Por: Armando Ríos Ruiz
México ha tenido la pésima suerte de soportar estos últimos años de su viaje alrededor del Sol, a un presidente que sólo atina a proferir denuestos contra el pasado, como escudo a su pésimo actuar, que supuesta o aparentemente le permite desviar los lamentables resultados de su deplorable ejercicio a ese núcleo de la sociedad que ha dado en denominar neoliberal y con otros motes.
¡Qué fácil le resulta echar culpas de sus propios lamentables desatinos, que hasta hoy son producto de su gobierno, depositado en manos de quién no tiene idea de lo que significa administrar para el bien común y sólo se limita a mantener viva la idea de ser únicamente comparable con Dios en perfección, para quienes creen con demencia en su diminuta y opaca figura!
¿Cómo alguien podría deglutir para aceptar como irracional que las mediciones para diferenciar a los estudiantes buenos de los malos fueron creadas durante el período neoliberal para supuestamente impulsar la excelencia, cuando la realidad que pretendían era desaparecer la educación?
Y si es cierto que fueron creados antes que su reinado ¿no es acaso durante este sexenio que la educación en México fue encontrada a la baja en la evaluación que realiza PISA, o el organismo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), para alertar del nivel de estudiantes de 15 años y para que los gobiernos corrijan los más bajos?
¿No ha dejado ya a la vista la prueba irrefutable de que es en su ejercicio cuando se elaboraron los libros de texto más nocivos desde que fueron creados que, lejos de mejorar la educación, pretenden llevar a los educandos a la ruina y con ello a todo el país a la vergüenza del retroceso y que pretenden que cuando crezcan, los niños se parezcan a su mandatario, por su dañino adoctrinamiento?
Dijo de PISA: “es como si yo tomara en cuenta una opinión del Fondo Monetario Internacional o una encuesta de GEA-ISA o leyera un libro de Martín Moreno.
¡Zafo!”. Sus propias palabras explican su profunda ignorancia, inclusive en temas que presume conocer, como la historia. Exponen por qué tardó 14 años en finalizar su carrera. Por cierto, hay quien dice que ni siquiera la terminó.
Restó importancia al hecho de que nuestros niños se eduquen. Para él, esto es un pecado mortal, porque se convertirían en clase media, “aspiracionista y sin escrúpulos”. Su indolencia, que no es capaz de reconocer, lo ha convertido en la burla internacional y a México en objeto de lástima de países inclusive muy lejanos. Dice que los neoliberales querían desaparecer y degradar la educación. ¿Quién, que sea consciente, no chairo, está de acuerdo?
Tuvo el desatino de nombrar a Delfina Gómez secretaria de Educación Pública, una mujer que no sabe leer y menos hablar y a esta señora le bastaron apenas un año y cinco meses, para demostrar que su modelo educativo denominado Aprende en Casa, durante la pandemia, fue un verdadero desastre, por el ínfimo nivel educativo que produjo en los alumnos.
Descalificar se ha convertido, desde el inicio de su administración, en un arma desgastada para muchos. Pero efectiva entre la clase que padece de flojera para enterarse de lo que ocurre en el país que habita o que definitivamente carece de los medios más elementales para informarse. O simplemente, que ha decidido creerle por agradecimiento o por temor de perder la dádiva bimensual.
Los estragos que ha causado a estas alturas a México son tan difíciles de reparar, que tendrán que transcurrir muchos años para retomar el camino hacia arriba. La destrucción está en todos los lados. En la educación. En la economía. En la seguridad y en donde cualquiera voltee a mirar.
Con todo, se atreve a echar culpas. Aún no se da cuenta y su capacidad no le permitirá jamás, de que es el principal responsable de todo el daño causado a México. El infierno se prolongará si Morena vuelve a triunfar en las elecciones del próximo año. No está solo en su propósito destructor. Lo asisten millones de mexicanos inmersos en un abismo profundo de ceguera.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político