La marcada obsesión que tiene el presidente de la república por emular al Benemérito de las Américas más allá de que la figura del personaje más relevante del siglo XIX mexicano, sea una inspiración para la difícil tarea de gobernar esta nación, ha logrado exactamente lo contrario. Una interpretación equivocada del juarismo ha derivado en una polarización de la sociedad mexicana, a posiciones encontradas y radicales en ambos sentidos y a un enfrentamiento entre poderes, en este caso entre el poder ejecutivo y el judicial, que es ajeno al espíritu republicano sobre el cual se debe cimentar nuestra república.
El presidente de la república, ha llegado al extremo de dividir al país en dos bandos o facciones, Liberales que son sus adeptos y simpatizantes y Conservadores quienes son los que se le oponen o disienten ante los visibles problemas que en todos los rubros asolan al país. Esta postura extremista reduce a quienes no apoyan al presidente al nivel de traidores a la patria, los equipara con aquellos que promovieron una invasión extranjera que ensangrentó nuestro suelo con las bayonetas de Napoleón III y quienes también impusieron a un ambicioso príncipe extranjero en el trono de México.
Hay que recordar que Juárez fue un hombre completo, fue pastor, seminarista, jurista, catedrático, regidor, funcionario judicial, gobernador, ministro en el gabinete, magistrado, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, presidente de la república y estadista. Fue un hombre de carne y hueso, con luces y sombras, con yerros y virtudes, pero ante todo fue quien supo conducir los destinos de la patria a lo largo de la Gran Década Nacional (1857-1867), logrando en definitiva nuestra independencia y soberanía.
Al restaurar la república tras vencer a la intervención y al imperio, el México independiente fue por primera vez respetado en el concierto de las naciones y dio paso al breve, pero orgulloso periodo de la República Restaurada que consolido una robusta identidad nacional. Juárez a su vez fue un legalista consumado que brego por la sana separación entre la iglesia y el estado, así como en la división de poderes, tan mermada hoy a poco más de 150 años de su muerte.
En 1857, se promulgó el 5 de febrero la Constitución liberal que es antecesora de la actual, esta Carta Magna entre diversas disposiciones anuló los fueros de reminiscencia virreinal. Esto se tradujo en un enfrentamiento de la sociedad mexicana. La iglesia, el ejército de marcada tendencia conservadora y las elites no estuvieron dispuestos a renunciar a sus privilegios.
El clero incluso amenazó con excomulgar a quienes juraran la nueva Constitución, en contrapartida los simpatizantes con un sistema republicano la sostuvieron. Entonces el país entró en una polarización nunca antes vista, a pesar de llevar décadas en pugnas políticas, asonadas, cuartelazos, guerras civiles y extranjeras.
Al final esta mencionada polarización desembocó en la cruenta guerra de Reforma o de los Tres Años y en la caída del presidente Comonfort. Al dejar Comonfort la presidencia correspondió a Juárez, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la presidencia por ministerio de ley. No es exagerado afirmar que la polarización de la sociedad mexicana de 1857, es similar a la que hoy vive el país donde el presidente apuesta más por incendiar la pradera que por el espíritu conciliador que debe corresponder a la investidura presidencial.
Quien suceda al presidente López Obrador, sin importar su origen partidista e ideológico, tendrá una tarea que difícilmente podrá concluir en un periodo de seis años. A las responsabilidades inherentes a su cargo, deberá añadir el corregir muchos yerros, restituir instituciones borradas de un plumazo, y tendrá también que restaurar la dignidad de la figura presidencial.
Hoy en un caso inédito los funcionarios del poder judicial salen a manifestarse a las calles, son incluso reprimidos por las fuerzas policiacas, tienen la enorme responsabilidad de defender a uno de los tres poderes de nuestro pacto federal, pero a su vez también la obligación de desterrar la corrupción que muchas veces hace de la impartición de justicia un infierno en este México convulso.
Juárez enfrentó retos titánicos, empezando por evitar la destrucción del México independiente, sin duda es un referente y un ejemplo obligado para cualquier presidente de la república, pero no como el hombre que debió a su pesar, sortear la disputa entre liberales y conservadores, sino como el hombre que dedicó su vida entera a fortificar el imperio de la ley y un Estado sostenido por la concordia y los contrapesos necesarios a través de la republicana división de poderes.