* La absurda discusión será zanjada por los padres de familia, pues serán ellos, por encima de los docentes y los intelectuales del gobierno, los que dirán a sus hijos qué y cómo aprenderlo. ¿O sobre la voluntad de los progenitores está la del maestro? Será interesante descubrirlo
Gregorio Ortega Molina
Hasta hoy, la disputa mediática por los “novedosos” libros de texto gratuitos dista mucho de ser pedagógica o académica, tampoco es un “auto de fe”, se limita a ser un vulgar agarrón verbal por el poder en diferente escenario: la instrucción pública de los futuros gobernantes de México, siempre y cuando hayan estudiado en los planteles educativos del Estado, aunque muchos de los que mandan se forman en las instituciones de enseñanza privadas. ¿Las van a desaparecer?
El auténtico, el verdadero problema de formación de carácter de los educandos, está en un tema con dos vertientes: una “información” sexual masculina más amplia, que incluye la solicitud de maqueta de un pene y unos testículos, con un sistema que simule la eyaculación; en cuanto a lo femenino, únicamente se da cuenta de la menstruación, pero nada dicen del orgasmo ni de la función del clítoris. La perspectiva es claramente machista y propicia más confrontación entre mexicanos, más de la que es deseable. Otra vez esa idea de la mujer que derrama sangre y el hombre que inserta vida. Son absurdos.
Oposición y partidarios de la 4T debieran darse cuenta del camino que los obligan a transitar, olvidados de que el sectarismo y la misoginia sólo favorecerán el peor de los gobiernos: la dictadura.
Cuando el cristianismo adquirió la dimensión de un poder capaz de confrontar a Roma como Imperio, Constantino tuvo la idea genial de convertir a su Dios en un doble del emperador, al declararla religión romana, incluirla en sus vidas, asimilarla. Acá, por el momento, excluyen, y en todos los ámbitos. Y se enardecen innecesariamente los ánimos con una discusión que se ha dado cíclicamente, con las reformas al artículo tercero constitucional y la idea de reconstruir la historia, con histeria.
Recuerden la sabia decisión de Ernesto Zedillo, que envió al incinerador los libros de historia conceptuados y redactados por el grupo de neo historiadores capitaneado por Héctor Aguilar Camín. Se acabó la discusión y se evito una gratuita confrontación entre mexicanos. ¿Es momento de revisar la historia, desechar su mitología, cuando no hemos logrado consolidarnos como nación?
La absurda discusión será zanjada por los padres de familia, pues serán ellos, por encima de los docentes y los intelectuales del gobierno, los que dirán a sus hijos qué y cómo aprenderlo. ¿O sobre la voluntad de los progenitores está la del maestro? Será interesante descubrirlo.
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