Magno Garcimarrero
Refiere el historiador Vicente Riva Palacio, que “una vez fundidos los despojos del oro recogidos de la conquista de México, resultaron ciento treinta mil castellanos, siendo el quinto del rey, veintiséis mil”; eso sin contar otras riquezas que el propio Cortés retuvo para regalar al monarca.
Sin embargo, en contraste con esa gran suma, los soldados apenas percibirían cien pesos por cabeza; eso hizo que don Hernando, mañosamente dejara pasar unos días pensando cómo paliar el descontento que seguramente se provocaría entre su tropa.
Una mañana el conquistador pudo leer en una pared exterior del lugar donde pernoctaba, el siguiente letrero anónimo: “Triste esta ánima mea hasta que la parte vea”.
Cortés escribió en respuesta: “Pared blanca papel de necios” y al día siguiente la mano anónima había replicado: “Y aún de sabios y verdades”.
He aquí la primera pinta de la que se tiene noticia en México.
Cuenta Bernal Díaz del Castillo que las pintarrajeadas menudearon tomadas con buen humor por el extremeño que a veces les daba respuesta en las mismas paredes donde las hallaba.
Las pintas también tienen una historia universal.
Marcelino S. de Sautuola en 1875 comenzó a hacer una excavación en una cueva descubierta por un perro de caza años atrás, el aficionado investigador buscaba vestigios arqueológicos, acompañado de su pequeña hija María Faustina de siete años, ella fue quien realmente descubrió en la bóveda de la caverna y en la parte alta de las paredes unas bellas pinturas de animales, así llamó a su padre y le dijo: “Mira papá, bueyes”.
Después de muchos estudios se les atribuyó una edad de treinta y cinco mil años.
El lugar es la cueva de Altamira en España y ahora, es patrimonio de la humanidad.
Así pues, los grafitis y los grafiteros no son de ahora, es un arte prehistórico hecho con distintos propósitos y a la cual se le ha dado diferente tratamiento a través de los tiempos.
Es posible que los pintores auriñacienses de Altamira hayan querido propiciar con sus dibujos, la captura de las piezas dibujadas; es pues un propósito mágico, el mismo que buscaba el Papa que mandara pintar a Miguel Ángel y a Botticelli los frescos de la capilla Sixtina, y es tal vez el mismo propósito que Diego Rivera conseguía con sus murales, o alguna presidenta municipal en las paredes del túnel bajo el parque, o los niños hijos de familia que rayan las paredes de la casa.
En la simple mención de las pinturas se descubren fines rogativos, de reclamo de atención, de plegaria, todos de comunicación con alguien que puede ser: la naturaleza, Dios, el candidato en turno o el pueblo.
El niño que traza en la pared unas rayas, les está reclamando a sus padres que se fijen en él, que lo tomen en cuenta, que le den un lugar en su casa y en sus vidas tan ocupadas en otras cosas.
El Papa como Sixto IV que llenó de frescos la bóveda de una capilla, lo hizo creyendo llamar la atención del Creador, suponiendo que con ello lo ensalzaba.
Los muralistas mexicanos crearon toda una corriente artística de protesta, como las pintas anónimas del rescate mal repartido, para llamar la atención de los gobernantes ante la histórica inequidad del sistema.
Rivera, Orozco, Chávez, Siqueiros, todos ellos dejaron su reclamo en las paredes de los edificios públicos y señalaron el eterno desequilibrio entre la riqueza insultante y la miseria endémica, entre el poder corrupto y la indefensión popular.
Hay pintas que por ley se pueden hacer, como la propaganda electoral, pero que también por ley son efímeras o, debieran serlo, pues está previsto que deben retirarse o borrarse pasadas las elecciones, sin embargo, nadie se ocupa de ello.
Es posible encontrarse en muchas partes de la ciudad, pintas que hablan de candidatos que ya murieron… y no digo de muerte civil o política, sino que ya rindieron tributo a la tierra con sus huesos… y no digo con los huesos políticos ganados por sus méritos partidistas, hablo de la osamenta que llevaron dentro del cuerpo con tuétano y todo y que se pudre en el panteón.
Quizá convenga no borrarlas nunca. Es posible que, dentro de treinta y cinco mil años, una niña como la María Faustina, al pasar por una calle desierta de una extinta ciudad, descubra un rostro pintado y, llame la atención de su papá diciéndole: “Mira papá, un candidato”.