Magno Garcimarrero
Se llamó Giovanni María Giambattista Pietro Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti Sollazzi, pero cuando tuvo uso de razón, si es que alguna vez la tuvo, éste beato señor se cambió el larguísimo nombre por el brevísimo apodo de Pío IX (Pío Nono), una vez que fue Papa. Corría el turbulento año de 1846 cuando la “fumata bianca” anunció su arribo al trono de San Pedro, al que se aferró por espacio de 32 años… más o menos como aquí don Porfirio… hasta que la muerte lo arrancó de la silla pontificia.
El hombre vivió 86 años, contradiciendo a los médicos que afirman que los epilépticos mueren a edad temprana, y contradiciendo también a miles de fieles que cuando el cortejo de su segundo entierro (porque tuvo tres), cursaba por el puente de Sant’ Ángelo, una turbamulta trató de arrojar el féretro al río Tíber, para ejemplo y escarmiento de futuros Papas locos o enloquecidos por el poder.
Este beato es eso solamente, beato; los Papas subsecuentes se han cuidado mucho de declararlo santo, por la mala fama que corre secreta en los anales vaticanos. A él se debe, entre otras cosas, el haber conciliado la bizantina discusión de siglos respecto a concepción inmaculada de María, la madre de Jesús, con la proclamación de un dogma que, si se hubiera dictado hoy chocaría contra la libertad de expresión, la ley de transparencia y contra el respeto a los derechos humanos.
La bula dictada el 8 de diciembre de 1854 Ineffabilis Deus en su parte medular dice así: “Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano.
Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho”.
El mito del pecado original venía desde siglos atrás, la había heredado la Iglesia católica de otras religiones anteriores como el judaísmo y el brahmanismo en los que se tenía como cierto el cuento de la primera pareja echada al mundo por dios, después de haberlo desobedecido; o sea que el pecado original no era uno, sino dos o varios, eran: la desobediencia y luego el haber hecho oídos eficientes a las insidias del demonio dentro de un bonito pellejo de serpiente, y finalmente la seducción, la invitación carnal, dicho sea sin pelos en la lengua.
Pero el catolicismo convirtió este mito en dogma y se los vendió en paquete con el bautismo purificador a los creyentes. Con el tiempo, lo que originalmente era un manzano se convirtió en un berenjenal y la Iglesia no hallaba como resolver la condición pecaminosa original de ciertos personajes muy importantes como María y Jesús; en un tiempo también se involucró a los supuestos padres de María: Joaquín y Ana y al primo Juan el Bautista, pero finalmente los hicieron a un lado para no meterse en peores berenjenales y en la bula se tocaron sólo de soslayo, poniendo énfasis en los dos personajes principales con calidad de dioses y no sólo de santos, a los que por decreto se les declaró inmaculados, inefables y otros calificativos divinos.
Inmaculada es una palabra latina que significa sin mancha así que la bula se sorraja todo un tratado filosófico explicando lo inexplicable y remata prohibiendo cualquier comentario futuro sobre el asunto, dogma perfecto. Lo que no previó Pío Nono fue que a todas las nacidas el ocho de diciembre les llamaran Conchas de puro cariño, y con ello el asunto pasó al mundo de las paparruchas.
De las “entre otras cosas” que se le deben a este Papa de infausta memoria, está nada menos que la excomunión del Benemérito de las Américas don Benito Juárez, y su truculento movimiento de influencias para inducir la intervención francesa en México, el convencimiento del sifilítico Maximiliano de Habsburgo para que viniera a ocupar el trono del segundo imperio mexicano, y finalmente el desaire a la bella Mamá Carlota que se hacía la loca reclamándole su intervención para que el rey de Francia no abandonara a su suerte al archiduque. Un verdadero pájaro de cuenta este Papa que llevó a la práctica el famoso Sylabus errorum lista de errores condenables por la Iglesia, mediante el cual sancionó la educación laica, el liberalismo, el sistema republicano, la ciencia atea, la disidencia, y el uso de la razón, entre otras muchas cosas más, so pena de excomunión.
M.G.