Héctor Calderón Hallal
En una más de las aventuras domingueras del suscrito, por las calles de esta ciudad que tuvo para presumirle al mundo “la región más transparente del aire”, el enojo social vuelve a inspirarme para bien o para mal, para abordar un tópico a partir de la crónica común entre vecinos de esta noble y leal ciudad: una disputa por hacer valer el derecho propio.
Y cada paseo vespertino del domingo, cada rincón y cada barrio recorrido, me dan pauta para confirmar que esta es una sociedad -la capitalina- a punto de estallar y no hay autoridad ni instancia social dispuesta a aportar algo para solucionar esa efervescencia de malestar… como nunca; como no se veía en por lo menos ochenta o cien años.
Lucrando impúdicamente con la que debió haber sido una marca patentada del artista aguascalentense José Guadalupe Posada, con su personaje “la catrina”, asociada a la tradición del calendario católico español de los días de “todos los santos” y de los “fieles difuntos”, el 1 y el 2 de noviembre próximos, el Gobierno de la Ciudad de México, abonándole a lo que podría convertirse en el siguiente mito genial, organizó un desfile por la muy “fifí” avenida Paseo de la Reforma.
Y es que en pocos años podrá darse por válido que la catrina o las calaveras que intervienen en estas fiestas, son aportaciones “milenarias”, como dice López Obrador, con más de 50 mil años de antigüedad, de parte del “pueblo azteca” o “maya u olmeca”… ¿qué más dá?.
Como sea, no deja de ser un fiesta impresionante, por su colorido, por la organización de los mexicanos y su fé en el misticismo sublime de la celebración.
Pero caminando por el sector financiero de Paseo de la Reforma, enfrente del edificio del Seguro Social, me percaté de un desagradable suceso: un ciclista transmutado en un rabioso energúmeno, arrolló materialmente a una mujer septuagenaria que en calidad de peatón y apoyándose enun bastón como en su también septuagenario esposo, no alcanzó a cruzar por la zona de “cebra” el semáforo peatonal y a medio recorrido por la carpeta asfáltica, titubeó y se resdevolvió ligeramente para resguardarse en los límites de la famosa ciclovía y permitir que pasara a toda velocidad, como si circulara por un “freeway californiano”, otro imbécil –seguramente dopado- a bordo de un coche compacto último modelo.
Muy en ello, ante el reclamo del anciano esposo, aparentemente provinciano norteño, se devolvió el ciclista agresor enfurecido, rabioso, argumentándole que si no veían bien, que esa era una ciclovía destinada para puro ciclista… “Que si ¿de qué rancho venían o qué?”… la molestia contenida por el señor, le obligó a contestarle que efectivamente que venía de un rancho bicicletero, en lo que aparentemente se estaba convirtiendo la Ciudad de México… pero atinádamente le alcanzó a decir también al prepotente infractor… “pero en cualquier pate del mundo donde te pares, hasta en mi rancho bicicletero, en la cadena vial, el elemento más vulnerable y más protegido por la ley, es el peatón compa”… a lo que el “chairociclista” respondió con agresiones verbales y físicas, empujando al anciano, mientras la señora aun no se reponía en el suelo, con una herida expuesta en su pierna.
Ni un solo agente de policía en el lugar y ningún ciudadano que entrara al quite ante la indignante escena.
La idea que permea entre ciclistas “milenials” y “zetas”, es que efectivamente las ciclovías son una especie de vía rápida de los ciclistas de la Ciudad, a quienes se les premia por hacer uso de la bicicleta; no obstante el beneficio no es tanto para la Ciudad y el tráfico; es para sus propios organismos.
Y no obstante se les vea también circular por banquetas y camellones –como el de Paseo de la Reforma- en zonas destinadas a peatones, auxiliándose de su campanita para avisar que “ahí va el golpe”… para que se haga a un lado el peatón.
Dentro del clientelismo de las políticas gubernamentales, los gobiernos de la capital han vendido la idea de que los peatones no existen y ellos son los únicos con derecho a la “preferencia de paso” por los automovilistas… craso error.
Y no tienen culpa, porque el Reglamento de Tránsito (primero del entonces Distrito Federal) que data como el antecedente más remoto, del mes de junio de 1989, aprobado por la naciente Asamblea de Representantes del Distrito Federal, trata en sus artículos 8 y 9, de manera tangencial y escueta, las obligaciones de los peatones, en un mundo diseñado todavía para alentar la industria automotriz, negando la importancia del ejercicio de las personas a través de la caminata y el “jogging”, pero sobre todo… negando la existencia de minorías minusválidas o en edad adulta, como para obligárseles desde el Reglamento “al uso obligatorio de puentes peatonales”… una auténtica aberración en contra del tiempo, la funcionalidad y hasta la salud de los ciudadanos.
En la capital de la República y desde que está asentado en el Reglamento de Tránsito del todavía Distrito Federal, en 2015, durante la gestión de Miguel Ángel Mancera, el genuino desarrollador de las ciclovías en esta ciudad, así como el responsable de reducir los carriles a muchas grandes vialidades, en aras de “agrandar las banquetas”… desde entonces, se reitera, quedó asentado que :
La norma vigente en la Ciudad de México, reconoce las siguientes preferencias dentro del espacio vial, en orden de prioridad:
1) Peatones, especialmente personas con discapacidad;
2) Ciclistas y otros no motorizados;
3) Vehículos de emergencia;
4) Ferrocarriles;
5) Prestadores del servicio público de pasajeros;
6) Prestadores del servicio de carga y distribución de mercancía;
7) Conductores de autos y motocicletas del servicio particular.
Este orden de preferencias no es exclusivo de la Ciudad de México, sino que es parte de un estándar internacional que se aplica en gran parte del mundo.
Como se vé, el actor más vulnerable es el peatón. Indefenso de la fuerza y
Así que si por esnobismo los habitantes de la “progresista” Ciudad de México, asumiendo erráticamente sociedad y gobierno capitalinos, que la sociedad capitalina de México, es suficientemente culta y sensata como la población de Ámsterdam o Shanghai, para asumir la fiebre del fenómeno bicicletero… francamente estamos atrasados.
Aunque el “tufo” a “mostaza” de ayer tarde por Paseo de la Reforma me dejó francamente “horneado”… como supongo sucede en algunos lugares públicos de Ámsterdam.
En México, no solo en CDMX, es un renovado afán de soberbia y esnobismo, muy a la manera del que impulsó en su tiempo el General Porfirio Díaz Mori, aquel presidente que precisamente impulsó entre otras cosas la parafernalia de las catrinas y los “lagartijos porfiristas” de entonces, que paseaban por el antiguo ‘Paseo del Imperio’, en sus monociclos, maniobrando sus bastones y haciendo uso y abuso de las reverencias con el sombero de copa… celebrando “ideas de avanzada” del mundo civilizado. Tal y como nos las quieren recetar los actuales gobernantes emanados del “Foro de Sao Paulo”… los “modernos populistas”.
Aunque el lagartijo de ayer, enfundado en un traje térmico de ciclista, color fosforescente y con mallas… no acertó a refutarle al hombre adulto al que agredió y a su esposa, el monto de la multa por no ceder el paso, en cualquiera de sus supuestos: De 20 a 30 UMAS (Unidades de Medida y Actualización), es decir, entre $2, 074.80 y $3, 112.20 pesos mexicanos.
Esnobismo puro, que implica que seguimos siendo el mismo pueblo de la “época porfirista”, que admira exageradamente todo lo que está de moda, particularmente del exterior, mostrando inclinación a adoptar las costumbres, modas e ideas, tan solo porque se consideran distinguidas.
Autor: Héctor Calderón Hallal
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