Epistolario
Por Armando Rojas Arévalo
AZUL, el tiempo pasa ante nuestros ojos como vorágine; el ambiente ya huela a Navidad y pronto vendrá el nuevo año.
Normalmente por estos días salgo de viaje, pero esa vorágine del tiempo me ha enredado la agenda y creo que voy a tener que aplazar los planes. Sin embargo, una de mis ilusiones es ir a Zacatlán de las Manzanas, Puebla, para volver sobre mis pasos y recordar aquella mañana fría y nublada de mediados de diciembre de l963, en la que el chofer del camión que me llevaba de Chiapas a la ciudad de México detuvo su viaje al grito de “Zaaaacatláaan” y sintonizó en su radio “la W” que anunciaba el nuevo día con la canción de SEBASTIAN YRADIER, “La Paloma” (Si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño que es mi persona. Cuéntale tus amores bien de mi vida, corónala de flores que es cosa mía. ¡Ay! Chinita que sí. ¡Ay! que dame tu amor, ¡Ay! que vente conmigo Chinita, adonde vivo yo…)
Esa mañana me saludó friolenta y me hizo sospechar que el clima en la Ciudad de México sería igual o peor.
-Tienen tiempo para tomar un café –advirtió el chofer. Me quedé con las ganas de entrar en calor con el café, porque el magro dinero que llevaba me obligaba a guardar todo para mis primeros gastos en la gran metrópoli.
-¡Gûero, gûero, va a llevar sus manzanas y duraznos! – me dijo la señora que entró al camión con su canasta de frutas.
Me hice el dormido y cuando ella bajó del vehículo limpié el vaho de la ventanilla para ver el paisaje del centro de la ciudad que aún tenía encendidas las luces de los faroles.
Pasados los años, mejor dicho las décadas, escribí un poema al que titulé “Igual”: “Vine a desencaminar /senderos,/a borrar mis huellas/y a sepultar recuerdos. No pude terminar la tarea; el alba me sorprendió/haciendo nuevos caminos”
La vida es así. Siempre haciendo huellas, siempre haciendo nuevos caminos.
A Zacatlán no me vinculan recuerdos románticos ni algo parecido. Sólo que fue el primer paisaje que iniciaba mis nuevos caminos hacia la gran urbe.
Fue un viaje de muchas horas, en el que salí del pueblo –Arriaga- a hacer nuevos senderos. Salí de huida en una tarde donde los aires borrascosos y huracanados que llegan por estas fechas de “La Ventosa” volcando trailers y hasta furgones de ferrocarril, me arrojaron con unos pocos pesos al camión de “Los Pericos” que cubrían la ruta de mi pueblo a la gran ciudad donde lo único que sabía yo había un lugar que se llamaba “Zócalo”.
Dormí en todo el camino y desperté con el grito del chofer en Zacatlán. Con ganas, muerto de miedo debo confesarlo, de bajarme ahí para tomar el camión de regreso, pero no me alcanzaba el dinero para comprar el boleto que me devolvería a mi pueblo. Era mi primer viaje largo, a lo desconocido, y en solitario.
Medio despertar en Zacatlán, fue brusco. Fue como decirme “estás en camino”
Quiero volver a Zacatlán porque las fotos que me han enviado algunos amigos, presentan una ciudad con reminiscencias que yo no conocí en aquel viaje de hace 60 años: La capital de los relojes monumentales que encontramos en las torres de iglesias, en las presidencias municipales y en los jardines florales en diversas partes del país.
La capital de la sidra, el vino y los dulces. La vista maravillosa de las piedras encimadas, y las cascadas. Caminar sobre el mirador de cristal y detenerme un momento en él para extraviar mi vista en el valle o en la Barranca de los Jilgueros.
Se me antoja bucólico, disfrutar, ahora sí, la escala. Ayer fue de paso hacia la metrópoli que me engulló cruel, pero después me abrió sus brazos, me dio cobijo y me quitó el hambre.
Uno de estos días será…
Dejaré de enfermar mi alma escribiendo de los políticos aprendices de tiranos; de gobiernos ocurrentes y autoridades que quieren seguir en el poder a pesar de que el pueblo ya no las soporta.
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