –siendo honesto y no corrupto- serán distribuidas entre la población nacional para hacer a un país sin pobres o pobres en extremo.
Son muchas las razones por las que la pobreza prevalece en un país. La hay en todos los países del mundo. En unos más –los países pobres de por sí— e incluso en los países que se consideran del Primer Mundo.
La pobreza no es sólo un asunto de cifras o porcentajes. No es un número impreso o escrito en una hoja de papel. No es para utilizarse en beneficio político o electoral. Es, sí, una tragedia humana y es un estado de vida que atenta en contra de los derechos humanos.
Pues eso. Resulta que el jueves 10 de agosto, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) dio a conocer su informe de índices de pobreza en México a 2022.
Este reporte dice que de 2018 a 2022 el número de pobres en México disminuyó en 5.6 por ciento. Que es decir, en 2018 había 51.9 millones de personas ‘en condición de pobreza’, las que para 2022 fueron 46.8 millones de personas que viven con ingresos por debajo de la línea del bienestar y con por lo menos una carencia social (salud, educación…). Esta disminución de la pobreza en el país se debe, dicen analistas, al aumento del salario mínimo y a los apoyos económicos directos…
Sin embargo nadie puede sentirse contento y mucho menos feliz por estos datos: festejarlos es inaudito, es grosero, es de una insensibilidad social y política que son extremas.
Esto simple y sencillamente porque hoy mismo, en este momento, hay 46.8 millones de mexicanos que viven con el ¡Jesús! en la boca. Que se truenan los dedos para sacar adelante a la familia. Que tienen dificultades para sentirse seguros y para pensar que mañana todo estará mejor.
Y peor aún, según el mismo informe de Coneval-2022, la pobreza extrema en México aumentó de 8.7 a 9.1 millones de personas entre 2018 y el año pasado, lo que equivale a siete y 7.1 por ciento de la población, respectivamente. Estos más de nueve millones de mexicanos no tienen para el día de hoy y mucho menos para mañana. ¿Esto también se festejará en Palacio Nacional?
Lo dicho, la pobreza y la pobreza extrema son una tragedia mayor para quien la vive. Y es una tragedia para el país que mantiene oscilantes estas cifras que no son eso: cifras; si seres humanos con vida, con aspiraciones, con necesidades, con aspiraciones, con sueños, con ganas de trabajar duro para que su trabajo les dote de lo mejor para vivir mejor.
Ya se ha dicho hasta el cansancio que uno de los almácigos de la delincuencia, del crimen organizado y de otros tumores dañinos para el país surgen por la pobreza, por la falta de alicientes y porque para muchos no hay ni hoy ni mañana en México. Arreglar esto es el principio de la solución.
También está ahí en ese informe de Coneval-2022, que hay más de cincuenta millones de mexicanos (con aumento de más de treinta millones sólo en el periodo 2018 2022) que no tienen acceso a la salud pública. No tienen posibilidades de sanar sus enfermedades o, incluso, salvar la vida. Sin medicinas ni atención médica. Y no es un error en la pregunta. Es la verdad. ¿Y qué pueden hacer? ¿Qué podemos hacer?
Así que es bueno que haya menos pobres en México, aunque sean unos pocos. Pero lo cierto es que hay 46.8 millones de pobres en el país y más de 9 millones en pobreza extrema; poco menos de la mitad de habitantes de la República Mexicana. ¿Es eso bueno? ¿Es eso lo que hay que festejar? ¿Lo festejan estos millones de mexicanos?