La insoslayable brevedad
Javier Roldán Dávila
La Constitución garantiza el derecho a opinar, pero, no confiere autoridad moral
Con pocas horas de diferencia, los ex presidentes Felipe Calderón y Ernesto Zedillo, hicieron sendas declaraciones que, por haber desempeñado el máximo cargo de elección de la República, alcanzaron trascendencia, sobre todo, porque llevaban jiribilla.
No tiene mucho sentido reproducirlas, lo interesante, es analizar si ambos personajes, están habilitados, en términos éticos, para convertirse en una suerte de sacerdotes en púlpito, emitiendo la homilía dominical.
Por lo que corresponde a Zedillo, llegó a la presidencia de rebote, merced al asesinato de Luis Donaldo Colosio, nunca la buscó, se la encontró, es decir, en su proyecto de vida no ocupa un lugar preponderante la vocación por lo electoral, sólo, a partir de su carrera burocrática, accedió a la distinción de gobernar el país.
Su administración, estuvo marcada por los ‘errores de diciembre’ y la creación del FOBAPROA que, hasta la fecha, sigue costando al erario público, no se requiere decir más.
De Felipillo, qué decir, llegó muy cuestionado a Los Pinos y tomó una decisión fundamental, que definió su administración: el uso de las Fuerzas Armadas como encargadas de la Seguridad Pública.
Ninguno de los dos, se distinguió por hacer un combate frontal a la corrupción, además, siguieron los designios del Consenso de Washington en materia de finanzas públicas, en concreto, no hicieron nada que los haga pasar a la historia por la puerta grande.
Claro que, el actual gobierno, queda mucho a deber, sin embargo, les corresponde a otros, hacer la respectiva reseña y crítica, no se debe amonestar (sin hacer, al menos, un mea culpa), cuando se tuvo la oportunidad de hacer lo que después se pretende objetar.