Por David Martín del Campo
La escena es pavorosa, por decir lo menos. Hay que eliminar al invasor, las malditas legiones romanas apoderándose del territorio… y los pobladores y la milicia con todo tratan de enfrentan al agresor, espada en mano. Piedras, garrotes, lo que sea, y pam, pam, pam, hasta aniquilarlos. La temible espada “gladius” de los romanos (ni demasiado larga, ni demasiado corta) de donde su portador es el veterano “gladiador” del coliseo.
Alguien debió filmar la batalla de Cartago, que destruyó la ciudad, luego que el cónsul Manio Manilio desembarcase en la costas de Túnez. Así, a espada limpia y las catapultas lanzando proyectiles, fue la última guerra púnica.
Algo muy similar ocurrió en Texcaltitlán el jueves pasado, con saldo de catorce muertos, no precisamente cartagineses, para erradicar a la banda extorsionadora apoderada de Tierra Caliente. Y donde dice “espada”, ponga usted machete, y donde “catapulta”, fusil Kalashinikov.
Al observar la batalla del sitio, agricultores contra bandoleros en un campo deportivo y que fue grabada por un teléfono celular, uno queda pasmado. ¿Están actuando? Pero no, es lo mismo que una batalla de los cruzados contra los infieles, a brazo partido con el machete hasta descuartizarlos, y que venga lo que venga.
¿Hasta dónde hemos llegado? La escena, que inició como una entrevista de los integrantes de la Familia Michoacana en la localidad para negociar el pago del “derecho de piso” con los agricultores de ese municipio, ha recorrido buena parte del mundo televisivo causando el mismo estupor. ¿Qué país es ese donde se matan como salvajes fuera del tiempo?
La barbarie se ha apoderado de la mitad del país. Fuera de las grandes urbes, donde la policía mantiene el control, buena parte del país es gobernada por los cárteles del crimen. Del negocio de la droga al secuestro, la extorsión, el pago de piso y el robo en despoblado.
Ocurre el crimen y horas, muchas horas después, hace aparición la autoridad. Levanta el acta, deduce probables delincuentes, asegura que seguirán las pistas hasta dar con el paradero de los “presuntos criminales”. Siempre así, “presuntos”.
Se aseguró que la delincuencia en el país (que implica el asesinato cotidiano de ochenta personas en promedio), se controlaría con una política de abrazos y caras lindas. “Sé bueno, muchacho, ya no mates al prójimo. Confórmate con una beca de apoyo social”. Así se anunció el programa de combate a la delincuencia cinco años atrás, y los resultados están a la vista.
Seguir el noticiario nocturno es una suerte de suplicio al entendimiento. Muertos por aquí, muertos por allá, unos que no se dejaron asaltar, otros que fueron ajusticiados por no someterse a la extorsión. Tortillerías, carreteras, ejidos, comercios, agricultores, ya no se diga gente de bien saliendo del banco.
Alguien aseguró que el 10 por ciento de la población nacional está inscrita en la economía del delito. Y los enfrentamientos entre ellos mismos, que lo mismo, terminan en escenas indescriptibles que el pudor mediático de encarga de borrarles el rostro. Digamos que “suavizando” el crimen, puede así entrar a los televisores familiares.
La masacre de Texcaltitlán pasará pronto al olvido. Los agricultores locales no resistieron más y se rebelaron contra sus opresores. Explotaron, empuñaron las armas que tenían a la mano… viejas pistolas, machetes, palos. Se reporta que tres de ellos perdieron la vida en el enfrentamiento, pero que lograron abatir a Rigoberto de la Sancha Santillán, “el Payaso”, líder de la FM en la localidad. Luego les prendieron fuego, como remate del resentimiento que guardaban los pobladores.
¿Qué seguirá? Habría que preguntárselo a la maestra Delfina Gómez, gobernadora del estado de México, quien se jactaba en campaña electoral de tener nueve perritos y atenderlos con mucho cariño. Arrumacos, sí, y croquetas y sonrisas. Faltaba menos.