Muchas son las prendas obligadas para quienes tras décadas de servicio alcanzan las estrellas de general en el Ejército Mexicano. El camino que comienza en el Heroico Colegio Militar, es la largo, sinuoso y no exento de riesgos y dificultades. A las virtudes militares se añaden la inteligencia, la templanza y el liderazgo que hace de los generales ejemplo e inspiración para las tropas y unidades que mandan. Un elemento adicional es la prudencia con la cual, los generales también se conducen al interactuar con la sociedad civil.
Son incontables los referentes de prudencia en generales mexicanos. Un caso particular fue el ocurrido en Cuernavaca, Morelos a principios de 1957, cuando el asesinato de Jorge Garrigos a manos de un policía de tránsito, derivó en la mayor protesta ciudadana de la cual se tenga memoria en Morelos.
Gobernaba Morelos, el General Rodolfo López de Nava, oriundo de Totolapan, Morelos, formado en la revolución, entre sus méritos en campaña se le reconocía como pacificador de la costa de Jalisco, por su origen y trayectoria era un perfil duro.
El presidente municipal de Cuernavaca era a su vez Manuel Dehesa. Un domingo por la tarde a mediados de febrero de 1957, el joven Jorge Garrigos departía en su departamento con un grupo de amigos y sus esposas, entre ellos Raúl Bonfil, hijo de un conocido arrocero de Jojutla, Jorge decidió ir junto con Bonfil a comprar una botella a la cantina “La Sorpresa” en Matamoros y Leandro Valle. Al salir de “La Sorpresa” los jóvenes se enfrascaron en una discusión con un par de arrogantes motociclistas de Transito, uno de ellos era hijo del Jefe de Transito y el otro se apellidaba Caballero, quienes alegaron alguna infracción al reglamento, la discusión subió de tono y derivo en un enfrentamiento a golpes, en el cual los policías no salieron bien librados, Bonfil incluso derribo a uno de ellos de un golpe con un objeto contundente, los jóvenes dieron por terminado el pleito y regresaron al departamento de Jorge Garrigos, justo cuando cruzaban la calle fueron alcanzados por los motociclistas golpeados, el hijo del Jefe de Transito intentó propinar un golpe a Garrigos con el cañón de su arma, pero esta se disparó dándole un tiro mortal en la cabeza, Garrigos cayó al pie de la puerta del departamento.
Los Policías en ese instante alegaron haber actuado en legítima defensa, pero fueron increpados por los vecinos, quienes les espetaron que eso era imposible pues Jorge Garrigos no estaba armado. El Motociclista Caballero asumió la culpa para encubrir al hijo del Jefe de Transito y el verdadero homicida huyo de Cuernavaca, años después regreso a la ciudad y cometió la imprudencia de pasearse por el zócalo, ahí fue visto por un grupo de amigos de Jorge Garrigos, quienes lo alcanzaron y le propinaron una paliza formidable.
La impunidad del artero crimen que no fue castigado, enardeció a la ciudadanía, los cuernavacenses sin importar clases sociales o ideologías se unieron como uno solo, sin ningún interés político, solo eran una sociedad agraviada y el muchacho asesinado muy querido por todos. Una enorme multitud nunca antes vista en la ciudad, se congregó exigiendo justicia frente al Palacio de Cortés en ese entonces sede del Gobierno estatal, el 18 de febrero de 1957 alrededor de 5000 personas apedrearon el histórico inmueble rompiendo los cristales, el Gobernador intentó contener los daños e incluso llamó al Obispo Sergio Méndez Arceo para que calmará a la multitud, Don Sergio no lo logró, la gente lo increpó por hablar a favor del gobierno. Cuando la situación salió de control, el gobierno local, pidió el auxilió de la Zona Militar y su comandante el General Julio Pardiñas Blancas.
El Genera Pardiñas desplegó un cordón de tropas de infantería frente al Palacio, pero aun ni así ceso la protesta, los proyectiles principalmente tabiques, seguían volando en dirección del centenario inmueble, evidentemente los tabiques hicieron blanco sobre la tropa, y algunos infantes a pesar del casco cayeron heridos por la lluvia de proyectiles.
Fue en ese momento cuando la muchedumbre quedó a la expectativa de la reacción de Pardiñas, algunos incluso esperaron que las tropas hicieran fuego para dispersar a los enardecidos habitantes o al menos los reprimieran con violencia, sin embargo Pardiñas con notable aplomo, entereza y voz firme ordenó a la tropa retirarse del lugar marchando marcialmente, eso sí, los soldados ilesos sostuvieron en pie a los lesionados para no dar el espectáculo de un ver a un soldado mexicano caído en el suelo, en ese momento, los acontecimientos dieron un vuelco, la tropa se retiró en medio de la aprobación, reconocimiento e incluso de aplausos de los ciudadanos que sorprendidos reconocieron el no haber sido reprimidos por los infantes, a partir de ese momento se puede decir que las protestas cesaron. La decisión de Pardiñas Blancas evitó que la sangre llegara al rio, en uno de los tantos lamentables acontecimientos violentos que han marcado la historia de Cuernavaca y de Morelos, pero que dejaron para la posteridad el testimonio de una genuina protesta ciudadana ante un exceso policiaco, pero también del pundonor y prudencia de un General del Ejército Mexicano.