* Para percatarnos de lo que realmente sucede -hace décadas- en este lugar donde nos tocó vivir (diría Cristina Pacheco), sugiero la lectura pausada de San Fernando: última parada, excelente periodismo de investigación, en cuya portada la autora Marcela Turati puntualiza, como para que nos quede claro: viaje al crimen autorizado en Tamaulipas. Aquí no caben “otros datos”
Gregorio Ortega Molina
Andrés Manuel López Obrador batalla en dos frentes para consolidar la supuesta transformación moral de los mexicanos; lo quiere lograr con su paso a lo que él supone su lugar en la historia, y la conservación del poder a trasmano.
Lo hace a través de su empeño por tergiversar la realidad e imponer los “otros datos”. Para intentar lograrlo, da un salto mortal al ordenar que se limpie el registro de los desaparecidos. Quiere fumigarlos antes y después de su existencia.
Es cierto, lo que sucede en México no se inició con su gobierno, pero su gran promesa de campaña fue pacificar al país y transformar moralmente a los mexicanos para erradicar, al fin, la corrupción. No logra lo uno ni lo otro. Violencia y arreglos bajo la mesa van de la mano; todos son cómplices, incluido el gobierno de Estados Unidos, como ahora se constata, pues los programas implementados para combatir el narcotráfico sólo envilecen más a las instituciones mexicanas que participan en ellos, incluidas las Fuerzas Armadas.
¿Qué distancia hay entre Allende, Coahuila y San Fernando, Tamaulipas, o Cadereyta, Nuevo León? No importa, esa separación territorial no existe, porque lo ocurrido en esos tres lugares está más allá de lo que discurre Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral. Debiera estar incorporado a las narraciones de Jorge Luis Borges en Historia universal de la infamia. La disfuncionalidad de la institución presidencial es la piedra de toque de lo que sucede en México, donde el agravio es una herida abierta que supura, lo mismo rabia que desesperanza.
En la serie de Netflix, Somos, se deja al descubierto la torpeza de las autoridades estatales y nacionales, y el deseo de las organizaciones de Estados Unidos por imponer su criterio, su voluntad, y quedarse con el éxito de lo que no fue sino una población diezmada por el pavor a los narcotraficantes y sus alcahuetes. Por la torpeza de los policías estadounidenses.
Texcaltitlán es de este gobierno, donde además de muertos hay secuestrados; este último diciembre, además de Salvatierra, en Ciudad Juárez hubo 25 muertes violentas entre el 12 y 13 del mes. Y los que no sabemos, o los que se llevó Otis unas semanas antes.
Para percatarnos de lo que realmente sucede -hace décadas- en este lugar donde nos tocó vivir (diría Cristina Pacheco), sugiero la lectura pausada de San Fernando: última parada, excelente periodismo de investigación, en cuya portada la autora Marcela Turati puntualiza, como para que nos quede claro: viaje al crimen autorizado en Tamaulipas. Aquí no caben “otros datos”.
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