Ricardo Del Muro / Austral
En su reciente visita a Chiapas, Xóchitl Gálvez, virtual candidata presidencial del Frente Amplio por México (FAM), recibió el bastón de mando de los representantes de 18 municipios indígenas y se comprometió a hacer cumplir los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, además de resucitar al PRI chiapaneco.
Quién sabe qué vio o qué le dijeron a la senadora en el evento efectuado en San Cristóbal, donde estuvo acompañada por Rubén Zuarth, representante del PRI; Carlos Palomeque, del PAN y José Antonio Vázquez Hernández, el PRD, ya que en una entrevista afirmó que “el Frente va dar mucho que hablar en Chiapas, porque aquí hay un priismo muy vivo, yo veo sus bases, yo veo sus estructuras”.
El bastón de mando es un importante símbolo entre los pueblos indígenas, ya que representa la autoridad espiritual y política de quien lo ostenta, además de que su entrega es un pacto con la comunidad, pero no es un instrumento mágico ni hace milagros.
Aquel Chiapas que alguna vez fue el “granero electoral” del PRI y que ayudó con votos al fraude con el que ganó Carlos Salinas en 1988, como seguramente lo recuerda Manuel Bartlett, hoy convencido morenista, hace mucho que dejó de ser un bastión tricolor. La mayoría de los viejos priístas, con la excepción de Jorge de la Vega, han muerto y otros, como Patrocinio González Garrido (Qpd) y Roberto Albores Guillén optaron por renunciar.
La decadencia inició al comenzar el nuevo siglo, manifestándose en la frase dicha por un reconocido priista, Roger Grajales: “Soy del PRI pero estoy con Pablo”, refiriéndose a Pablo Salazar, que ganó el gobierno de Chiapas a través de una candidatura respaldada por una alianza de ocho partidos (PAN, PRD, PT, PVEM, Convergencia, PSN, PCD y PAS), terminando así con más de 70 años de hegemonía priísta.
El viejo edificio del PRI, ubicado en el parque de Santo Domingo en Tuxtla Gutiérrez, parece una casa de espantos a la que, salvo algunos empleados, ya casi nadie acude. Aquellas muchedumbres con pancartas en épocas electorales se han convertido en un pequeño grupo de militantes, donde no será difícil encontrar a un precandidato para el Frente, como podría ser el diputado Rubén Zuarth, además de Willy Ochoa, quien ya tiene experiencia como gobernante pues sustituyó por una semana a Manuel Velasco Coello, cuando éste se separó del cargo para rendir protesta como senador y, en caso de optarse por la paridad de género, allí está Rita Balboa, secretaria general del PRI.
El último bastión del PRI en Chiapas, tal vez sea San Juan Chamula, en cuya plaza pueden observarse los tres símbolos del poder en este municipio indígena: la iglesia de San Juan Bautista, el Ayuntamiento y el edificio del PRI. Además de ser atracción turística, este poblado forma parte del folklor político. Es visita obligada para todos los gobernadores y presidentes que llegan a Chiapas, donde son disfrazados de chamulas y, por supuesto, reciben un bastón de mando.
Hasta la fecha, existe un debate entre los historiadores respecto al origen del bastón de mando. Algunos lo relacionan con los primeros cetros que datan del Neolítico y que usaron los emperadores romanos o el báculo, símbolo pastoral de los obispos católicos.
En Nueva España, el bastón de mando se relacionó con los virreyes que lo entregaban a los caciques indígenas al reconocerlos como autoridades aliadas. En el Códice Osuna, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid, se dibujó al virrey Luis de Velasco (1550 – 1564) entregando varas de mando a caciques y topiles indígenas.
Sin embargo, hay pocos códices en donde se representa a gobernantes indígenas con estos símbolos (Azcatitlán y García Granados, entre otros, así como la Tira de Tepexpan, donde la representación para más una lanza) pero son la excepción, señala la página Texcoco en el tiempo. Hay quien propone (Justyna Olko, 2008) que existían equivalentes de los bastones de mando (tepoztopilli) en las culturas del centro de México. La polémica con los bastones de mando es tan profunda que hasta Leopoldo Batres (1852 – 1926), pionero de la arqueología en México fue víctima de una broma al hacerle creer que había encontrado el “cetro de mando” de Nezahualcóyotl.
El símbolo del bastón de mando ha sido adoptado por algunos presidentes populistas latinoamericanos como Evo Morales de Bolivia, Rafael Correa de Ecuador y Gustavo Petro de Colombia, pero ya se dijo, no es mágico, por lo que poco ha influido en la eficiencia y honestidad de sus gobiernos.
El presidente Andrés Manuel López Obrador recibió un bastón de mando, el primero de diciembre de 2018, en una ceremonia donde estuvieron los representantes de 68 etnias, que previamente realizaron una “limpia” al mandatario con incienso y copal, en un evento, que según el boletín oficial, fue considerado “como un acto inédito y un hecho histórico”.
A su vez, López Obrador entregó un bastón de mando a Claudia Sheinbaum, el 18 de septiembre, reconociéndola como Coordinadora Nacional de la Defensa de la Transformación, es decir la virtual candidata para la presidencia de la República. Sin embargo, al paso del tiempo, se observó que López Obrador había entregado el bastón pero no el mando, tal como pudo comprobarse en el reciente proceso de Morena, donde fueron eliminados Omar García Harfuch y Sasil de León, dos candidatos de Sheinbaum para el gobierno de la Ciudad de México y de Chiapas.