De memoria
Carlos Ferreyra
Fue algo que el periodista en zonas de conflicto, siempre teme pero nunca por sí mismo sino por los compañeros.
Estábamos con José Antonio Rodríguez Couceiro, súper Star de la agencia española EFE en Zacapa, Tercera Zona militar, en Esquipulas, donde veneran al Santo Cristo negro.
Habíamos corrido como desaforados para llegar a Honduras y reportar las incidencias de la mañosamente titulaban la Guerra del Fútbol, cuando en realidad era una disputa por territorios y mercados entre dos plataneras gringas: United Fruit y Chiquita Brands.
Suspendidos los vuelos a los dos países en pugna, agarramos un guajolotero que nos llevará a la triple frontera. Nos alojamos en un mesón céntrico; identificados como periodistas internacionales, recibimos una visita
El comandante militar si recuerdo bien, Coronel Echevarría, no quiso perder la oportunidad de mostrarse como aguerrido hombre de Armas. Invitó unos brindis con ron Zacapa, nosotros evadiendo una posible borrachera, pero…
Al militar, ante la alarma de José Antonio y mi regocijo, empezó a soltar la lengua. Con cara de admiración le daba cuerda mientras Couceiro con voz calmada, le decía que no era necesario que nos enterásemos de sus actividades.
Sintetizando, describió el sistema de alertas por medio del cual podía copar zonas habitadas donde los soldados tenían mano libre para cualquier atrocidad. Asesinatos, violaciones, saqueos. Lo justificó con la simpleza de un niño travieso: así evitamos que protejan y ayuden a la guerrilla.
Cada vez más orgulloso por su eficiencia táctica, mencionó a los kaibiles en cuyo entrenamiento incluían devorar una gallina viva mientras la despluman. También, aunque me pareció exagerado hasta conocerlo en México, desmembrar con hacha a una persona que por el trauma presencia su sacrificio sin perder el conocimiento.
Muchas bestialidades fueron descritas. Nos retiramos a dormir y en la mañana temprano, el mismo mílite que nos había mostrado los primeros bombardeos salvadoreños sobre Honduras, nos dio un apunte detallado del camino que nos llevaría a nuestra meta.
Sin dinero suficiente agarramos el guajolote ro de regreso a la capital. Fuimos a la embajada donde el furibundo charro dominical pensaba como sacudirse un sujeto tan comprometedor. Tras los dimes y diretes aderezados con una que otra mención familiar, nos permitió llamar a México. José Antonio habló con Vicky su esposa y en eso estaban cuando apareció José Luis Lucero en la puerta.
Preguntó con quien hablaba. Al saber que era José Antonio, soltó un bufido tranquilizador y nos informó: era un cable de EFE dando cuenta del asesinato del periodista español y el fotógrafo que lo acompañaba. Sucedió durante un asalto en despoblado en la ruta sugerida por el soldándote.
Tras la pernocta, al día siguiente se reanudaron los vuelos a Tegucigalpa. Nos registramos en el hotel donde se estaban hospedando los corresponsales y decidimos descansar de tanta penuria.
No pudimos, casi a patadas tira la puerta del cuarto Pepe Carreño Figueras. Fue su bautizo como informador desde el exterior. Abrimos y nos dijo que había recibido un mensaje de su agencia y debía confirmarlo.
En México circulaba la información de nuestro asesinato. Lamentable, le echamos a perder lo que hubiese sido una primicia. Nos fuimos a desayunar y ese día supe lo que se siente al morir…nada.