* Únicamente he sido testigo de la desazón, de no entender lo que les ocurre, en los políticos que pierden poder: todo o parcialmente. Cuando merma su capacidad de decidir acerca del futuro de otros, empequeñece de inmediato su entusiasmo por vivir, desaparece en ellos la satisfacción de ver crecer y desarrollarse a los seres queridos, se sienten defraudados porque “ya no mandan ni a sus nietos”. Lo que necesitan para respirar es una obediencia sumisa
Gregorio Ortega Molina
Inhalar y exhalar tranquila y pausadamente, al igual que ver cómo florecen los jardines y las familias, o se desarrollan los proyectos, e incluso cuando menguan las necesidades y desaparecen las pulsiones, eso pierde importancia, pues lo único que no desaparece es el entusiasmo por vivir, aunque he constatado excepciones.
Sin embargo, lo que más me asombra es la evocación de amigos y familiares aquejados por enfermedades terminales. Algo ven ellos en los que parecemos sanos, quizá distinguen en nuestros ojos y actitudes lo que es nuestro futuro inmediato, también lo que fueron nuestros secretos mejor guardados. El oleaje del Estigia, que ellos sí escuchan y sienten, les permite discernir de qué va esa vida que a nosotros todavía nos falta por consumir.
Imposible para mí olvidar la mirada, la sonrisa, la actitud y las primeras palabras de Adolfo Bioy Cáceres, quien nos recibía en su casa a los reporteros de unomásuno para concedernos una entrevista: “Disculpen si estoy un poco distraído, si me ven cansado, pero ayer enterré a mi hija”. Fue en 1993, hace 30 años, y es hasta ahora que intuyo que el sepelio de su ser querido lo hizo darse un baño en el Estigia.
Supongo ahora que enterrar un hijo equivale al inicio del diálogo con la muerte. Es entonces cuando los dolientes empiezan el aprendizaje del desprendimiento, de únicamente conservar lo que da la vida y separarse, de a poco, de lo que proporcionan los bienes. Lo que ayuda a trascender y a aprender es la doble “S”, sentidos y sentimientos. Lo que se palpa, se ve, se escucha, se saborea, se respira y olfatea ese aroma del ser querido que es inigualable a ningún otro. Esos humores corporales en el tránsito a la soledad; incluso la manera de dejar el hueco en la almohada y el modo de taparse, allí está con tus sentidos que se convierten en recuerdos, y adquieren la dimensión de sentimientos.
Únicamente he sido testigo de la desazón, de no entender lo que les ocurre, en los políticos que pierden poder: todo o parcialmente. Cuando merma su capacidad de decidir acerca del futuro de otros, empequeñece de inmediato su entusiasmo por vivir, desaparece en ellos la satisfacción de ver crecer y desarrollarse a los seres queridos, se sienten defraudados porque “ya no mandan ni a sus nietos”. Lo que necesitan para respirar es una obediencia sumisa.
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