Relatos dominicales
Miguel Valera
Hubo un tiempo en que creía en verdades absolutas. Un día, sin embargo, me di cuenta que el absolutismo era discriminatorio, porque hacía a un lado a quienes pensaban diferente. Entonces, por respeto a los otros y a sus ideas, me volví relativista. Un viejo maestro de filosofía me contó que Protágoras, filósofo de la antigua Grecia, escribió en Los discursos demoledores que “el hombre es la medida de todas las cosas”.
La frase, que trascendió como el principio básico del relativismo, ha significado que cada ser humano es la norma de lo que es verdad para sí mismo. No hay verdades absolutas sino relativas o como ha dicho el viejo slogan, nada es verdad, nada mentira, todo es según el cristal con que se mira. Cada quien y su mirada, cada quien, y como le va en feria, cada quien y su versión de las cosas. ¿No hay en esto un respeto total a la individualidad del ser humano?
Mi abuelo Guillermo solía decirme, mientras cortábamos manzanas amarillas de un viejo árbol que tenía en su parcela, que lo único cierto en el mundo era la muerte. Él no sabía de filósofos ni de postulados o principios. Él sabía de manzanas, de maíz, nopales y duraznos. Nunca olvidaré el sol brillante sobre mi cabeza mientras me pedía cachar la fruta que cortaba con alegría para llevarla a casa. “Nunca lo olvides, lo único seguro es la muerte”, repetía. Yo no entendía bien a bien esa frase porque ¿quién entiende a la muerte en el vigor de la juventud?
Por ello, al concluir el año, me sorprendió conocer la historia de Kirsty Bortoft, una mujer británica de 49 años quien sufrió un paro cardiaco y estuvo muerta 40 minutos para regresar a la vida y contar su historia. Las revelaciones hechas a un diario londinense son impresionantes. La mujer iba a salir a cenar con su esposo y él la encontró prácticamente inerte en la sala. La llevó al hospital de inmediato, le aplicaron el protocolo y su corazón prácticamente se detuvo.
Al despertar dijo que algo mágico sucedió y que, gracias a ello, volvió a la vida. A pesar de estar inconsciente, comentó que sabía exactamente todo lo que acontecía a su alrededor. La mujer narró que, mientras estaba inconsciente, una amiga suya que era psíquica se comunicó con su hermana para saber qué estaba pasando. Hasta ese momento, sólo la familia más cercana sabía que Bortoft estaba en un centro médico luchando por su vida. Pero su amiga sabía que algo andaba mal, pues contó que el espíritu de Bortoft estaba en su casa pidiéndole que escribiera unos mensajes para sus hijos y su papá.
“Le dije (a mi amiga) que mi cuerpo se estaba descomponiendo y que no creía que pudiera volver a hacerlo, pero ella se puso severa conmigo y me dijo que volviera”, contó en su relato. “Recuerdo que cuando finalmente regresé a mi cuerpo, sabía exactamente lo que tenía que hacer para sanar, como una descarga de información. Me di cuenta de que no mueres, sólo tu cuerpo sigue adelante y que mi misión aquí aún no había terminado”, expuso.
Yo, en lo personal, pienso que cada noche, al cerrar los ojos, morimos de alguna manera y al otro día, al despertar, empezamos una nueva historia con una nueva oportunidad. Que este nuevo año nos ofrezca nuevos horizontes, como el de Kirsty Bortoft, para que el destino no nos alcance tan pronto.