* No es escribir, se trata de narrar con una pericia que supera al lenguaje de Ricardo Garibay, y es así como Fernanda Melchor nos mete a vivir sus crónicas, sus novelas, sus cuentos de cómo nos va en el día a día
Gregorio Ortega Molina
En cierto sentido la literatura de Fernanda Melchor es testimonial, aunque nos muestra ese aspecto de las vidas y los ámbitos que vemos de lado, o sabemos que allí están, pero nos molestan porque alertan y trastocan nuestra adormecida idiosincrasia, esa manera de ser que nos permite transitar por el mundo como si nada más nosotros fuéramos personas decentes. No hay tal.
Falsa liebre es una crónica de la desesperación ajustada a los cánones de ese periodismo del que todo mundo reniega, pero del que necesitamos como el aire. Andrik, Zahir y Pelón están ahí, en esos lugares donde el cariño se regatea y se confronta con la violencia, los golpes, la toma de decisiones determinada por el miedo. Imposible la resiliencia, es la reafirmación de usos y costumbres que sobreviven, porque es ese sesgo el que facilita una mínima presencia de la legalidad.
Nos asusta saber que, en la montaña de Guerrero, en algunas comunidades de Chiapas y Oaxaca, las niñas continúan en venta para matrimonio, en un trueque determinado por el sexo, porque no son los varones los que resultan vendidos para bienestar del padre o de la familia.
Pero también sucede en las ciudades, en su periferia, donde los menores, mujeres y hombres son sometidos a las peores sevicias porque así lo quieren los progenitores, o los parientes que tienen la tutela de esa mercancía humana que les tocó en suerte.
El desastre llega cuando la o las víctimas comprenden que la única manera de recuperar la paz y la libertad es con el asesinato del o de los verdugos. Y sucede lo mismo entre quienes se mueren de hambre y los que ni remota idea tienen de qué hacer con su ocio, sus fantasías, los ensueños del encierro en la jaula de oro.
Lo vivido en Falsa liebre late en el corazón de los personajes de Páradais, ese jardín del Edén construido sobre cemento y con reglas estrictas entre sus inquilinos, los propietarios de un condominio de lujo cuya angustia es aprender a simular con la precisión requerida para que sus sueños sean compatibles con lo que parece ser su vida.
No es escribir, se trata de narrar con una pericia que supera al lenguaje de Ricardo Garibay, es así como Fernanda Melchor nos mete a vivir sus crónicas, sus novelas, sus cuentos de cómo nos va en el día a día.
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@OrtegaGregorio