Relatos dominicales
Miguel Valera
Termino de comer en un restaurante del paseo de Los Lagos en Xalapa mientras escucho a Jorge Chairez cantar “Gracias a la vida”, de Violeta Parra. Mientras la voz del joven cantante inunda la estancia, con una pintura de gran formato al fondo, que proyecta la lucha de clases, pienso en lo hermoso de esta letra: “Gracias a la vida que me ha dado tanto. Me ha dado el sonido y el abecedario. Con él las palabras que pienso y declaro”.
Cómo, me pregunto, una mujer que escribió y cantó esto con tanta emoción, pudo quitarse la vida con un balazo en la sien, un 5 de febrero de 1967. Aún recuerdo la portada del periódico Clarín: “¡De un balazo en la sien se mató Violeta Parra!”. “Se recostó en el suelo y se apoyó en su guitarra”, se leía en el bajante. “Violeta Parra estaba enferma de tristeza”, se dijo en esa época, para explicar su decisión.
Mientras pienso en eso veo la alegría de una mesa por acá y otra por allá. Casi al frente de mí, un grupo de mujeres, más de 40, festeja el cumpleaños de alguien. ¿Cómo se puede festejar con tanta gente? ¿Con cuántos puedes platicar al mismo tiempo? ¿Qué tanta cercanía se puede sentir entre la multitud de una mesa de ese tamaño? En el restaurante y en la calle todo huele a festejo, a diciembre, a navidad y fin de año. Hay dinero, hay alegría, viandas, platillos y bebidas.
En las oficinas la gente se abraza, se desea lo mejor, aunque durante todo el año se hagan muecas, se grillen, se envidien, se deseen males. ¿Será el azúcar?, me pregunto. Hace algunos años, en la entrada de una confitería colombiana leí un gran letrero que decía: ¿Sabías que cada vez que comes dulces una parte de ti se transforma olvidando, por al menos un momento, los malos pensamientos? Esto tiene una explicación científica. Según algunos expertos en psicología entre los beneficios del azúcar están la activación de partes del cerebro que producen hormonas, como la serotonina. Esta, a su vez, se relaciona con las buenas sensaciones que producen felicidad, euforia e incluso amor”.
Algo de eso hay y por ello la industria de los productos azucarados es tan exitosa en el mundo y también ha adelantado a miles a las tumbas. Pero bueno, en esta época nada importa, sólo la felicidad del momento. Mientras el joven Chairez interpreta “Quién fuera”, de Silvio Rodríguez, recordándome a Simbad, Ali Babá y al capitán Nemo, sigo pensando en estos acercamientos ficticios de la época decembrina, los abrazos, los besos y los buenos deseos.
Entonces pienso una vez más en el dilema de los puercoespines al que se refería el viejo Arthur Schopenhauer. Sí, Cuando nos sentimos solos o con frío nos acercamos a los demás, aunque nos espinemos. En muchas ocasiones, la soledad o la tristeza nos lleva a los otros, para abrazarnos, para cobijarnos, pero las púas de nuestro egoísmo nos harán pincharnos, para regresar nuevamente, a la distancia, a la lejanía, una vez que haya pasado el invierno. Es normal. Si no fuéramos egoístas no sobreviviríamos. Ir más allá de la fiesta decembrina no deja de ser un reto humano, siempre presente. Pasar del confite a la solidaridad real, es un camino difícil, sobre todo después del efecto de la euforia.
“Corazón, corazón obscuro, Corazón, corazón con muros, Corazón que se esconde, Corazón que está donde el corazón, Corazón en fuga, herido de dudas de amor (corazón)”, concluye la canción de Silvio que interpreta muy bien Jorge Chairez, mientras me despido para caminar por las frías calles de Xalapa.