Joel Hernández Santiago
Poco a poco se desploma, como en la caída de la Casa Usher: Un ocaso que es definitivo y sin retorno. Esto ocurre a uno de los partidos emblemáticos en la historia del sistema de partidos del mundo y que fue gobierno en México por poco más de setenta años: el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
En 1990, durante un programa de televisión lo dijo así Mario Vargas Llosa, el escritor peruano de tono conservador y premio Nobel de Literatura en 2010:
“… México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México”, dijo. “Es la dictadura camuflada”. “Tiene las características de la dictadura: la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido. Y de un partido que es inamovible”. Por supuesto se refería al PRI.
Por entonces el PRI seguía en el gobierno, imperando en todo el país, con mayorías calificadas en los Congresos y con influencia en todo lo que era política nacional. ‘No se movía una hoja del árbol político en México si no era a través del PRI’. Eran otros tiempos.
Habían transcurrido aquellos más de setenta años en los que construyeron instituciones y formas de gobierno y de función pública. El país avanzaba y retrocedía. Depende. Avanzó en desarrollo. Perdió en igualdades. Avanzó en instituciones democráticas para su propia salvaguarda. Perdió en garantías sociales. Fue artífice de Tlatelolco en 1968 y del ‘Halconazo’ de 1971…
Con el PRI, los favores políticos eran pagados y las deslealtades castigadas. Todo ahí, en ese mundo cerrado y hermético pero generoso cuando quería y le interesaba obtener ganancias, como también displicente y cerrado…: ‘El ogro filantrópico’.
La democracia se ralentizó y el ciudadano fue marginado de las grandes decisiones políticas del país. Pero también el PRI fue capaz de reformas políticas incluyentes –porque con esto salvaba su propio pellejo. Y fue capaz en 2000 de abrirse a la alternancia política. Eran otros tiempos.
Durante doce años gobernó al país el Partido Acción Nacional (PAN), perdió su oportunidad histórica porque el ciudadano mexicano decidió el regreso del PRI en 2012 para encontrarse que éste no habían cambiado, que era de otro modo lo mismo de antes. Y perdió las elecciones en 2018 frente al ímpetu de un candidato que prometía cambiar, aunque –hoy lo sabemos- ocurrió lo de Lampedusa: ‘Cambiar, para no cambiar’. Eso es.
Hoy el PRI vive entre sombras, nadamás. Subsiste porque está ahí, como entelequia, como recuerdo que no quiere ser olvido. Como un partido político que cayó en manos de quien quiere ser su enterrador: Alejandro Moreno: “Alito”.
Hoy este partido vive “porque Dios es muy grande”, se dice en el pueblo. Vive porque se alimenta de otras fuerzas políticas. Vive porque tiene gobiernos y representantes legislativos, pero poco pasa y poco ocurre para su propia fortaleza, la que cada día mengua y va camino a la extinción.
Hoy es parte de la coalición opositora Frente Amplio por México, en donde no tiene ni predominio ni toda la fuerza consigo.
Una representante de su antiguo enemigo mortal, el conservador Partido Acción Nacional (PAN), será la candidata que represente a una oposición que puede hacer más para ser factor de equilibrio pero que, entre sus dudas y sus intereses de partido, no consigue levantar ni una hoja de papel.
En todo caso, el PRI pasa hoy por uno de los peores momentos de su historia. No cabe duda de que aun respira. De que aún está ahí. Que se sabe de este partido por sus conflictos internos, por sus divergencias y diferencias, pero nada que tenga que ver con un proyecto de nación, con un proyecto de país, por un gobierno que represente a… ¿a quién?…
Y todavía se da el lujo de mostrar enojo frente a un grupo de priistas que, por hangas o por mangas, dejó de ser priista para pasar a ser apoyo de la candidata de Morena, en unos casos; o intentando ser candidatos a cualquier cosa en otros partidos o ser parte de Morena, aunque les rechiflen y les gorgoreen cuando salen a la palestra en su nueva modalidad, del rojo al guinda.
Así que el 5 de octubre decidió el señor “Alito” expulsar a los que ya antes habían renunciado al PRI, en un acto malabar que nada abona al crecimiento del PRI y sí deja el amargo sabor de boca del agonizante que castiga a quienes no le son fieles hasta la extinción.
Destacan los ex gobernadores de Hidalgo, Omar Fayad, Miguel Ángel Osorio Chong; de Tlaxcala, Marco Mena; la ex canciller Claudia Ruiz Massieu. El senador Jorge Carlos Ramírez Marín, quien hace una semana renunció al PRI para buscar la candidatura de Yucatán con el respaldo del PVEM.
También fueron “expulsados” Eviel Pérez Magaña, la senadora Nuvia Mayorga, Pedro Armentia, diputado federal quien se sumó a Movimiento Ciudadano; Fernando Pucheta, Jesús Valdés, Faustino Hernández, Cinthia Valenzuela, Ricardo Madrid y hasta Mariana Benítez Tiburcio…
No importa. Si importa que hoy en México los políticos piensan en sí, –como ocurre con muchos en el mundo-; que tienen sus propios intereses; que pueden salir y entrar de una casa que está en caída y que, en esa casa, está como patrón uno que decidió cerrar puertas y ventanas para agonizar en soledad y sin las glorias pasadas. ¿Tiene salvación?
Lo dijo Edgar Allan Poe en la “La caída de la Casa Usher”: “Si un hombre me engaña una vez, me avergüenzo de él; si me engaña dos veces, siento lástima de mí.”